Fin de fiestas con cornada | La Lupa

Real Zaragoza 0 – 1 Real Sociedad

La tarde, aunque soleada, se presentaba con el plomizo tono de fondo de las cosas que se acaban. Todas las tardes de fin de fiestas tienen un sabor peculiar. Los que las han disfrutado, miran hacia atrás con pena. Los que odian las celebraciones, que también los hay, sienten alivio. Unos y otros, con las energías festivas próximas al colapso, esperábamos con ilusión al partido del domingo, del último domingo de fiesta, a rematar faena y a celebrar.

Pintaba oros la contienda, con un Zaragoza invicto tras seis jornadas ligueras enfrentándose a rivales de la talla de Barcelona, Deportivo, Atlético, Valencia o Betis. Llegaba, parecía, la hora de desquitarse de tanto empate. Por fin un rival más asequible, más de andar por casa. Además clásico, de esos que llevan amarrados a la primera división desde que se echa el recuerdo a pasear. Un rival que llegaba en mal momento, con un equipo desvalorizado y con una mala tarjeta de presentación en los inicios de liga. Vamos, un torito como para lucirse el torero a puerta gayola.

Pero lo que son las cosas. Algo pasó que descalabró el guión. Una jugada absurda, de las que hacen del fútbol un arte inexacto, dejó marcado el destino del partido. Una ingenuidad de Alvaro, que día tras día se muestra más vulnerable a los ataques de inconsciencia, marcó el destino de un encuentro. Encajar un gol pronto es un contratiempo importante, pero un equipo como el nuestro ha de tener recursos suficientes para superar esa dificultad. Ayer no fue el día.

A partir de ese momento, todo fue un asedio descoordinado a un enemigo completamente manso, sin ninguna ambición, con querencia a las tablas de su propia área y que recordaba a los equipos recién ascendidos y sin recursos económicos, cuya máxima ambición al jugar de visitantes es conservar el empate a cero. El hecho de que Victor decidiese no sustituir al portero César, presuntamente lesionado en la segunda parte, da un idea del temor que despertaba el contrario.

La Real Sociedad del domingo fue un equipo penoso, pero se encontró con el peor Real Zaragoza que hayamos visto esta temporada. Sin ideas, sin circulación de balón, con una desesperante falta de acierto a nivel individual en casi todos. Hasta hombres que siempre suelen cumplir, como Zapater o Savio, parecían haber disminuido en sus prestaciones habituales. De los demás, mejor no hablar. Con decir que “Pantera negra” Ewerton no mejoró al ahora suplente atlético Galletti, o que Ponzio, sin hacer absolutamente nada especial, pareció destacar sobre el resto, está todo dicho.

Lo de los arbitrajes es ya pintar sucio sobre sucio. Al igual que sucedió el año pasado, parece que nos las tienen que dar de dos en dos. Tras el robo de Barcelona, llegó el de ayer. El sicario de turno, por no decir algo más soez, se encargó de forma contumaz de negar cualquier suerte de pena máxima en el área donostiarra. Hay quienes vieron un penalti no pitado. Algunos vieron hasta cuatro. Da lo mismo. Incluso más que eso, lo que más encendió mi indignación fue ver como, tras una falta con evidente agarrón a Savio, éste se levantaba y se quejaba al árbitro; y el de negro, que lo había presenciado todo, despreciaba al brasileño con un gesto lamentable. Fue una jugada sin repercusión, pero que mostró el viciado talante con el que llegó este señor. Creo ya que de nada sirven las protestas, que lo único que funcionaría sería la unión entre los equipos, pero es como pedir solidaridad a una manada de hienas. Mañana, le robarán al Betis, al Mallorca o al Villarreal, y nosotros seremos los primeros en reirnos con las chanzas que los cretinos del canal plus.o de otros medios hagan a su costa. Así es la realidad.

Se terminó el partido, se terminó el domingo y llegó la hora de recomenzar la vida normal. Esperemos que este pequeño desastre sea subsanado y se quede para siempre como el último recuerdo de un verano que se fue. Y es que, como todo el mundo sabe, en la inmortal ciudad de Zaragoza el verano no se termina hasta que no se extingue el último rescoldo del último fuego artificial, lanzado al cielo pasadas las doce de la noche del último día de las fiestas del Pilar.

Por Ron Peter

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