El guiñote y el fútbol | La Lupa

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Nàstic Tarragona 0 – 0 Real Zaragoza

El guiñote, ese juego de cartas tan aragonés, es para algunos más que un juego, una filosofía de vida. Sus raíces se hunden en la noche de los tiempos, y en él influyen tanto el azar como la pericia de los contendientes, los cuales planifican su estrategia en función de sus propias cartas y de las que creen que tiene el rival además de aquellas que ya han salido sobre el tapete. Cuando se juega por parejas es importante la buena sintonía entre ambos compañeros, pues en el fondo son como un equipo. En el fútbol, como en el guiñote, o en cualquier juego de estrategia, hay que pensar no solo en las armas propias, sino en las del rival, y curiosamente a veces hacer lo inesperado, aunque no parezca lo mejor, puede resultar más rentable.

Quizás Luis Milla, cuando planteaba el partido contra la Gimnástica de Tarragona, pensaba en algo así cuando, ante las ausencias de titulares como Cani o Xumetra por un lado, y la necesidad de detener la sangría defensiva en los partidos como visitante, por otro, se vió obligado a ensayar variantes. La decisión final consistió en mover a algunos jugadores de sus sitios habituales. Lanzarote, en un estado de gracia que hace tiempo que no disfrutábamos en un zaragocista, pasó a jugar por el centro del ataque dejando la banda a un doble lateral. En principio la idea de poner a un jugador técnico en el centro de las cosas, no es algo ilógico, pues se supone que dispone de más campo y más opciones para decidir pases, pero la estratagema no llegó a cuajar, sorprendiendo tanto a extraños como a propios. En la otra banda, un Ros también descolocado, no terminaba de encontrarse.

El equipo, a pesar de las imprecisiones y la escasa fluidez en el juego ofensivo, mantuvo una actitud de lucha y concentración más digna que en el último partido en Valencia. El partido se volvió espeso y de pronóstico incierto, pero con una tensión que no permitía descuidos. En cualquier momento podía llegar una jugada aislada, tanto a favor como en contra, que cambiase el signo de las cosas. Así ocurrió cuando el árbitro decide pitar un dudoso penalti. Una ocasión de oro para que Irureta se reivindicase como algo más que el portero inseguro y desconcertante que hasta ahora había semejado ser en este inicio de liga.

La entrada de Morán supuso un reajuste de líneas y algo más de orden en las filas blanquillas. Y poco más, salvo una exquisitez de Lanzarote, abortada “in extremis” por el meta tarraconense, nos ofreció el encuentro. Un empate a cero goles que aporta un punto y un partido sin goles encajados. La impresión que se queda al final es la de haber presenciado una especie de partido típico de segunda división, con un deseo de ambos rivales por controlar el juego, sin bajar nunca los brazos, y sin renunciar tampoco a la victoria.

Habrá quien se quedé satisfecho con estas recompensas, y habrá quien piense que es poco, que contra el colista había que haber ido a por más. Pero no siempre es posible. El actual Real Zaragoza, a pesar de lo que pueda parecer por la posición en la tabla, no ofrece garantías claras de ser un aspirante al ascenso directo. La plantilla es corta y al igual que sucedió el año pasado, las lesiones, aunque solo sea por pura estadística, van a restar siempre un número de efectivos de entre 2 y 6 jugadores en cada partido. Con eso hay que contar (como en el caso de las sanciones por tarjeta). Por otra parte hay algunos fichajes cuyo rendimiento no hace olvidar a lo que ya se tenía en casa. Llegará un momento en el que el entrenador deberá ser algo más valiente y echar mano de la cantera o de jugadores como Edu García. Llevamos seis jornadas y la liga acaba de empezar. De momento no vamos mal. A ver si no nos queman los buenos guiñotes que tenemos, somos capaces de llegar al arrastre con las cartas adecuadas y llevarnos las diez últimas.

Por Ron Peter.

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