La fortuna ausente | La Lupa

Real Zaragoza 1 – 1 Dep. Coruña

Desde el principio de los tiempos, tanto en la mitología clásica como en la cultura popular, se habla de la fortuna como una entidad intangible distribuidora de éxitos o fracasos. Muchos han querido explicar los criterios por los que se rige, desde aquellos que atribuyeron a una diosa la capacidad de repartirla, hasta los matemáticos que tras el racionalismo cartesiano, la redujeron a una mera cuestión de probabilidades, descubriendo las leyes científicas que permiten saber cuando algo es fruto del simple azar, o cuando no lo es. En el mundo del fútbol, se suele hablar de que la suerte hay que buscarla, que el que más veces lo intenta, más consigue. En ese sentido, el fútbol es más racional que místico. Sin embargo, en ocasiones pasan cosas que, agotado el discurso lógico, dan que pensar en brujas y sortilegios varios. El Real Zaragoza, en su afán por equilibrar un marcador contrario, se estrelló una y otra vez contra una especie de muro inmaterial. Al final, sólo pudo quebrar la veleidad de la fortuna en forma de pena máxima. Que ya es quebrar.

Desde la derrota frente a Osasuna, y con la estridente excepción de la victoria ante el Sevilla, el equipo parece extraviado, inmerso en una nube de indefinición, como cuando a un bailarín le abandona el ritmo que le ha hecho triunfar. Poco a poco se ha ido perdiendo esa especie de toque de gracia que se poseía en última instancia, ese don del gol tan valioso y tan volátil que cual espíritu juguetón, tan pronto está presente como que se evapora y desaparece. A ello contribuyen por supuesto los rivales, que a mitad de temporada han tenido tiempo más que suficiente para estudiar las novedades que nuestro proyecto ofrecía. Montar un autobús empotrado en el campo propio es el resultado, por lo que se ve, de tan sesudos análisis. Nos lo mostró el Recreativo de Huelva, y este domingo, lo hizo el Depor, si bien lo de los andaluces fue más escandaloso. Los gallegos, al menos, esperaron a marcar un gol para tabicarse.

Tampoco el Zaragoza fue el mismo. En esta ocasión no se dejó escapar tanto el tiempo como contra los onubenses. Aún así, el primer tiempo fue un ejemplo de desorganización. El centro del campo no funcionó y la delantera se mostró activa pero deslavazada. Por momentos se acorraló al rival, a base de coraje y arranques individuales, pero de forma apelotonada y sin una urdimbre colectiva coherente. Aimar dejó escapar una gran ocasión, preludio de lo que vendría después: una sucesión de paradas, postes y otros peligros sin fruto que iban generando en el público una sensación de ansiedad progresiva digna de una final. Pocas veces se ha visto tanto alivio ante un gol que apenas sirve para un empate en casa. Pero había que terminar con esa muralla, ya fuese mística o real. Vamos, que había que meterla.

Los canteranos: descontando a un Zapater siempre en su puesto, bastión ya indiscutible en este equipo, era un día para observar a Chus Herrero, Lafita y Longas. Todos dispusieron de minutos y ninguno defraudó. Chus se mostró fuerte, prudente en las subidas, pero con buena técnica en los centros. Lafita aportó también presencia, aunque se vio envuelto en el desorden general. El joven Longas salió a jugar tras la lesión de la estrella Aimar y con el equipo perdiendo. Se daban los ingredientes esenciales del mito del héroe: joven que, guiado por un mentor, parte de la nada y se erige en adalid de una victoria contra un mundo hostil. Longas-Skywalker no derrotó a los malos, pero dejó ver maneras, y hay que confiar en él, aunque no se llame Diego Armando Longasio. Si ha de triunfar o fracasar en primera división, todavía está por ver.

Era éste un partido importante, incluso crítico, una oportunidad más para agarrarse a las cuerdas que llevan a las cumbres, una suerte más para dirimir hacia donde hemos de mirar, si hacia arriba o hacia abajo de la tabla, si con la frescura de un joven león que tiene hambre de Champions, o con la rabia de uno viejo que no quiere perder el sexto puesto que a duras penas mantiene. Al final, una nueva oportunidad que se escapa. No se puede decir que no se intentase, pero la fortuna no estuvo de nuestro lado. Se deberá seguir luchando mientras pensamos que los baches suceden siempre a casi todos los equipos, y que alguna vez saldremos de ahí, pues el espíritu del gol puede volver en cualquier momento. Esperemos que cuando lo haga no sea demasiado tarde para seguir siendo ambiciosos.

Por Gualterio Malatesta

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