Entre los tres palos

Por Juan Ignacio Ferrándiz Avellano

“Comienza la tanda de penaltis de esta fase de ascenso a Primera División. Después de toda una temporada de lucha, y de una igualdad total en los dos partidos, el año se definirá en diez lanzamientos. El primero en disparar será el chileno Rieti por parte del Murcia”.

1-0

No puedo olvidar el primer día en el Real Zaragoza cuando fiché en Agosto. El presidente, después de firmar el contrato y hacernos fotos con la prensa, me pasó a su despacho y me dijo: “Chico; no has ingresado en un club cualquiera. Se fundó en 1932 y por aquí han pasado algunos de los mejores jugadores. Has tenido la suerte de entrar en el equipo de tu tierra y lo tienes todo para triunfar, pero aún eres muy joven y esto no es el Aragón; tienes que ser serio y darlo todo por la camiseta.” Cuando salí, me temblaban las piernas. Me recordó a cuando el obispo nos confirmó a todos en la iglesia de mi pueblo. Un periodista me hizo una pregunta; “Un delantero de veinte años que debuta, ¿cuántos goles meterá la primera temporada en el club?”. Yo respondí; “Espero llegar a quince”.

Cuando llegué a casa, todos me miraban con una sonrisa complaciente. “Hijo, ¡estoy tan orgulloso de ti¡” dijo mi padre mientras colocaba un banderín del Real Zaragoza en la pared. Neli me abrazó junto al río como si me fuera a escapar: “Ahora a ver si te vas a ir con una modelo de esas después de llevar cuatro años conmigo”.  Yo estaba en una nube y sentía que desde que construyeron la iglesia, lo mío era lo más importante que había sucedido en mi pueblo.

“Tras el gol del Murcia no le queda más remedio al Real Zaragoza que meter este penalti si no quiere ponerse las cosas muy difíciles. Lanzará Volkov, el mediocampista ruso.”

2-1

En el vestuario todo empezó mal. El míster, Castaño, me dijo tras acabar el primer entrenamiento. “Mira chaval, tú tienes veinte y yo cincuenta. Tú no has empatado con nadie y vives con tus papás y yo he entrenado años en primera y tengo que pagar un divorcio y una hipoteca. Si crees que vas a jugar sólo por ser de aquí y decir que vas a meter quince goles vas listo. Tengo el culo pelado de aguantar yogurines con ínfulas. Lo mío está claro, si ganamos tengo trabajo el año que viene; si perdemos, mis hijos no comen. Así que aquí, o te exprimes como un limón, o te van a salir telarañas en el banquillo”. Los primeros partidos no me sacó. Comíamos una bolsa de pipas en los partidos los de siempre; Julián, el portero suplente, Enríquez que le contestó mal contra el Cartagena y tres juveniles que se turnaban porque no había dinero para una plantilla más amplia.

En el pueblo mis amigos me preguntaban, “¿no te sacan el domingo?”, cuando cenábamos mi madre me preguntaba, “¿no te sacan el domingo?”, Neli me preguntaba, “¿no te  sacan el domingo?”. Cuando paseaba por los prados y me paraba con una hierba entre los dientes me parecía que las vacas me miraban con sus ojos saltones y en vez de “muuu” me preguntaban, “¿no te sacan el domingo?”.

Caszely el argentino me decía; “Che, no te preocupes pibe. Ya saldrás. Es sólo que el míster está echando la meada del oso.” Con treinta y cuatro años, de vuelta de todo, después de jugar en el Nápoles, e incluso dos veces con la albiceleste con el propio Messi era fácil decirlo. Llegaba tarde a los entrenamientos oliendo al pachuli de la última furcia y el míster callado. Sabía que luego en el campo era el defensa más duro; los rivales le temían. Les insultaba todo el partido y como alguno se pasará, le hacía una entrada que le llevaba a la enfermería por meses.

“El gol del Murcia y el fallo del último lanzamiento del Real Zaragoza pone a este último contra las cuerdas. O mete ahora, o se puede ir despidiendo del ascenso”

3-1

En Noviembre le pregunté a Mínguez, el portero, capitán y paisano: “¿Cuándo se cobra aquí? Desde que me ficharon no me han pagado nada”. Me miró como lo hizo mi madre cuando descubrí que los Reyes Magos eran los padres y me dijo; “a mí me deben casi dos años. Hasta que no cobren derechos de televisión despídete de ver un duro.”. A Kone, el africano que me quitaba el puesto, le tuvieron que poner un cuarto con una cama en una sala del estadio para tener donde dormir. Después de atravesar cuatro mil kilómetros lo tuvieron que hacer, porque no tenía ni para comer. Hasta que tuvo una misteriosa lesión contra el Almería. Fue mi debut. Kone consiguió el alquiler de un piso de lujo en el Paseo de Sagasta y no jugó tres meses; salió para el Español en los fichajes de Enero. Recuerdo que el míster me sacó del banquillo y me dijo: “Chaval, espabila y sal a comértelos”. En el primer córner, Insúa, el defensa rival que me marcaba, me dio un puñetazo en las costillas cuando no miraba el árbitro y cuando estaba sin aire en el suelo haciendo gesto de que se preocupaba por mí me dijo “¡mantequilla soriana¡”. Entonces me di cuenta que aquello iba en serio. No era como la play que consumía mis horas muertas; aquello era la vida.

Empecé a jugar cada domingo y mis amigos, mi madre, Neli y las vacas me miraban complacidos. Mi padre me decía: “Llévate bien con el ruso. Es el que mejores balones te puede pasar”. Y yo intentaba hacerle caso, pero era muy difícil. A Volkov le conocía todo el mundo en el fútbol y todos se preguntaban qué hacía en un equipo como el nuestro. Tocaba la pelota y el balón salía dando vueltas sobre su eje haciendo una parábola perfecta hasta la punta del pie de un compañero situado a cuarenta metros. No parecía saber una palabra de español, ni de inglés, ni de ninguna lengua conocida. Probablemente no supiera ni ruso, pensaba yo. Apenas hablaba y lanzaba unos escupitajos entre sus dos dientes que atravesaban el cielo cayendo sólidos a unas distancias imposibles. Cuando terminaba el entrenamiento, se duchaba y se iba mudo donde le esperaba su mujer, una rubia tan callada como él. Ambos se encendían un cigarro y se iban sin despedirse. Nunca supe cómo el míster le daba las instrucciones. Jamás dio muestras de entender nada de lo que nos decía, hasta un día en que me pidió dinero; “necesito pasta para pagar casa”. Engañé a mi padre para que me dejara tres mil euros y se los di. Fue la mejor inversión que hice en mi vida;  en el campo siempre estaba donde tenía que estar y sus pases fueron decisivos para que en dos meses yo metiera cinco goles, suficientes para reventar titulares en la prensa local..

Cuando llegó la Navidad, yo estaba radiante. Jugaba, metía goles y el Real Zaragoza se codeaba con los aspirantes a subir a Primera. Entonces el club preparó una cena con la prensa. Cuando le dije a Neli que me acompañara, se volvió loca. Debía pensar que aquello era Montecarlo. A los dos días me dijo que se había comprado un vestido de mil euros para la ocasión. ¡Y yo que no sabía cómo decir que aún no había cobrado un duro¡ “Cuando nos casemos”, me decía, “nos compraremos una casa con una gran parcela y yo tendré una habitación sólo para mis vestidos” y yo sentía el mismo puñetazo en las costillas que me dio Insúa el día de mi debut.

En Marzo no pude más y pedí una entrevista al presidente. Cuando entré en su despacho me recibió con una sonrisa de oreja a oreja sosteniendo un puro tan largo como una flecha. “Voy a hablarte claro, chico. El club no tiene dinero. Si no subimos a Primera, probablemente te tengamos que vender. Hay ofertas; tu rendimiento ha sido bueno. Pero el Real Zaragoza es un equipo de Primera y cuando ascendamos, todo se remediará”.

Caszely me decía “No seas boludo pibe. En Primera también tardarán en pagar; se gastarán la plata en otros jugadores más caros.”

 “¡Quién iba a pensarlo hace unos minutos¡ Las paradas de Mínguez han puesto al Real Zaragoza en ventaja para el último penalti. Está en las botas de un delantero debutante de la tierra, de un chavalín de apenas veinte años, el conseguir el ascenso si mete este penalti.”.

4-4

El míster me dijo; “Tú no pienses en nada. Sólo chuta entre los tres palos”, como si me estuviera dando la fórmula para convertir el agua en oro, y sus ojos tiernos me miraban con la dulzura de dos melocotones maduros.

Me dirigí al punto de penalti con el balón en la mano y lo posé sobre el punto de cal buscando su equilibrio perfecto. El portero contrario se me acercó y me dijo; “si lo metes, dejas a mi familia en la calle”.

Entonces por mi mente pasó el ruso dando pases de gol a seiscientos euros la unidad y Caszely haciendo de filósofo de bolsillo con debutantes y buscando mujeres fáciles en cualquier lugar del mundo; Mínguez, a punto del infarto porque el Real Zaragoza, el equipo de su vida, podía ascender; Nely atrapándome para siempre y metiéndome en una mansión imposible de pagar mientras los vestidos salían por la ventana; mis padres y mis amigos del pueblo esperando colocar una gran foto mía en el frontón del pueblo o quemarla, y al míster maldiciéndome por lo bajo con una sonrisa de primera comunión. Si metía, la gloria; si fallaba, la despedida.

Miré el rectángulo perfecto que formaban los dos postes y el larguero, como si fuera la puerta del infierno. Tomé carrerilla y chuté.