El amante | La Lupa

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Real Zaragoza 0 – 2 CD Lugo

“Muy pronto en mi vida, fue demasiado tarde”, escribe Marguerite Duras en la primera página de “El amante”, novela con un fuerte poso autobiográfico, publicada en 1984 y llevada al cine en 1991, cuya historia transcurre en la Indochina colonial de los años treinta del siglo pasado. Tiene como protagonista a una adolescente de origen francés que allí vive junto con su arruinada familia. Pronto, a una edad que hoy nos resulta escandalosa, conoce y se hace amante de un chino adinerado, iniciando una tempestuosa relación envuelta en una pasión inconmensurable, prohibida por la ley y la cultura, por la diferencia de raza y edad, una relación que, ambos saben, no puede durar. Una relación que cuando ella cumple 18, ya es solo un recuerdo lejano que le acompañará toda la vida.

A veces las cosas buenas llegan demasiado pronto, de forma tan fugaz que, en el momento de saborearlas, ya se han ido. Para el Real Zaragoza la victoria en Oviedo y la forma en que se produjo, provocó un alborozo puntual y la calmada convicción de que se estaban haciendo las cosas bien, de que el camino adoptado era el correcto. Nos olvidamos quizás de que somos como esa familia francesa venida a menos, atrapados en una casa colonial de paredes desconchadas, intentando recuperar una mínima parte de ese prestigio dorado, de ese pasado digno. Pero el bagaje con el que ahora se cuenta no es el de antes, y solo a partir de la humildad, trabajo y pericia, saldrá a flote la casa, nuestra casa, nuestro equipo.

Muy pronto, en la andadura zaragocista de Idiaquez, han hecho las sombras aparición. La lesión de Igbekeme, puntal en el centro del campo, añadida a las ya conocidas ausencias de Guti y Eguarás en esa zona tan sensible del juego, donde el motor arranca y se distribuye el juego, donde se deciden los ritmos de partido y muchas veces las tendencias anímicas colectivas de los jugadores, resultó un obstáculo insalvable en el encuentro contra el Lugo, al cual le fue suficiente con meter un gol inesperado, bien ejecutado, no exento de chamba o fortuna, fruto de una pérdida en ese mismo desnortado centro del campo, y que sorprendió a un Cristián ubicado en una avanzada situación, obligado por prevención de eventuales robos con balón largo.

Con ese gol a favor, los gallegos simplemente urdieron una doble línea de espera, regalando medio campo a un inane Zaragoza empeñado una y otra vez en sacar el balón jugado con los centrales, con un Ros a medio colocar, no se sabe si por orden del entrenador o váyase a saber por qué, y con un Buff incoherente para la labor que se requería en su posición. Con el sedimento de las líneas, y sin recorrido para los extremos, tampoco se supo jugar al fútbol directo, no se sostuvo una intensidad física ni se supo variar la idea táctica inicial

Y ahí está el quid de la cuestión. En segunda división hasta el más tonto hace relojes, y los entrenadores te estudian y te analizan. Luego el césped emitirá sentencia. Nadie puede prever un gol como el primero del Lugo, pero aún sin él, no parece que el resultado hubiera diferido de un empate a cero. Señor entrenador: hay que pensar más, hay que preparar cosas diferentes, sorprender al rival sin perder la identidad y saber reaccionar ante los eventos que se vayan dando en el campo. En su día, la ubicación de Verdasca en el centro del campo fue un experimento que tuvo sus pros y sus contras, pero fue un ejemplo imaginativo de componenda ante la adversidad.

Un partido que fue todo él un dolor insufrible. Es difícil de explicar que no funcionase nada, ni siquiera hubo opción para el talento individual más allá de las paradas de Cristian. Y tampoco el despliegue físico fue encomiable. El resultado: una nueva derrota, más puntos perdidos, y una mirada de resignación rabiosa hacia los puestos de ascenso directo que están ya a seis puntos. Aún es pronto, muy pronto, pero esperemos que no sea tan pronto como para que, en la liga, sea demasiado tarde.

Por Ron Peter.

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