Una cuesta arriba interminable | La Lupa

Villarreal 0 – 0 Real Zaragoza

Hace algún tiempo, en un programa de televisión dedicado a la parapsicología, se expuso el curioso caso de un tramo de carretera en el que los coches andaban solos y los objetos como bolas o rodillos, una vez puestos en el suelo, rodaban cuesta arriba. Semejante trasgresión de las leyes de la física fue achacada en principio a magnetismos telúricos incomprensibles, hasta que a alguien se le ocurrió que lo que el ojo humano percibía como cuesta arriba, no era tal, y una vez aplicados los instrumentos medidores definitivos, se determinó que el camino en cuestión era levemente cuesta abajo. Los árboles, que crecían ligeramente inclinados, habían contribuido a dar una falsa impresión. Al Real Zaragoza de hoy en día, y sin necesidad de tener que recurrir a explicaciones paranormales, todos los partidos le resultan cuesta arriba, sean fáciles o difíciles.

Una nueva visita a Villarreal, donde nunca hemos ganado y con el estigma en el recuerdo de aquella asunción de un descenso merecido hace tres años y medio. Cada vez que jugamos contra este equipo, más de uno se pregunta como es posible que un pueblo venido a más, en el que tan solo hay un hotel y dos pensiones, pueda presumir de un equipo en champions. Pues es lo que hay, y mientras el submarino amarillo permanece tranquilo por los puestos de arriba, nuestro equipo sufre como una máquina vieja en los bordes del pozo.

El partido transcurrió en general de forma plana, con una sensación continua de igualdad no exenta de tensión. En ningún momento hubo un dominador claro de la situación. A veces parecía que el Villarreal mandaba en el centro del campo, pero nunca fue determinante. El ritmo de juego no resultaba tampoco de lo más aburrido que hemos visto últimamente. (desgraciadamente nuestro listón en ese sentido está ya muy bajo) y cualquier cosa parecía que podía suceder. Pasaban los minutos y los temores más ancestrales de una nueva derrota iban aflorando. Algunas jugadas concretas y aisladas suscitaron momentos de pánico momentáneo, pero nada sucedió. Absolutamente nada. El partido terminó como empezó, como si hubiese sido el largo paso de un suspiro que al final se extingue.

De poco sirve decir que se ha conseguido un punto en un campo ajeno, cuando lo que se precisa es bastante más. Estos días de parada parecían propiciar un cambio, una especie de renovación anímica en los jugadores para afrontar este reto, y de hecho, se apreció una muy ligera mejora en la actitud de los jugadores con respecto al día de Madrid, pero no fue suficiente. Es cierto que el equipo muestra una disposición ordenada y que se consiguió al menos no perder la concentración en ningún momento, pero eso sólo es bueno si no estás aquejado de carencias.

El hecho de llevar ocho empates de doce partidos revela dos cosas: una es que el Zaragoza es un equipo difícil de derrotar y la otra es que no sabemos cómo ganar partidos. La defensa, que sigue siendo de espalda vulnerable, ya no es el principal problema. En el centro del campo podemos jugar sin Movilla, pues hay otros jugadores que aún pueden decir cosas. Es en la delantera donde está la clave de las victorias, y no sólo es culpa de los jugadores. Hay que ensayar más. No todo se reduce a Óscar intentando hacer paredes en medio de los centrales. ¿Por qué no utilizar la velocidad de Ewerthon para llegar desde atrás? Quizás alguna vez fuésemos nosotros quienes pillásemos desprevenidas a las defensas contrarias.

Un empate más que apenas suministra unas gotas de agua en la escasa cantimplora del entrenador, pero que le da para llegar al próximo partido. La estabilidad es buena para todos y a nadie le convienen los cambios traumáticos pero estamos en un estado de urgencia del que hay que salir como sea, aunque sea con un gol injusto en el último minuto. El próximo partido contra el Sevilla es vital. Hay que ganarlo. No hay más.

Por Ron Peter

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