Los primeros «Trencillas» aragoneses

En primeras y respecto al término “trencilla”’ con el que juego en el título del presente capítulo para denominar a los colegiados de tan divertidas contiendas debo informar a los amables lectores de que surge de un recurso estilístico denominado Sinécdoque, que consiste en extender o alterar el significado de las palabras, para designar un todo con el nombre de una de sus partes (como ocurre en la designación de tricornios para llamar a los miembros de la Guardia Civil Española). En el caso que nos ocupa, la trencilla era un cordón trenzado que aún hoy en día sirve para mantener el sonoro silbato, con el que interrumpe el desarrollo del juego al señalar cualquier infracción al reglamento, bien sujeto al cuerpo del colegiado.

También se les llama nazarenos, puesto que éste es el gentilicio de los habitantes de Nazareth, histórica ciudad de la antigua Judea donde vivió Cristo, por lo que desde entonces fue conocida como la tierra de los justos, y dado que los árbitros son los encargados de impartir justicia en el campo de juego de manera imparcial y honesta, hay quien curiosamente también utiliza para ellos este apelativo , que no puedo sino calificar cuando menos de churrigueresco.

Desde luego en estos asuntos tan lejanos en el tiempo y tan ajenos a nuestra memoria al no haberlos vivido, es absolutamente necesario apelar y agradecer a la ejemplar investigación histórica de sabios como Pedro Ciria Amores y su imprescindible manual de Zaragozismo “El sueño de ser grandes”, ya mentado en anteriores capítulos, sin el que estas humildes líneas serían absolutamente imposibles, y es que puestos a vincular el extraño hecho de que aficionados al deporte opten por intentar que el juego circule respecto a unas determinadas directrices que consigan que no acabe todo como el famoso Rosario de la Aurora, yo me quedo con el apelativo que el insigne José Mª Gayarre esgrimía desde las páginas del extinto diario El Noticiero tras su seudónimo Goal; Los Mártires del Pito.

Si bien en el histórico partido de 1903, genuino y auténtico inicio de la competición futbolística en nuestra Tierra, fue Sixto P. Rodríguez quien hizo de juez de la contienda, podemos considerar a Gayarre como el primer teórico de nuestro fútbol patrio, pues durante los largos años que vivió por y para el desarrollo de este deporte, se esforzó en hacer comprender a todos sus practicantes, que era absolutamente necesaria una reglamentación básica por la que había que encauzarse, hasta el punto de ser el paciente arbitro habitual de esos primeros los partidos en los años diez del pasado siglo, dado que era uno de los pocos que la conocía, eso sí. luciendo un distinguido atuendo con un elegante pantalón y su camisa bien remangada.

Otro de esos pioneros fue el teniente de infantería de origen vasco Luis Aizpurúa Reynoso quien, ataviado con su uniforme militar para infundir un mayor respeto, arbitró esos primeros partidos con denodado esfuerzo y gran generosidad, pues en realidad hasta aproximadamente 1921 siguen siendo aficionados a este deporte consensuados por ambos equipos contendientes al considerarles “hombre de respeto”, mas el triste cainismo habitual de nuestra idiosincrasia hacía que habitualmente se prefiriera a un forano, a pesar de lo que a menudo en el descanso se le daba un “discreto” finiquito y era sustituido, o en otras ocasiones, como el Barça vs Madrid disputado en las Fiestas del Pilar de 1922, tras encararse el “mago” Samitier con un linier, hubiera de bajar el imprescindible Gayarre a suplirle para que “la Fiesta acabara en paz”.

La constitución en enero de 1922 de la Federación Aragonesa de Fútbol, es el punto de inflexión que marca un antes un después para acabar con este “sin dios” (que diría el gran José Sazatornil en la inolvidable secuencia final del imprescindible film Amanece que nos es poco de mi admirado José Luis Cuerda), estableciendo en sus propios estatutos el compromiso de la creación de un colegio regional de árbitros que se fundará en noviembre del mismo año y será admitido por el Colegio Español en junio de 1923 con la presidencia de Emilio Huarte Mendicoa y Vidaurre, bien secundado por Amado Monforte Sarasola y Vicente Pamplona Liria, a quienes seguirán otros buenos deportistas a menudo olvidados en esta fundamental labor como José Lueña del Muro, quien sería un importante juez zaragozano hasta su jubilación en 1977, Miguel López de Gera, fundador del C.N, Helios, quien durante la república e incluso tras el golpe militar del 36 dispondría del bastón de mando en el Ayuntamiento de la ciudad o el propio Julio Ostalé Tudela, que sería el primer colegiado aragonés con escarapela internacional.

También Domingo Duce Baquero conseguiría tan importante reconocimiento, pero no cal olvidar la labor que en pos de la justicia futbolística aragonesa ejercieron en esos lejanos tiempos personajes tan fundamentales como Antonio Adrados Martín, quien tras dos años al máximo nivel recibiría en 1928 la medalla de oro otorgada por el comité nacional, Luis Codina apoyando y reivindicando desde Madrid la trascendencia del fútbol aragonés a nivel arbitral, u otro de los primeros implicados en tan digna causa como el reconocido médico Felipe Sáenz de Cenzano, quien como Antonio Adrados perdería la vida en la fratricida guerra civil originada por el golpe militar encabezado por Franco y que contrafuero derribó el legítimo y democrático régimen constitucional en el verano del 36, que se llevó también por delante la vida del directivo e iberista José Mª Muniesa.

Aún así, el primer paso para que los “guardianes de la ley”, que diría mi amigo y compañero en las retransmisiones de Cope Aragón Jesús Granell, no sufrieran “el mal de la piedra” en sus carnes, ya estaba dado, la labor posterior de otros como Antonio Molinos no hizo sino avanzaren positivo. la historia de nuestro deporte Continuará…

Ánchel Cortés.
Productor y Académico de Televisión
Abonado del Real Zaragoza nº 1.625.