“Se las ponían como a Fernando VII”, es una frase hecha que se dice al respecto para desprestigiar, generalmente con ironía, aquello que se presenta tan fácil que no hay ninguna dificultad para resolverlo. Alude a la anécdota que cuenta cómo Fernando VII, gran aficionado al juego del billar, solía disputar partidas con sus camarillas. Estos contrincantes, deseosos de agradar al soberano, procuraban siempre fallar sus golpes y hacer que las bolas quedasen en inmejorable situación para que el monarca hiciese sucesivas carambolas. En el partido de ayer el Villarreal le presentó a nuestro equipo un panorama casi limpio de obstáculos, con las ausencias de Riquelme y Senna y el comienzo en el banco de Sorín. Sólo con interés y algo de acierto hubiera sido suficiente para derrotar al equipo castellonense, que tenía la mente puesta en el encuentro de Champions del martes próximo. Pero héteme aquí que el Real Zaragoza aún ha puesto su mente en letargo hasta una fecha más alejada, el 12 de abril, y salió a jugar con el freno puesto y el sueño por bandera.
La primera parte fue un atroz despropósito de dos equipos incapaces de hilvanar una jugada de mérito, con todos los números para dar combate nulo por falta de agresividad de los combatientes. El engendro primerizo acabó con triunfo del Villarreal al apuntarse César a la fiesta del terror, ejecutando una perfecta estatua en una faltita lanzada por Roger.
Como es norma en los últimos partidos, nuestros jugadores se pusieron las pilas en la continuación, aprovechando la entrada del gran Savio Bortolini por el lánguido Óscar, que abrió la banda izquierda al máximo, ayudado en el otro lado de la cal por un hiperactivo Cani. Las oportunidades se sucedieron, pero el desacierto de los dos puntas y un curiosamente afortunado Vieira impidieron que se hiciese justicia debida en el marcador, la que reclamaba la segunda parte zaragocista.
Los presuntos ensayos para la Final de Copa van de mal en peor. La portería contraria se sabe dónde está, pero existe una gran atracción por tratar al guardameta del contrario como un muñeco de feria al que se le tiene que golpear para obtener un premio inexistente. El presunto equipo titular no se sostiene en varios de sus pilares, como Óscar (su presencia se hace irritante para un aficionado al fútbol teniendo a Savio recuperado) o Toledo, pero el mister zaragozano, terco como una mula, insiste con los mismos jugadores.
El final de una buena etapa: la de Víctor Muñoz en el club de sus amores compartidos. Pienso que es un buen entrenador, que nos ha dado dos títulos y que puede conseguir un tercero, que nos salvó del desastre en su primera temporada y que ha trabajado con la máximo honestidad y honradez, pero me temo que ha llegado a su límite para manejar la plantilla, que tiene más argumentos que la de su competitividad en la Copa, y hace falta un salto hacia delante, en ambición y riesgo, y Víctor no parece estar capacitado para ser el timonel de un barco más grande.
La historia se repite… y las lupas también. El pasado 12 de marzo se disputó en La Romareda el encuentro entre el Real Zaragoza y el Getafe, que finalizó con un desastroso 1-2, y en ese artículo señalé una de las constantes de la historia reciente zaragocista: “El Real Zaragoza, desgraciadamente, no aprende de los errores de su pasado y sigue insistiendo tercamente en convertirse en el rey de la tierra de nadie”. Es una lástima, pero este comentario vale para esta Lupa y parece que valdrá para cualquiera de las que quedan de esta temporada y, si las cosas siguen en el plúmbeo rumbo actual, en las venideras, salvo que “el cabeza” de la entidad decida que “ambición” tiene que pasar a ser la palabra clave, y se consiga trasladar su significado a una acomodada dirección deportiva y a los jugadores.
Por Jeremy North
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