Cuestión de confianza

El Real Zaragoza afronta el último partido del año sumido en una crisis total de juego y resultados. Si la eliminación de la UEFA fue un palo gordo para la afición, vernos al borde del descenso tras la última racha de siete partidos sin ganar ha resucitado todos los fantasmas que nos han perseguido en los últimos años. Como aficionado zaragocista que ha confiado en esta plantilla y en Víctor Fernández para alcanzar los objetivos de la temporada, me siento ahora defraudado y desesperanzado. Para mí, este sábado hay en juego algo más que tres puntos. Lo que se plantea es una auténtica cuestión de confianza.

Muchas eran las esperanzas que tenía yo depositadas en el equipo esta temporada. Y no me refiero a ir a la Champions, qué va… Ese es un objetivo que, a mi entender, ningún responsable del Real Zaragoza ha planteado para este año. Pero sí estaba convencido de que se podía repetir la clasificación para la UEFA y hacer un buen papel en la competición continental. Mis argumentos eran sencillos: habíamos conservado a la mayoría de los jugadores que habían dado un gran rendimiento el año pasado, como Diogo, Sergio Fernández, Juanfran, Zapater, Sergio García e incluso Diego Milito, un delantero de 23 goles al que se retuvo renovándolo con un grandísimo esfuerzo económico, algo que la afición había pedido en otras ocasiones (recordemos a Esnaider, Milosevic, Morientes o Villa) pero que nunca antes se había hecho. Además, se trajó un puñado de jugadores de buen nivel y rendimiento demostrado (Oliveira, Matuzalem, Pavón o Luccin) en plena madurez (27 o 28 años). Y por supuesto, continuaba un entrenador, Víctor Fernández, que había cumplido su promesa de llevarnos a la UEFA.

Es verdad que las cosas no empezaron bien. La salida de Gaby Milito fue un duro golpe para la afición. Es bien cierto que el argentino exigió que le dejasen irse a un «equipo grande», pero para cumplir su palabra, Agapito y Bandrés debían haber retenido al jugador (como hizo el Sevilla con Alves) si nadie ponía el importe de la cláusula, y en lugar de ello rápidamente se dispusieron a negociar hasta venderlo por poco más de la mitad. Pero el golpe fue todavía más duro para el equipo, que perdió un grandísimo jugador y un líder en el campo y en el vestuario. Con la marcha de Piqué, que quería continuar su proyección en su equipo de origen, el Manchester United, la defensa quedó gravemente mermada.

Para sustituir a Gaby Milito, la Directiva trajo a uno de los mejores centrales del mundo, Ayala, que por supuesto no tiene la salida de balón de su compañero en la selección (muy pocos la tienen), pero que venía de dar un gran rendimiento la pasada temporada pese a sus 34 años, edad que ahora muchos esgrimen como causa irrefutable de su irregularidad en el Real Zaragoza. Por otra parte, Pavón parecía una buena apuesta, un jugador de 27 años que había jugado muchos partidos en un club de altísimo nivel. Lo cierto es que poco se puede evaluar al madrileño, ya que se lesionó justo cuando tenía la oportunidad de ser útil al equipo, tras la lesión de Sergio Fernández. Por último, Paredes, que está dando muy buenas sensaciones, ha tardado mucho en entrar en juego por una larga lesión. Y Juanfran y Diogo, que tienen un papel importantísimo en este equipo, han pegado un bajón difícil de explicar. Así las cosas, la línea defensiva ha sido nuestro talón de Aquiles.

El esfuerzo reinversor de la Directiva es indiscutible, si se suma el dinero pagado en concepto de traspasos al pago de fichas importantes a jugadores de alto nivel. Pero ha faltado algo. Ha habido un fallo de planificación que todo el mundo ha visto: la falta de jugadores de banda. Yo estoy de acuerdo en que hacían falta estos jugadores, pero también creo que esta carencia se nota mucho más 1) por la bajísima forma de los laterales y 2) porque el cada vez más acabado Aimar y el egoísta y artificioso D’Alessandro no han sido capaces de adaptarse al juego en esa posición, como en su día hicieron por ejemplo Savio y Cani, que tampoco eran jugadores de banda. Yo sigo convencido de que, aun sin jugadores de banda, esta plantilla tenía potencial para haber hecho mucho más.

Una de las causas del bajo rendimiento generalizado del equipo creo que ha sido la preparación física. El año pasado, el equipo empezó como un tiro, y poco a poco fue perdiendo fuelle hasta llegar a final de temporada con la lengua fuera. Arjol no ha conseguido corregir esa línea descendente en el arranque de temporada. Yo no soy experto en estas cosas, pero he tenido la sensación de que cualquier equipo corría más que nosotros, y que sólo hacía falta achucharnos un poco para pasarnos por encima. En los últimos partidos se ha comenzado a ver un poco de luz. El equipo ha sido capaz de reaccionar en los minutos finales del encuentro. Y por ejemplo Diego Milito comienza a ser el mismo de la temporada pasada. Pero se ha tardado prácticamente media temporada en comenzar a funcionar físicamente.

Y por supuesto, también Víctor ha cometido errores y muy graves: para empezar, tener a Arjol de preparador físico; luego su obcecación por el famoso rombo con la intención de dar protagonismo a Aimar; el banquillo para Sergio García y D’Alessandro en momentos en los que estaban siendo los mejores; la insistencia en colocar a Diego Milito cuando peor estaba; el ostracismo de Oscar y Celades, del cual los ha tenido que sacar para buscar soluciones; la falta de mano izquierda en el vestuario que ha hecho aflorar tensiones, aunque también hay que decir que esto lo ha agravado un jugador determinado, D’Alessandro, que ha puesto sus intereses personales por encima del bien colectivo y ha tratado de echar un pulso al entrenador, que no ha terminado de ganar y por eso ahora se quiere ir. El caso es que Víctor ha tratado de enmendar sus errores con todo tipo de variantes tácticas y cambios de jugadores, pero nada le ha terminado de funcionar.

Así las cosas, el Real Zaragoza afronta el último partido del año sumido en una crisis total de juego y resultados. Si la eliminación de la UEFA fue un palo gordo para la afición, vernos al borde del descenso tras la última racha de siete partidos sin ganar ha resucitado todos los fantasmas que nos han perseguido en los últimos años. Como aficionado zaragocista que ha confiado en esta plantilla y en Víctor Fernández para alcanzar los objetivos de la temporada, me siento ahora defraudado y desesperanzado. Para mí, este sábado hay en juego algo más que tres puntos. Lo que se plantea es una auténtica cuestión de confianza.

Es evidente que, en esta situación, lo único que vale es ganar. Si no somos capaces de conseguir la victoria ante el Valencia, será imposible mantener confianza alguna en una reacción del equipo. Pero es que ni siquiera ganar asegura que se despejen las graves dudas que se han generado. Haría falta una buena muestra de que el equipo tiene soluciones, que en estos momentos no se vislumbran, para lograr una buena racha que salve la situación. Y a estas alturas, el margen de maniobra se reduce de forma preocupante con cada partido que pasa, de manera que no sería de extrañar que la Directiva buscase un revulsivo. Y todos sabemos perfectamente qué es lo que ocurre siempre en estos casos en el mundo del fútbol.

Por Poyet11.

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