Los destructores | La Lupa

Celta Vigo 1 – 1 Real Zaragoza

Uno de las dichos que más se suelen utilizar en todos los aspectos de la vida es el de “la experiencia es un grado”. Para pertenecer al mundo del fútbol profesional son necesarios conocimientos que se adquieren por el paso del tiempo y también por la práctica de ese deporte, sea en un grado máximo, sea como simple competidor. Los árbitros son un elemento esencial en el espectáculo del balón como poder legislativo de la competición, son unos jueces de guardia, deben decidir en un escasísimo período de tiempo y tienen que buscar el acierto dentro de los parámetros de la justicia. Pero cada vez es más evidente que desconocen los sentimientos y lo que se juegan los profesionales en el césped y de ese lastre quieren hacer su principal virtud, por lo que su capacidad para destrozar partidos por su incompetencia y su protagonismo es suma.

En Balaídos se presentaron un competente Real Zaragoza y un doliente Celta, reñido con la victoria ante sus aficionados. El partido comenzó con los mejores augurios para nuestro equipo, superior y letal en su ataque, forzando a Pinto a realizar dos grandes paradas, pero un genial centro de Pablo Aimar y al contundente remate de Diego Milito, que supuso el gol zaragocista. La fiesta hubiese continuado pero un invitado que debía haber mantenido su papel secundario quiso lucirse él solito, y Rubinos rompió el partido con una expulsión por doble amonestación a un Zapater incrédulo. El Celta vio el cielo abierto y Víctor decidió pertrechar el mediocentro con la entrada de Movilla. A partir de entonces vimos un quiero y no puedo de los vigueses, muy poco sinuosos y con movimientos atacantes repetitivos y controlables y un Real Zaragoza de defensa ordenada y poco más.

Sólo disfrutó el Celta de dos oportunidades claras para empatar en la primera mitad, y en la segunda parte ni eso. Más no lo hizo falta crear más ingenio para equilibrar el marcador; César, de nuevo con la mano blanda, cometió un error de bulto que permitió a Baiano lograr el empate. A partir de entonces el Real Zaragoza se lanzó a por la victoria y Diego Milito en dos ocasiones estuvo en un tris de acertar con el marco de Pinto, pero no fue así. La impresión final es que si el partido se extiende unos cuantos minutos más nuestro equipo hubiese acabado, a pesar de las adversidades, con el triunfo final.

El equipo maño se está convirtiendo en un “grande” con el paso de los partidos. La solvencia en el correcto manejo del tiempo en el de Vigo fue importante, con entrega e inteligencia a partes iguales, capacidad para solventar grandes problemas y buena capacidad resolutiva. Estos partidos son los que acaban pesando en la balanza imaginaria de los hechos de una plantilla, son los que marcan una impronta, la de un equipo en crecimiento y sin un techo visible. En ocasiones un aficionado encuentra más atractivo en la demostración de la solidez que en la fantasía exagerada, y puede que veamos a nuestro club en el camino de conjugar ambas propuestas.

César Sánchez: era un grandísimo portero pero… quizás se ha pasado su tiempo. A un guardameta se le debe exigir que pare lo parable y que sea seguro en los balones por alto y el cacereño lleva sin cumplir ambos requisitos durante esta temporada. Sus salidas a destiempo en los balones que vuelan del cielo nos han costado algún gol y en ocasiones se muestra inseguro en el blocaje. Puede ser un bajón ocasional, puede ser definitivo, pero lo cierto es que duele mucho perder dos puntos como los de ayer por un fallo tan mísero como el de César. Por el bien del Real Zaragoza ¡recupérate!

Por Jeremy North

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