El Real Zaragoza, ese equipo tan simpático que afortunadamente pulula por la primera división, siempre está dispuesto a hacer buenos amigos. Los rivales con problemas, necesitados de un amigo que los comprenda y al que puedan contar sus cuitas sin que les maltraten física y mentalmente, desean que los zaragocistas acudan prestos a la ayuda, porque se sienten reconfortados. Los equipos maltratados en la Liga, los jugadores depresivos en lucha contra el mundo, las aficiones centenarias en crisis, saben que nuestros venerables y venerados peloteros serán magnánimos con ellos. Y así sucedió ayer en San Mamés, y así sucederá siempre.
El Athlétic de Bilbao actual es un grotesco caricato de su fama señera. Sus jugadores siguen manteniendo el espíritu guerrero, pero están faltos en un 95% de la calidad necesaria para formar parte de un equipo normal de la primera división, pero la tradición manda, aunque sea para mal. Contra el Real Zaragoza se jugaban la permanencia, y los bilbaínos, tanto los del césped como los de la grada, lo entendieron así, con toda la grandeza que conlleva. Pero ser conscientes del peligro no significa evadirlo directamente, porque para saltar por encima del fuego hacen falta buenas piernas y mente inspirada, y el Athlétic no posee ninguna de las dos cualidades. El Real Zaragoza, tras superar un ataque descabezado inicial de su rival, pasó a dominar el partido, sencillamente porque es superior técnicamente y tiene mejores futbolistas. Así, al tran-tran, china-chana, fue dominando el partido y acumulando oportunidades, con un fantástico Zapater y un extraño Óscar participando activamente en la elaboración. Pero Diego Milito hace tiempo que perdió la inspiración y se dedicó a golpear la madera como si de la tala de un árbol se tratase, mientras Ewerthon se movía por todos los lados y sin definir en ninguno, por lo que, incomprensiblemente, el marcador permaneció exánime.
La segunda mitad comenzó como un calco de la primera, Diego Milito rematando de nuevo al poste y Ewerthon fallando ante un Lafuente inspirado. Poco a poco, la furia bilbaína se fue imponiendo al tranquilo equipo zaragocista, y aunque sin crear peligro, su dominio causaba inquietud. Llorente, un delantero tanque en apariencia y un fino esgrimista en la práctica, se inventó la jugada perfecta y sirvió en bandeja el gol definitivo a Yeste. Estaba claro que sería un fallo defensivo el que sentenciaría el partido y como no, nuestros defensas mostraron su endeblez congénita y permitieron que el Athlétic ganase un partido que no mereció por juego pero si por voluntad e interés, al revés que los zaragocistas, jugadores perdedores, que recobraron algo de su dignidad perdida pero que al menor golpe contrario del destino vuelve a su camino errante hacia la nada más absoluta.
Una temporada más, otra muesca que hacer a la pared del fracaso. Pero nos estamos acostumbrando y eso es bueno, los mensajes conformistas enviados desde todas las instancias del club han calado hondo en prensa y aficionados y cualquier resultado final es considerado como un objetivo cumplido, por lo que el enfado de temporadas anteriores y que podía desembocar en una úlcera estomacal se ha sustituido por la indiferencia actual, y eso es positivo para la salud.
Por Jeremy North
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