Podemos hacerlo | La Lupa

Real Zaragoza 2 – 1 Sevilla

Tocaba empezar el año, y no es menosprecio sino alabanza, contra el chulo del barrio. Son cosas que pasan. Tu llevas tu vida, vas haciendo tus cosas, resolviendo tus entuertos y saliendo al paso con lo que eres o con lo que tienes, rascando de quien se puede o se deja y procurando no ser rascado, cuando a la vuelta de una esquina o, como en este caso, de unas navidades, te encuentras de frente con el chulo, el que todavía no es el amo pero lo pretende, el bonito, el más repeinado y galanesco. Aquel, en suma, a quien su fama le precede. Y vaya fama: campeón europeo, líder de la liga española, retador de Barcelonas y Madriles, máquina de jugar al fútbol, paradigma del juego físico y conjunción táctica y trayendo entre sus filas a un tal kanouté, máximo goleador de la liga. Vamos, como para entender lo que debían sentir los rubitos y pecosos granjeros del lejano oeste ante el grito de “que vienen los indios” con Toro sentado dispuesto a escalpar cabelleras por doquier.

Pero como decíamos, la vida es así, y hay que vivirla. No somos hermanitas de la caridad ni los cobardes de la pradera. Si hoy toca el “number one”, pues se le lucha, que si no le podemos, ya se verá. Ni el entrenador ni los jugadores se arrugaron en absoluto, planteando desde el primer momento una batalla por el poder. En el Real Zaragoza hay jugadores de alto nivel, de esos que se motivan cuando el rival es grande. Y el domingo estuvieron a la altura desde el primer momento. El Sevilla empezó mostrando algunas de las razones por las que está ahí, con sus jugadores componiendo jugadas a gran velocidad. Pero la defensa y el centro aguantaron bien. Atrás, el mariscal se erigió sobre su propio prestigio, demostrando en todo momento gran concentración y acierto.

Los entrenadores, en la soledad de sus reflexiones, a veces alumbran ideas nuevas. Pocas de esas ideas ven la luz. Ayer Víctor sorprendió con la inclusión de Pique en el centro del campo. Con ello se ganaba en poderío físico, pero el efecto secundario fue ver a un Zapater asumiendo repentinamente la condición de veterano. Pasaron por sus pies más balones que nunca cuando el equipo atacaba y se le vió mas desenvuelto que cuando juega junto a Movilla o Celades. Tras el segundo gol, se volcó en labores defensivas, incurso en el repliegue general del equipo.

El Sevilla no se rindió jamás. Les anima un espíritu de victoria muy fuerte, y hasta el último segundo asediaron la portería de César, que estuvo a la par certero y afortunado. Pero tal empuje no fue suficiente para empatar a un Real Zaragoza que lanzó dos zarpazos letales y que supo utilizar sus recursos defensivos sin caer en los nervios del novato, cosa que muchos nos temíamos. El equipo demostró saber a qué jugaba en cada momento, a pesar de la flojera final. El bajón físico, que quizás hubiese pasado desapercibido contra rivales de menor empaque, resultó más evidente por la comparación con el derroche ofrecido por los otros. Esperemos que la recuperación en este terreno sea satisfactoria y no la semilla de un problema.

Fue un gran partido, de poder a poder, y con multitud de detalles para elegir. Incluso cuando sonaba el final de la contienda legal, brotaba la ilegal, con riña de estilo bajuno y ancestral, como suelen acabar dos gallos que no saben retroceder. Fue el peor sitio y el peor momento, cuando el árbitro y los demás jugadores ya estaban, unos resignados y los otros celebrando la victoria. Esperemos por el bien del deporte que estas cosas dejen de suceder.

Más allá de historias paralelas o mediáticas, El Real Zaragoza demostró que está ahí y que no se arredra, que puede vencer a cualquiera, por muy almibarado que se presente, y que es un rival a tener en cuenta. Cuanto más tiempo pase antes de que se enteren los demás, mejor para nosotros. Seguro que muchos de los jugadores, antes de empezar el partido se dijeron: “Ganar al líder. Podemos hacerlo”. Por supuesto que podían hacerlo. Eso, y muchas cosas más.

Por Ron Peter

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