Pesadilla en Romareda Street | La Lupa

Celta Vigo 4 – 0 Real Zaragoza

Elm Street se convirtió a mediados de los 80 en terreno vedado para los sueños. Bastaba con caer en los brazos de Morfeo para que el histriónico y sanguinario Freddy Krüegger improvisara multitud de sangrientas brutalidades con las que convertir en bestial pesadilla cualquier letargo onírico.

Resulta francamente complicado explicar porque semejantes orgías de sangre podían llegar a ser divertidas, aunque lo cierto es que perder la capacidad de soñar no tiene ni puñetera gracia. Y precisamente a eso ha sido condenada una gran parte de la afición del Real Zaragoza.

Para muchos zaragocistas, soñar es doloroso. Desde hace bastantes años, los sueños, los vientos de cambio, las esperanzas de mejora y los proyectos acaban indefectiblemente en pesadilla. En una pesadilla de nada absoluta, de conformismo, de aburrimiento y de intrascendencia…

Y aunque duela, es preciso ser sincero. Ayer sentí tremenda vergüenza de mi equipo. Sentí vergüenza de un grupo de multimillonarios acomodados, una recua de mercaderes que viven de nuestra ilusión y que a costa de destrozar nuestra moral han decidido adelantar sus inmerecidas vacaciones un mes y medio, sin importarles un carajo que nuestros sueños se troquen en la enésima pesadilla, que los miles de almas que gritaron y sufrieron por ellos y con ellos en el Bernabeú sufran la decepción y la humillación de la mediocridad, la afrenta del patético conformismo de la zona tibia e insípida de la clasificación.

Puedo entender que para algunos la brusca transición entre la euforia de la final de copa y el presente de la ira sea injusta. Pero hablando de injusticias, quizá habría que tener presente que tan o más injusto es que la afición zaragocista deba sufrir vejaciones humillantes cómo la de ayer en Balaídos. Y más hiriente, si cabe, es la evidencia de que no hablamos de un hecho concreto, sino de una realidad consustancial al Real Zaragoza.

Nuestra historia reciente está teñida de una insufrible racanería clasificatoria, de una irritante falta de ambición, de una ausencia total de objetivos y de supuestos proyectos ilusionantes que acaban desintegrándose antes de haberse completado. Sólo las grageas de los incuestionables éxitos en la Copa del Rey permiten sobrellevar con mucha más pena que gloria este trámite por tierra de nadie. Porque nos guste reconocerlo o no, se enfade quien se enfade, allá donde se gana el prestigio, en el lugar donde se obtienen los galones, el Real Zaragoza no es nada. Absolutamente nada. Es un convidado ocasional simpático por lo inocente e inofensivo.

Goya dejó dicho en un lienzo que el sueño de la razón produce monstruos… Pero los sueños rotos producen hastío, el hastío produce ira y la ira lleva al lado oscuro. Y en ese lado el amor y la pasión se convierten en decepción y distanciamiento. Es preferible no sentir nada que sufrir por tus sentimientos, es preferible no soñar que sufrir horribles pesadillas, una y otra vez…

Y las voces de los medidores del zaragocismo de los demás se alzarán abanderando el contundente argumento de que es en los malos momentos en los que hay que permanecer al frente, que cuándo peor estés más te amaré, que no puedo abandonarles ahora que me necesitan… ¿Me necesitan? ¿Para qué? ¿Para culminar su esperpento de humillación con víctimas tangibles? ¿Para reírse en mi cara de mi sufrimiento? Lo siento pero, ni hablar. Puedo sostener la mirada de cualquiera y espetar con orgullo que no tengo porque soportar insultos como el de ayer en Vigo, que no tengo porque tragar miserias y mentiras, que no me da la gana soportar esta perenne miseria, este ninguneo, esta permanente reescritura de la historia de mi club para justificar que mis recuerdos son mentira, que esta triste realidad presente ha sido, es y lo que es peor, será, de ahora en adelante, la única verdad, porque “es imposible” o “no tenemos medios” para salir de este permanente hastío.

Ser zaragocista ni puede, ni debe ser la obligación de aguantar estoicamente las letanías del ornamentador de miseria que ejerce de Director Deportivo. No puede ser convertir en mía la causa de un presidente llorón que tras sumirnos en la ruina económica suplica al viento para que alguien le saque del pozo con un afán de rédito económico propio, mucho más claro que un verdadero interés por el club al que dice amar. Ser zaragocista no puede ser sufrir y callar mientras año tras año nos arrastramos humillantemente por la mediocridad, la apatía, la falta de ambición, la gestión sin objetivos y la permanente búsqueda de culpables externos para los errores internos.

Se irán jugadores y otros vendrán. Se irá el entrenador y otro vendrá. La dirección Deportiva se hartará de adornar las excusas y tarde o temprano también claudicará… pero al final la única constante de la ecuación permanecerá invariable. Y es que cuándo no se busca nada, nuca se encuentra nada. Cuándo no existen objetivos, no hay logros, cuando no hay proyecto, es kafkaiano hablar del final del mismo… ¿Cómo va a cambiar el ciclo si no existe?

Así que señores míos, váyanse a hacer puñetas y paren el mundo que yo, de momento, me bajo. Y ojala Freddy les reviente sus sueños igual que ustedes han destrozado los míos. Porque el Real Zaragoza no son ustedes, aunque lo crean, el Real Zaragoza soy yo, yo y los miles cómo yo que sufren, disfrutan, lloran y cantan con este sentimiento. Y no una cuadrilla de mercachifles que creen poder estafar nuestra ilusión. Y mientras estemos ahí, ustedes jamás se saldrán con la suya. Porque los hombres pasan –afortunadamente- pero los sueños permanecen.

Por Gualterio Malatesta

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