Diagnóstico del fracaso

Diagnóstico del fracaso

Artículo de Rubén Herrero

“El diagnóstico del descenso fue erróneo e interesado y las consecuencias se pagan ahora” dijo P.L.Ferrer en una tertulia, en aquellos días agapitianos en los que lanzaba puñaladas a Marcelino y su “Fútbol Moderno” y defendía, de forma indirecta, a su amigo Víctor Fernández.

Si bien es cierto que la destitución de Víctor supuso el catalizador hacia la ruina (en aquellos días se hablaba de “el punto de inflexión” que supondría su cese y que nos llevaría hacia puestos europeos), las causas de la debacle fueron muchos más extensas y no siempre futbolísticas.

Pero parece claro que, con aquel despido, se ponía fin a una corriente futbolística y de futbolistas que, de manera mayoritaria, se consideraba causante o cómplice de que el Zaragoza acabara en Segunda División.

Jugadores de toque, de buen pie, algo endebles físicamente y no muy rigurosos tácticamente.

Fútbol de combinación, movilidad, de juntarse alrededor del balón e intercambiar posiciones para abrir huecos en el rival. Y con el riesgo de lo que se deja a la espalda que eso conlleva.

El caso es que los Aimar, Óscar, Longás, Celades…fueron dejando hueco a Pinter, Romaric, Abel Aguilar, Paglialunga …

Los  técnicos y aseados mediapuntas se extinguieron en favor de exóticos y musculosos pivotes. Los habilidosos y ratoneros extremos fueron devorados por jugadores de banda “fibrados” y con “el mejor tren inferior de toda la Liga Adelante”.

El Zaragoza y sus entrenadores se instalaron en la corriente actual de un fútbol que idolatra el músculo y la extrema rígidez táctica. El juego rápido, directo y de escasa elaboración. Con jugadores anclados a sus posiciones y que ejecutan las jugadas que les ordena el técnico con dedicación funcionarial.  Y pobre del que no lo haga.

Movimientos colectivos que casi son coreografías predecibles por cualquier aficionado avispado. “Juego de posición” mecanizado donde los centrales (uno en cada esquina del área) y su portero gustan de marear valientemente a un único delantero para acabar jugándose un pelotazo cruzado en cuanto avanzan a campo contrario y los espacios ya no se regalan.

Juego  que, de tan rápido que se quiere hacer, se vuelve torpe y atropellado. Por supuesto, cuando no sale bien es porque no se hace lo suficientemente rápido. El dogma no se discute.

Además, a esta corriente “físico-táctica” también se le añadió otra. Como al resto del mundo:la  de priorizar al jugador de fuera antes que al de casa y el  correspondiente vaivén de fichajes que eso conlleva.

Aparte del componente agapitiano que existe en nuestro caso, parece que es una tendencia muy clara en el fútbol actual. Intereses poco claros y exigentes ajustes  presupuestarios tienen como consecuencia  equipos absolutamente desarraigados, donde un africano o un japonés tienen más fácil acabar en el primer equipo que un natural de Tudela o de Quinto de Ebro.

Pues bien, esta noche, tras la goleada que ha recibido el Zaragoza en el campo de una Llagostera descendida, no sólo han fracasado los jugadores, el entrenador y la directiva.

También ha fracasado ése modelo de fútbol. Un año más.

Se me podría objetar que todos los clubes hacen lo mismo y siempre hay uno que gana. Siempre hay un primero, no?

Sí. De la misma manera que, en las peleas a tartas de las películas de los hermanos Marx había alguno que se manchaba menos. Pero eso a mí no me convence.

En cualquier caso, algo que nos iguala o empeora a Girona, Llagostera, Alcorcón o Leganés; no parece buen negocio.

No cuando eres el Real Zaragoza y tiene ejemplos y antecedentes abundantes en tu historia. Es decir, referentes.

Con vestuarios fuertes y comprometidos, donde siempre había algún  veterano que daba la cara cuando la cosa se ponía fea. Un Violeta, un Señor, un Cedrún, un Aguado, un Laínez.

Jugadores de buen pie, algo anárquicos. Plantillas de futbolistas de corte técnico, mayormente españoles, aunque apuntaladas por sudamericanos muy escogidos  y espolvoreadas por canteranos aventajados.

Fútbol de toque y movimiento, valiente y entregado.

Lo que hacían, con diferencias de matiz, tanto “Los Magníficos” como los “Zaraguayos”. El Zaragoza de los 80 y los “Héroes de París”. Los “Militos” e incluso, a ratos, el Zaragoza de Txexu Rojo (mucho más defensivo pero con Milosevic, Juanele, Garitano y Aragón de titulares)

Ni siquiera hace falta mucho dinero, sólo buen ojo. Los jugadores técnicos ya no se cotizan. Longás , por ejemplo, debe andar por Segunda B. Ortí, Adán, Tarsi y Gil ya están. Como Lanzarote, que estaba perdido por Grecia. O el denostado Pedro, muy desafortunado este año pero que responde al perfil del que hablo.

Además, no se demanda ganar títulos sino un “simple” ascenso en la peor Segunda División que se recuerda.

Éste es mi diagnóstico y, también mi tratamiento.

Se me puede acusar de nostálgico o romántico. De iluso. De“Contracultural” que diría el cursi de Santpedor. O de buscar causas demasiado generales a lo que sólo son una sucesión de hechos puntuales sin conexión alguna.

Lo acepto.

Pero el caso es que, desde que tengo uso de razón, es lo único que he visto funcionar. Al menos en el equipo de mi ciudad. En el Real Zaragoza.

A “lo otro” llevo casi una década viéndolo fracasar. Y ya cansa.

Abro el debate.

Por Rubén Herrero

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