¡Recordad Getafe! | La Lupa
Getafe 0 – 2 Real Zaragoza
No es fácil describir un sentimiento, al menos no con palabras, pero lo que ha pasado en esta ciudad en el último mes y medio es digno de pasar a los manuales de antropología y de ser estudiado en profundidad.
Pone la carne de gallina escuchar miles de gargantas clamando como una sola un sentimiento de angustia, de rabia, de poder, un «sí se puede» que pasará a la historia viva del zaragocismo, una comunión entre afición, plantilla y técnico como no se vivía por estos lares desde hace muchos, muchos años.
Fuimos miles los que nos desplazamos a Getafe, miles los que lo vivieron desde la inmortal capital del Ebro engalanada con los colores blanquiazules como en las mejores ocasiones, y otros tantos los que decidieron vivirlo en su intimidad, abrazados a sus bufandas y conteniendo las lágrimas de rabia, de indignación y agarrándose al clavo ardiendo de la esperanza, rendirse no era una opción y una vez alcanzada la última batalla, no quedaba sino batirse con la bravura que siempre ha caracterizado a los aragoneses.
Y así lo hicieron nuestros jugadores. Con sus reconocidas limitaciones técnicas y con los nervios a flor de piel, volvieron a entregarse a fondo para conseguir el milagro de la salvación. Y así lo hizo la afición. Entregó su corazón zaragocista para animar a sus jugadores. ¿Qué afición de la primera división española es capaz de desplazar a más de 10.000 personas a un encuentro fuera de casa? La nuestra, y ya lo hemos hecho dos veces.
Y así lo hizo el mayor héroe de esta gesta, Manolo Jiménez. Su rostro moreno, acetrinado, es el escaparate de un entrenador honesto, honrado, conocedor del fútbol español y que ha sido, con su profesionalidad y bonhomía, el principal causante de que un grupo exánime se convirtiese en unos gladiadores del balón. Loor a Manolo.
Entrenador, equipo técnico, jugadores y afición: son los triunfadores. Queda fuera, apartado de cualquier reconocimiento, ese sujeto que está destrozando el Real Zaragoza. Agapito Carmelo Iglesias García, ahora acompañado de su primogénito.
Este miserable mercader resiste escondido en su guarida, oculto cual cobarde comadreja. Como buen dictador de república bananera cree que él es el Real Zaragoza, que no había nada antes que él y no puede haber nada después, pero no es así. Por mucho que nos mienta, por mucho que nos amenace y nos desprecie, antes de él hay 80 años de historia, hay títulos, pasión y buen fútbol. Y estamos obligados a luchar para que todo eso regrese, porque no puede vencer, no a esta afición, no se puede derrotar a un sentimiento, por nosotros, por los que estuvieron antes y por los que vendrán después.
El «sí se puede» se ha hecho famoso, ha sido nuestro grito de guerra y debe seguir siéndolo. Sí se puede, se puede echar a Agapito. No podrás con nosotros, aunque te escondas, aunque no tengas lo que hay que tener para dar la cara, ni olvidamos ni perdonamos. No te queremos y si tuvieras una pizca de dignidad y un par de puntos de cociente intelectual te marcharías para no volver jamás.
Y a pesar de todos los obstáculos, nuestro equipo, nuestro Real Zaragoza fue capaz de mirar al pasado para poder afrontar el presente. La afición supo apelar a la grandeza, al poso que deja haber sido un equipo triunfador para, sin rasgarse las vestiduras y sin más aspavientos que los justos, decir: «Aquí estamos nosotros para lo que haga falta». Y es que la nobleza no reside solo en los títulos, sino en la honradez y en la confianza del trabajo bien hecho. El entrenador, ese Manolo, ha sido quien lo ha conseguido: convertir a esos jugadores en héroes y a los seguidores en creyentes.
Aunque una pesadilla ha terminado, no debemos olvidar que el problema principal sigue presente, vivo, escondido, sigue el origen de la mala gestión, de la nula planificación y de la falta de respeto. Seguiremos contra él.
Lo hemos pasado mal, tan mal, que a partir de ahora y para siempre, cuando vengan mal dadas, siempre podremos decir: «Recordad Getafe».
Por Gualterio Malatesta, Ron Peter y Jeremy North
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