El partido que había que hacer | La Lupa

Real Zaragoza 1 – 0 Celta Vigo

En “Los crímenes de la calle Morgue”, obra de misterio del genial Edgar Allan Poe, se nos describe un espeluznante y sórdido crimen. En los interrogatorios policiales, los testigos que habían oido la carnicería a través de las paredes contiguas no alcanzaban a ponerse de acuerdo en la lengua en la que el asesino profería sus terribles gritos, pues mientras unos decían que hablaba portugués, otros decían que alemán y otros que ruso. El desconcierto de los investigadores sólo termina al conocer la terrible verdad de que ninguno de los testigos había acertado, pues todos habían confundido la auténtica naturaleza del homicida. Cuando varios testigos o espectadores de algún hecho no se ponen de acuerdo, hay que pensar en que algo hay más allá de las apariencias. A la hora de elegir el mejor jugador del partido del pasado domingo, entre los mismos aficionados hay divergencia de opiniones: Cani, Ewerthon, Alvaro, César Sánchez, Zapater, o incluso Movilla u Oscar. Quizás la realidad no sea tan puntualmente sencilla, pues el Real Zaragoza se comportó, más que otras veces, como un conjunto más que como simple adición de individualidades.

Los últimos aportes de oxígeno recibidos en Jerez y en Cádiz habían hecho que el equipo se recuperase en cierta medida de esa inseguridad terrible y nauseabunda que acecha a los equipos que entran en fase terminal y sufren ese temblor ancestral que se realimenta a sí mismo. Pero era necesario un nuevo golpe de efecto, una nueva victoria, para seguir curando la herida. El Celta, un conjunto asentado en zonas altas de la tabla a pesar de su condición de ascendido, se presentaba como una temible piedra de toque para confirmar la mejoría.

El Zaragoza empezó jugando el partido con más orden y concentración de las habituales, pero la fragilidad mental todavía estaba ahí, dentro de las cabezas de los jugadores. Durante la primera parte, cualquier cosa pudo haber sucedido, ya que si bien el Zaragoza parecía acercarse más, el miedo a un nuevo traspiés podía jugar en cualquier momento una mala pasada. A pesar de ello, el equipo no se descompuso como hiciera frente al Sevilla. El sostenido empate a cero, fruto de la confrontación táctica de ambos equipos, lejos de acrecentar la impaciencia de nuestros hombres, sirvió para cimentar su propia confianza.

En una defensa de circunstancias, Cuartero y Capi no sufrieron demasiado ante los gallegos. De hecho, la altura de éste último le permitió sacar de cabeza varios balones de riesgo. En el centro del campo, Zapater volvió a ser el de las mejores tardes, escoltando a un Celades acertado en la visión de juego pero lento y con escaso poderío físico. Su sustitución por Movilla fue acertada y le dio un tono más agresivo al juego. Arriba los delanteros trenzaron por fin jugadas con cierto sentido y peligro.

Cani y Ewerthon fueron nombres importantes en este encuentro. A ambos les está llegando su momento. El primero empieza a ser un jugador respetado en la casa, a tenor del descontento general que produjo su sustitución. El segundo se reivindica día a día con el arma suprema: el gol. Este hombre, sin brillar de forma continuada, exhibe unas cualidades que provocan desajustes en las defensas contrarias, y por encima de todo: está en racha goleadora. Pues déjalo, que mientras haya higos en el cesto, que más te da cómo se cojan.

El gol con el que Ewerthon remataba la chispa creativa de Oscar y la brega de Diego Milito, fue el broche que todos deseábamos a un partido emocionante, tenso y no brillante, aunque tampoco aburrido. Un partido en el que el Zaragoza se jugaba mucho, y en el que no nos defraudó. Un partido que supone no sólo tres puntos sino también la seguridad por las dos victorias seguidas. No se hubiera conseguido sin ese juego de conjunto que tan difícil hace destacar a nadie como el mejor jugador del día. Tampoco los vecinos de la calle Morgue del cuento de Poe, llegaron a acertar con el idioma del homicida por la sencilla razón de que no se trataba de un hombre, sino de un simio salvaje y descontrolado.

Por Ron Peter

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