Luego hablamos

Por Saúl Sebastián García

-Señor, vamos a cerrar ya.

-Por favor, déjeme quedarme un rato más, usted no sabe lo que me espera en casa.

-Lo entiendo, pero es que son las normas.

-No, usted no lo entiende. Llevo tres días fuera de casa. Y no me ha llamado ni una sola vez. Lo último que me dijo fue “luego hablamos”

– Bueno, ¿y que ha hecho para encontrarse en esta situación?

-Verá…

Todo empezó en marzo, el día que anunciaban donde y cuando sería la final de la copa del rey.

Aquella noche había tenido un sueño maravilloso. Yo formaba parte del equipo que iba a jugar esa final y estaban los mejores conmigo. Lapetra, Milito, Esnaider… Jugábamos a las mil maravillas y yo, justamente yo, marcaba el gol de la victoria. Aquello era maravilloso, era de esos sueños de los que no quieres despertarte, todo era perfecto, incluso jugábamos en le nueva y flamante Romareda. Pero claro, solo era un sueño.

Me levanté de la cama con una sensación extraña, algo en mí sabía que iba a ocurrir algo grande. Desayuné rápidamente y bajé al bar a ver el sorteo con mis amigos.

-…sábado 19 de mayo, Estadio de la Romareda… Salió de la tele

No me lo podía creer, tal y como había soñado, jugaríamos en la Romareda, pero algo había dentro de mí que no me permitía disfrutar del momento.
¿19 de mayo? ¿Acaso estoy olvidando algo? No será importante. Pensé.

Así que decidí correr de vuelta a casa para contárselo a mi mujer.

-Pilar no te lo vas a creer, jugamos la final en la Romareda. Dije entusiasmado

– Ah, ¿sí? ¿Qué día?

– El 19 de mayo a las siete

– Uf pues que mala suerte, ¿no?

– ¿Mala suerte por qué? Dije asustado

– Ya veo que se te ha olvidado.

– ¿¡PERO QUÉ SE ME HA OLVIDADO!? Grité

– La boda de mi hermana, se casa ese día, lo sabes desde hace meses.

Tenía razón, se me había olvidado por completo. Aquello no era propio de mí, nunca olvidaba las fechas importantes. No me lo podía creer. Después de tantos años sufriendo el infierno de la segunda división me iba a perder la primera final en más de veinte años. Me negaba a aceptarlo. Aceptarlo tampoco era propio de mí.

Salí de casa, debía pensar si había alguna manera de ir, no me lo podía perder.

Cuando volví, allí estaba mi mujer.

-Oye, he estado pensando, la boda esta, hasta que hora dura mas o menos. Dije

-La boda esta -dijo de forma pasivo-agresiva- durará hasta después de la cena.

No entiendo por qué hacen cada vez las bodas más largas, pero bueno, es entendible que con lo que le ha costado encontrar a alguien que le aguante a esa bruja, lo quiera celebrar por todo lo alto. Pensé

– ¿Y no hay manera de que pueda escaparme unas tres horas y vuelva en cuanto acabe? Seguro que nadie se da cuenta.

– Es la boda de mi hermana, estarás y punto, es lo que te toca.

Empecé a aceptar que aquello no era más que una batalla perdida. Debía resignarme a verlo por la tele y emborracharme de tristeza o alegría en la barra libre. Tampoco era tan malo en verdad.

-Bueno al menos, ¿Podre verlo por la tele? Dije con resignación.

– Como sabía que me lo ibas a preguntar he llamado a mi hermana mientras estabas fuera.

– ¿Y qué ha dicho?

– Que por supuesto que no, se niega a que el fútbol le robe el protagonismo en su día especial.

Aquello fue la gota que colmó el vaso, debía pensar la manera de poder ir al partido. Debía tejer un plan.

Pasé los siguientes días pensando en lo que debía hacer y cómo debía hacerlo. En primer lugar, debía conseguir la entrada para el partido, eso no sería complicado ya que el club las iba a dar por antigüedad de los abonados. Una vez conseguida la entrada decidí que debía investigar el recinto de la boda, así que decidí presentarme en la finca en la que se iba a celebrar el banquete y el resto de la celebración.

El sitio estaba a unos dos kilómetros de la Romareda, por lo que ir y volver no me llevaría mucho tiempo. Empecé a investigar discretamente por encima del muro, o al menos eso pensaba, las salidas del recinto por las que debía escaparme. Hasta que un hombre bien vestido, de mediana edad, que resultó ser el dueño, me descubrió.

– ¡Señor! ¡Haga el favor de bajarse del muro o me veré obligado a llamar a la policía!

– Verá, no es lo que parece

– No se lo repetiré, bájese.

– De acuerdo, pero por favor déjeme hablar con usted, y no llame a la policía por favor.

– Vale, pero bájese ya que se va a hacer daño.

Así que me bajé y entre por lo que parecía una puerta trasera que aquel hombre abrió.

– ¿Qué hacía ahí subido? Sepa usted que, si viene a robar, aquí no tenemos nada de valor salvo una tele.

Entones sí que hay una televisión. Da igual, seguiré adelante con mi plan. Pensé.

– Bueno, verá…- No sabía cómo contarle mi plan, aquello era realmente embarazoso. Decidí ser sincero. – Es que resulta que me han invitado a una boda el 19 de mayo y se va a celebrar aquí.

– ¿El 19 de mayo? Menuda mala suerte, el mismo día que la final.

– ¿Es usted zaragocista?

– Como el que más, no pienso perderme el partido ni aunque me maten.

– Ni yo tampoco, por eso investigaba.

Vi una chispa brotar de sus ojos.

– Y exactamente, ¿Qué plan tiene? -Me preguntó intrigado.

– Tenía pensado escaparme de aquí durante el partido y volver cuando acabase entrando por una entrada trasera o por encima del muro, aun no lo tenía decidido la verdad.

– Yo puedo ayudarle

Me enseñó las distintas entradas del recinto. Decidimos que salir y entrar por la cocina sería lo más discreto.

– Yo no estaré presente, pero daré indicaciones para que te ayuden.

No pude evitar abrazarle cuando nos despedíamos.

Pasaron los días con aparente normalidad. En la radio y en la prensa no se hablaba de otra cosa y yo actuaba con demasiada tranquilidad. Creo que Pilar sospechaba algo. No dijo nada.

Llegó el día de la final y de la boda. Pilar estaba guapísima, se había puesto un vestido azul precioso. Yo llevaba un traje negro, con mi pin del Real Zaragoza en la solapa.

-Al menos el pin lo puedo llevar, ¿no?

Pilar me miró, pero no quiso contestarme.

Pasé el día mirando constantemente el móvil a la espera de noticias sobre el once titular. Tan apenas comí por los nervios. Se acercaba la hora del partido eso significaba que debía escaparme ya.

Comprobé que llevaba encima la entrada para el partido. Me aseguré de que nadie me miraba y me dirigí a la cocina. Allí no me hicieron ninguna pregunta, me estaban esperando, mi cómplice había sido fiel a su palabra.

Salí de allí aligerando el paso. Por primera vez desde que empecé a pensar en este plan me paré a pensar si aquello tendría consecuencias. Ya daba igual, el daño ya estaba hecho.

Llegué a la Romareda. Estaba llena desde hacía una hora, solo faltaba yo. Ocupé mi sitio en el fondo norte. La gente me miraba un poco extrañada, quizás era por el traje.

El partido tardó en empezar lo que tardaron las últimas bengalas en apagarse. El equipo empezó a jugar. Me costaba creer que después de tantos años en segunda, después de Agapito, después de Las Palmas, después de Palamós y el Numancia, después de tantas cosas estuviera viviendo una final en la nueva Romareda. Definitivamente cualquier
precio que me tocara pagar estaba justificado. Eso fue lo que pensé durante todo el partido. Me daba igual si ganábamos o perdíamos. Habíamos vencido a la muerte y nos esperaban un montón de tardes de gloria. El partido terminó, habíamos ganado, mi sueño se volvía a cumplir. Ahora debía volver.

Salí corriendo del estadio porque si paraba a pensar en quedarme a la celebración, me hubiera quedado.

Llegué de nuevo al restaurante. Había una gran euforia que se mezclaba con la mirada de desaprobación de la novia. ¿Habían visto el partido? La respuesta no tardó en llegar.

-Qué, ¿te lo has pasado bien? -Me dijo mi mujer. Podía ver el odio y la decepción en su mirada.

– ¿A qué te refieres?

-No te hagas el tonto, te hemos visto por la tele. -Dijo mientras señalaba una televisión.

-Te te te te lo puedo explicar

-Hablamos luego. – Dijo mientras se marchaba.