Roma Reda

Por Sergio Grima Trasobares

– Jorge cariño, ¿por qué no vas a darte una vuelta? Mira la fila que hay. Las dos horas de espera no me las quita nadie. Te llamaré al móvil cuando acabe.
– Vale. Me voy a conocer un poco la ciudad y en un rato vuelvo.
Jorge salió de la Università di Bologna y se dio de bruces con la inmensidad del damero callejero boloñés.
– ¿Adónde voy? – pensó, mientras comenzaba a arrepentirse de haber acompañado durante esa semana a su hermana dos años mayor, para ayudarla a instalarse para su período de Erasmus. Tal vez por el hecho de ser un viaje “obligado” ni Italia le terminaba de agradar, ni le hacía gracia perderse un partido de su Zaragoza. Y aquel sábado no podría ver el debut del Real Zaragoza después de tanto tiempo en segunda.

El matutino calor de agosto le hizo discurrir por las travesías al tuntún. Tan solo evitar el sol y buscar sombra parecía ser su objetivo. Todas las arterias de la ciudad parecían iguales a sus ojos. Vial del Risorgimento por acá, Vía Odone Belluzzi por acullá… Dejando a un lado el verde jardín universitario llegó a una zona más urbana. Al fondo a la derecha se adivinaba una antigua puerta medieval restaurada. Era una puerta de ladrillo rojizo con tres ojos, siendo el central apto para paso de vehículos y los dos laterales para acceso peatonal. La puerta estaba flanqueada por dos pequeñas torres cilíndricas almenadas, clara reminiscencia de haber formado parte de la muralla de la ciudad. Extrañamente no encontró ningún cartel orientador de qué monumento era aquella hermosa puerta. Otras señales sí indicaban la dirección a tomar para dirigirse al Stadio, a la Piazza della Pace o al Santuario de San Luca. Decidió acercarse a aquella puerta que le atraía. Un cartel marmóreo ubicado en la parte superior del vano central explicaba la reforma de la puerta en 1859 pero sin especificar nombre o algún dato añadido.

Atravesó la puerta y accedió al casco antiguo de la ciudad. Tras la puerta una plaza, y tras el espacio de la misma se aproximaban los edificios del núcleo urbano que cambiaban en color y en material. La modernidad existente previamente a haber cruzado la puerta se transformaba después en unos inmuebles de no más de tres alturas. Colores naranjas, rosas y ocres dominaban en fachadas y laterales de las construcciones. Y por fin, con en el frontispicio del primer edificio tras la plaza, una placa alabastrina que denominaba la plaza y la puerta que le antecedía: Piazza di Porta Saragozza.

Jorge carcajeó y se sintió alborozado de que una simple puerta monumental, que le había resultado bella a los ojos de un confundido turista, tuviese el nombre de su ciudad y del equipo que veneraba.

Para mayor satisfacción de Jorge, comprobó que la travesía principal que partía de aquella plaza se llamaba Vía Saragozza. Comenzó a caminar de buen ánimo. No era el inicio de la rúa sino el final pues la numeración de los portales comenzaba con el 102. La calle le parecía cada vez más bella, con calzada adoquinada y aceras todas ellas porticadas en todos sus tramos y en ambos sentidos, como si de una sin fin plaza mayor de Aínsa se tratara. No llevaría Jorge más de diez minutos caminando cuando a la altura del bello Palazzo Albergati, bien por el sofocante calor de la llanura padana o por la emoción que le embargaba, una sequedad se apoderó de su garganta. Decidió entrar a algún local para saciar su sed. Unos metros más allá, a la altura del número 15 decidió entrar a un bar para tomar una bebida. ¿El nombre del lugar? Bar Saragozza cómo no.

El aspecto de aquel café no era nada extraordinario. Bien reformado pero sin alharacas, en un edificio antiquísimo como todos los circundantes. Un hombre tras la barra del bar secaba vasos con parsimonia. En el resto del espacio tres paisanos dialogaban apaciblemente y un anciano releía con desgana un ejemplar de la Gazzetta dello Sport. El camarero se dirigió a Jorge con un gesto de cabeza subiendo la barbilla. Masculló unas palabras de manera suave y se quedó mirando como si esperase respuesta, con las manos apoyadas en la barra. En realidad Jorge no entendió nada de lo que le dijo. Ya se había percatado el día anterior que Bolonia no era la idea que él se esperaba de Italia. La gente no vociferaba ni hacía tantos aspavientos exagerados con las manos, como él había visto en las películas y series sobre mafias, camorras y cosas nostras. Esta no era la Italia que su hermana le había vendido para convencerlo de que la acompañara.

De todas formas Jorge captó que el camarero le requería sobre la consumición deseada. La verdad es que se moría de sed pero inexplicablemente, en lugar de pedir una cerveza o un refresco, pidió un café macchiato. Se lo había oído a su hermana el día anterior, y su cerebro había actuado inconscientemente al pánico cerval que había ido tejiendo en los días previos al viaje. Temía la situación de la típica repregunta por parte del camarero, el taquillero o cualquier persona que trabaja de cara al público. Vio que su hermana había pedido un macchiato y que nadie le preguntó nada más por el azúcar, la leche o cualquier otra cuestión relacionada con la consumición. Su timidez le hacía preguntarse cómo respondería si, una vez pedida una cerveza, le solicitaban en un idioma desconocido que especificara si la deseaba de grifo o no, negra, rubia o tostada, en pinta, tercio, jarra,…

Era la primera vez que salía al extranjero. A su hermana nadie le preguntó nada más una vez que ella dijo café macchiato. De hecho ni sabía escribirlo. Sabía pronunciarlo y eso es exactamente lo que él quería. El café y ninguna pregunta añadida.

Pero las situaciones no son siempre como deseamos. En ese momento, la amabilidad del camarero con otra proposición desmontó la armadura de Jorge. Un ofrecimiento ininteligible, en el que interpretó algo de pizza y algo de inglés, terminó por ofuscarle. Jorge, totalmente desarmado ya que no comprendía como alguien podía ofrecerle pizza a esas horas de la mañana, solo fue capaz de balbucear torpemente – Lo siento, no entiendo ni papa de lo que me dice.

Afortunadamente, en ocasiones la suerte aparece para resolver nimios problemas que se nos antonjan montañas infranqueables, y ese día Jorge tuvo el socorro de Angelo.

– Dice mi hijo que si vos deseáis pinza boloñesa o zuppa inglese para acompañar al café- intercedió el anciano con una mezcla curiosa de acentos italiano y porteño-. La pinza es un dulce con huevo, mantequilla, azúcar y mostaza boloñesa. No tenés que confundirla con la pinza veneta que es dulce navideño,- aclaró finalmente mientras dejaba sobre la mesa la masa rosácea arrugada en que había convertido el diario deportivo.
– ¿Y lo de inglés? ¿Qué es exactamente?- inquirió Jorge con curiosidad incipiente.
– Nada, no debés prestar atención. Es un postre anglo con tradición acá, que nunca debiéramos ofrecer. Tomate una pinza con el maquiato. ¿Eres español? ¿Qué hasés por acá tan adentro de la ciudad? ¿Te perdiste?- preguntaba el anciano mientras señalaba a su hijo una porción de pinza boloñesa para servir a Jorge.
– Sí, de Zaragoza. Tan solo me metí por esta calle después de ver la puerta de Zaragoza y la plaza. ¿Es usted argentino?
– ¿De Saragozza? ¡Meraviglioso! Yo he estado en Saragozza. Dos veces cuando seguí durante años a mi adorada Lupa por todo el orbe. Lupa es como llamamos cariñosamente los romanistas a la nuestra squadra. ¿Comprendés?

La cara de Jorge cambia totalmente. Toda la molestia de un viaje no deseado, de acompañar a su hermana a matricularse, el calor, el aburrimiento,… Todo se ha esfumado al encontrarse allí, en un rincón perdido de Bolonia a un anciano que comparte su pasión por el fútbol y que seguramente conoce el Real Zaragoza.

– Mi nombre es Angelo. Soy italiano, romano y romanista. Aprendí el españuolo gracias al calcio, aunque siempre fuí bueno para los idiomas. ¿Cómo te llamás y qué haces aquí?
-Me llamo Jorge, acompaño a mi hermana que va a estar de Erasmus aquí en Bolonia durante un año. ¿Es verdad que ha estado en Zaragoza?
– Sí, la primera vez fue…- Angelo mira al techo como pasando hojas de un almanaque antiguo e imaginario- en la temporada 62-63 en efecto. Fueron otros tiempos. Aprendí español gracias a dos argentinos que triunfaron en la Roma: Antonio Angelillo y Francisco Loiácono. Yo aunque joven sabía inglés y eché una mano al equipo. Teníamos un jugador galés muy bueno, John Charles se llamaba. Y les ayudé en lo que pude haciendo de traductor con el british.

Jorge comenzó a buscar con su móvil en la Wikipedia ya que nunca había oído a ese jugador. En efecto, así aparecía John Charles como uno de los mejores jugadores británicos de todos los tiempos, pero no figuraba como jugador romanista.

– Pues en la wiki española no aparece que el tal John Charles jugara en la Roma en ese año. Figura que jugó en el Como en esa temporada.- señaló Jorge con incredulidad.
– ¡No es posible Giorgio! Charles llegó a jugar en la Romareda e incluso goleó un hat-trick. Yo estuve allí también. Vencimos 2 a 4 contra algunos de “I cinque magnifico” que luego asombrarían en Europa. Los Villa, Marchelino y Lapetra. ¡Qué primor verlos jugar a pesar de la derrota! En el Olímpico venció tu Real Saragozza per 1 a 2.

Jorge decidió prescindir de la Wikipedia. Sus dedos manejaron el móvil a velocidades superiores a la de la luz, entró en la base de datos de AupaZaragoza.com de cuyo foro era fiel seguidor y…¡Eureka!

– ¡Es cierto Angelo! En esta web de gente de mi equipo, en el resumen de esa temporada, sí que aparece ese tal Charles. Jugaron ese partido por el Zaragoza Visa, Cortizo, Pepín, Zubiaurre, Isasi, González, Miguel, Villa, Murillo, Marcelino y Lapetra. Y por parte de la Roma Cudicini, Fontana, Losi, Corsini, Johsson, Pestrin, Charles, Lojacono, Manfredini, Angelillo y De Sisti.
– Esatto! ¡Qué grande el histórico De Sisti! Olvidate el primer lugar donde miraste. Lo importante en el calcio es lo que se fa con el cuore. Fiate del cuore Giorgio, fíate.
– ¿Y la segunda vez que estuviste en Saragozza? Cuéntame cómo fue- indagó Jorge.
– La segunda fue muchos años después. Fue la derrota de la gran Roma de Boniek, Ancelotti, Giannini con Eriksson de allenatore en 1986. Pero questa eliminatoria era impossibile per noi. Aquella eliminatoria la ganaron los tiffosi aragoniesi. ¡Qué bravura! ¡Qué coraggio! Éramos favoritos y perdimos contra una squadra que luchó y creyó en la vittoria. Pero buono, si había que perder migliore contra una squadra con un campo de nombre Roma Reda.-dijo Angelo separando las sílabas y guiñando un ojo sarcásticamente.

Ambos rieron y conversaron el resto de la mañana. De fútbol, de su Zaragoza uno, de su Roma el otro. De lo que les aportaba a cada uno en su vida. Del traslado de Angelo desde Roma a Bolonia por amor. De sus familias. De sus ilusiones de la temporada venidera. De los disgustos, alegrías y llantos que les proporcionaba aquella pasión futbolera. Jorge le comentó la desazón que le producía no poder ver el partido que esa semana jugaría su Zaragoza al estar en Bolonia.

Finalmente la llamada de su hermana al móvil de Jorge se produjo. Jorge aseguró a su hermana que estaría de vuelta en la Universidad en diez minutos. Tras colgar Jorge se despidió de Carlo, y Angelo le invitó a acudir al bar a ver el partido del Zaragoza. Le explicó que intentarían sintonizarlo de alguna manera por televisión, internet o satélite.

– Muchas gracias Angelo, pero no quiero causarles ninguna molestia.- replicó Jorge con pesadumbre.
– Ma Giorgio, vieni. Lo podremos ver. No sé cómo, pero lo haremos. Además, ¿sabés cuál es la prima ley de un romanista? Roma non si discute, si ama. No discutas por tu Real Saragozza-afirmó Angelo poniendo la mano en el hombro de Jorge.

Jorge salió con la certeza de regresar al Bar Saragozza para ver el partido. Angelo volvía a coger el periódico canturreando el himno de su “Roma Roma Roma core de sta città…” Mientras tanto Jorge recorría veloz la Via Saragozza al encuentro de su hermana. Feliz porque vería el partido de su Zaragoza, lejos de su Roma Reda pero rodeado de buena gente. ¿Qué partido? ¿Cómo? No importaba. Solo una música comenzaba a retumbar en su interior “El Zaragoza va a jugar, el Zaragoza va a…”.