Excusas y más excusas | La Lupa

Real Zaragoza 1 – 1 Rácing Santander

Carlos Megía Dávila, colegiado madrileño, de 38 años de edad, internacional, funcionario de profesión (Coordinador de Deportes del Ayuntamiento de Pinto), es un hombre honrado, trabajador, sencillo y honesto, amigo de sus amigos y enemigo de sus enemigos. En su hobby tan magníficamente retribuido, el arbitraje, está afrontando su décima temporada en la primera división, y lo hace muy orgulloso, puesto que su relación con el silbato le viene de su infancia, el cariño por impartir justicia en los terrenos de fútbol procede de su padre, que fue también colegiado y, por tanto, conoció la profesión a una edad muy temprana. Él mismo ha comentado que “A los 18 años tenía claro que me quería dedicar al arbitraje porque es una afición heredada”. Lástima que la transmisión por vía paterna de la afición no lleva implícita la de los conocimientos y capacidad física.

Megía Dávila es malo, un pésimo arbitro y ayer repitió su negatívisima actuación contra el Real Zaragoza en el campo del FC Barcelona, con un recital de pito sin sentido, tarjetas amarillas repartidas con despropósito y con un penalti muy claro a Movilla que se tragó sin masticar. Pero la excusa de la persecución arbitral ya no vale para tanta justificación hipócrita.

El partido de ayer era vital para engarzar una buena racha de victorias y para borrar la mala imagen ofrecida en Getafe. El Racing de Santander era el rival apropiado para curar nuestras heridas, un equipo limitado en su técnica hasta el exceso, con un sistema de juego defensivo y con un mínimo interés ofensivo. La primera parte, a pesar de las continuas interrupciones del juego, gracias a la dureza santanderina y a la negligencia del Coordinador de Deportes de Pinto, fue de dominio zaragocista, con Savio y Cani como estiletes por las bandas y con un ímprobo trabajo de Zapater en el mediocentro. El gol de Diego Milito fue un justo premio para los méritos del Real Zaragoza ante un Racing que no ofreció señales de vida, más bien de muerte.

Todo cambió incomprensiblemente tras el descanso. El centro del campo zaragocista desapareció por completo (Zapater más bien, porque Movilla permaneció exánime todo el partido) y el Racing se apoderó por físico de esa zona del terreno. Pero Víctor Muñoz debió pensar “venga, vamos a dar un pasito atrás, que vamos ganando y éstos son muy malos y no nos crearán peligro”; tenía parte de razón, los santanderinos forman un equipo flojísimo, pero como la inmensa mayoría de los equipos de la primera división son más poderosos y físicos que nosotros y con unos cuantos patadones hacia arriba y un empuje superior en el centro del campo dominaron el tiempo del partido. Llegó el ya habitual error de la defensa, esta vez de Gaby Milito y en el primer disparo a puerta, gol del Racing. Otra vez a empezar, a buscar la victoria a tambor batiente, con ganas por las bandas, pero sin fuerzas y sobre todo, sin ideas en Víctor, incapaz de revertir la situación con cambios decisivos. Nueva decepción y caída al pozo de la clasificación.

Basta ya. Se buscan excusas en las nefastas actuaciones arbitrales que estamos sufriendo pero ha llegado el momento de abandonar la táctica de lanzar balones fuera y enfrentarnos a la realidad de un equipo cosido con agujeros, con múltiples defectos en su construcción, con una falta de presencia física alarmante, y que resulta presa fácil para los contrarios, que no necesitan mostrar un catálogo de recursos sinpar para doblegar al Real Zaragoza. El sistema inamovible de Víctor Muñoz está fracasando, y lo peor de todo no es que fracase, sino la cerrazón del entrenador por mantener con vida a un moribundo. Los aficionados percibimos que las cosas tienen que cambiar pero los que tienen la posibilidad de hacerlo no mueven un dedo, siguen bajo el influjo de un rayo paralizador que les impide tomar otra decisión que no sea ver pasar el tiempo.

Por Jeremy North

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