A pecho descubierto | La Lupa

Real Zaragoza 1 – 0 Athletic Bilbao

Casi de forma inexplicable hemos conseguido llegar vivos a la recta final de la liga. Hace no demasiado tiempo nadie daba un duro por nosotros, éramos carne de cañón y la sufrida parroquia de la vetusta Romareda parecía resignada a su humillante destino.

Es difícil concretar una sola razón para esta transformación, aunque la gran mayoría le ponemos nombre y apellido y la catarsis no puede ser otra que Manolo Jiménez. La honradez y la fe del sevillano ha calado en todos los zaragocistas y lo cierto e indiscutible es que a falta de 3 partidos estamos ahí, malheridos pero aún de pie, encorajinados, empeñados en sobrevivir y la afición vuelve a creer y casi roza el milagro con la yema de los dedos.

Cada partido es el primero y el último, el alfa y el omega, pues una victoria nos permite seguir luchando y la derrota no es una opción. Con esa presión, con esa espada de Damocles pendiendo sobre nuestras cabezas recibíamos a un buen equipo que está haciendo una brillante temporada, con opciones de Champions, clasificado para la final de la Liga Europa y la Copa del Rey. Un rival que a día de hoy, desgraciadamente, está en las antípodas del Real Zaragoza.

Fue un partido vibrante desde el comienzo pero que al principio no pintaba bien para los nuestros, puesto que los rojiblancos se mostraban mucho más serios y más agresivos, aunque afortunadamente no consiguieron perforar la meta de un, una vez más, acertadísimo Roberto que con una par de excelentes intervenciones supo mantener viva la esperanza y el partido, hasta que Edu Oriol, en el segundo zarpazo blanquillo después del poste de Postiga, se sacó de la chistera una excelente jugada personal y nos metió de lleno en la guerra.

Pero en nuestra situación ya ni siquiera la lucha y la entrega son suficientes sino que hay que apelar a la fortuna, esa diosa caprichosa que dicen que solo ayuda a los valientes. Y la suerte se alió con los blanquillos encarnada primero en el rostro de Pablo Álvarez que evitó un empate que nos habría hecho mucho daño y después en las blandas manos de Iraizoz que se comió claramente un durísimo pero poco colocado tiro de Apoño.

Hubo fútbol, de hecho después del 2 a 0 se pudieron ver probablemente los mejores minutos del Real Zaragoza esta temporada. Y también hubo suerte, hubo entrega y hubo una intensa comunión entre la grada y el equipo. Y es que no hay otro camino, este laberinto solo tiene una salida y, o la encontramos, o seremos el menú del Minotauro.

Nadie dijo nunca que fuera fácil y de hecho no lo será, porque cuándo haces las cosas tan mal como este equipo acostumbra a hacerlas desde hace ya tanto tiempo, es imposible que las cosas sean sencillas. Pero da lo mismo, ahora está prohibido reblar, todas las dificultades solo tienen que hacernos ser más fuertes. Ha llegado el momento de abrirse el pecho y gritar con el corazón en un puño que se puede, que queremos poder y creemos en ello.

Por Gualterio Malatesta

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