Otra vuelta de tuerca | La Lupa

Real Madrid 1 – 0 Real Zaragoza

Si no fuera por los destellos de calidad y buen hacer apreciados durante los primeros partidos de la temporada, habría motivos sobrados para pensar con rotundidad que se avecinan malos tiempos. Es cierto que el proyecto deportivo gestado hace dos años y que convirtió a nuestro equipo en una especie de Ave Fénix resucitadora de ilusiones, se empezó a derribar este verano con la venta de Villa, actualmente cañonero de referencia en la liga española. Pero eso no debería desanimarnos más de lo habitual, pues es costumbre y casi dogma de la casa, la autocastración en cuestiones de construir grandeza.

Aún con todo, cuando un proyecto muere o se transforma, otro distinto nace en su lugar, y llega el momento de las manidas frases: “es lo que hay” o “no vale la pena mirar hacia el pasado”. Podemos olvidar el pasado lejano, sí, pues está más “pasado” que las golondrinas de Bécquer, pero no deberíamos hacer lo mismo con el pasado cercano, con aquel mencionado y corto tiempo que hubo al principio de la liga, en la que el Zaragoza se mostraba como un equipo serio, motivado y ordenado en el campo. Todo aquello se quebró en Barcelona, con aquella casquivana sentencia arbitral que nos arrebató la victoria. Visto lo sucedido desde entonces, se podría decir que también se nos esfumó el espíritu, pues el equipo no ha levantado cabeza.

En la visita al Bernabeu, el equipo aragonés intentó repetir el planteamiento de aquella tarde, juntando las líneas y ejerciendo un control del ritmo de partido que maniatase al rival. La idea no era mala en principio, pero el Madrid actual, o al menos el del domingo, se maniataba solo. Muy lejos de la imagen de juego espectacular y brillante que la iconografía merengue tiene en sus altares mediáticos, fue ayer un equipo que olía a ocasión idónea. El Zaragoza, con el sistema grabado en la frente, no supo aprovechar la oportunidad.

El gran inconveniente de jugar al control es que es fácil dejarse la ambición en las alforjas, con lo que se acaba aspirando al empate, y ya se sabe que una de las máximas más repetidas en el fútbol es que jugar a empatar supone derrota segura, y más en el terreno madridista. El Real Zaragoza pudo haber forzado más la máquina. Tras encajar el gol, llegaron las prisas. ¿Por qué no antes, siendo que un empate no aportaba gran valor añadido?

De nuevo penaltis pitados en contra. Esta vez dos. Prescindiendo de si fueron o no decisiones justas, es curioso lo que los datos nos ofrecen. La estadística no es una ciencia exacta. Más bien es la instrumentación de la medida de aquellas magnitudes que no son todo o nada, sino que arrojan resultados intermedios. Sucesos tales como que el Zaragoza lleve más de un año sin que le piten un penalti a favor; o sufrir cinco penaltis en contra en seis partidos, o dos seguidos en tres minutos en el mismo encuentro, muestran un inquietante alejamiento del simple azar. Si es culpa sólo de los árbitros, asumámoslo; pero si no, es preciso tomar medidas: enseñar a los defensas a defender, o al menos a disimular la contundencia, e instruir a los delanteros a propiciar el penalti enemigo cuando se acerquen al área. Vamos, que ya vale de hacer el pardillo.

El crédito del entrenador está disminuyendo a un fuerte ritmo. Ya se oyen en la ciudad voces que insinúan un relevo. De momento queda mucha liga y la actual crisis puede ser tan solo coyuntural. Lo malo de encadenar demasiadas oportunidades perdidas es que, aunque individualmente se puedan deber a la mala suerte, a alguna mala actuación o a los árbitros, en conjunto crean una presión negativa en el jugador, que sale al campo con un plus de fatalidad en estado de ánimo. Ello propicia que, ante la más leve adversidad, el equipo sea incapaz de reaccionar. Ahí entra la labor de V.M., que no sólo debe probar variantes de los recursos de que dispone, sino que debe ejercer más que nunca de motivador y de “espabilador” de los jugadores. Contra el Madrid era de esperar una derrota, pero hay muchos equipos (cada vez menos) que no son el Madrid, y están ahí fuera esperando que les ganemos. No debemos perder más oportunidades.

Por Ron Peter

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