Voluntad de poder | La Lupa

Rácing Santander 0 – 2 Real Zaragoza

¿Qué es bueno? Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo en el hombre.
¿Qué es malo? Todo lo que tiene su origen en la debilidad.
¿Qué es felicidad? El sentimiento de que el poder crece, de que se está superando una resistencia.

El a menudo incomprendido y maltratado Friedrich Nietzsche escribió esas líneas en 1.888, apenas unas semanas antes de su muerte en el capítulo II de su obra: El anticristo. Anatema contra el cristianismo. En ellas, condensó el principio en torno al cual giró toda su filosofía, la voluntad de poder cómo el único motor para el crecimiento del individuo y la sociedad, cómo superación de un pasado caduco y su evolución hacia un futuro mejor.

Y esa voluntad es la que debe aplicar el Real Zaragoza si quiere estar entre los grandes de la liga de las estrellas. Aparentemente, la visita a un diezmado Racing era una oportunidad que un equipo con aspiraciones de grandeza ni podía, ni debía desaprovechar. Pero el comienzo bullidor y físico de los Cántabros bastó para monopolizar un balón mansamente entregado al rival por la apatía zaragocista.

Pueden hacerse varias lecturas, incluso contrapuestas, de ese primer tiempo que nos tocó sufrir en El Sardinero. ¿Jugó mal el Zaragoza o presionó y luchó muy bien el Racing? Sea cómo fuere el Real Zaragoza era una triste sombra alargada del calvario que sufrimos hace una semana en la Romareda. Sin el balón, sin llegada… pero enormemente serio atrás. Y esa es la gran diferencia. El Real Zaragoza no encaja goles con la facilidad pasmosa con la que lo hacía antaño. Y eso te deja vivo, aunque malparado. Habitualmente las diferencias entre el débil y el poderoso se difuminan cuándo el pequeño opone todas las armas de las que dispone y se entrega al ciento por ciento de sus posibilidades.

Lo que ocurre es que esas armas no fueron suficiente porque no supieron o no pudieron hacer mella en la estructura zaragocista. Afortunadamente el poderoso marca diferencias mediante eficacia y contundencia. Y exactamente eso es lo que hizo el Zaragoza. Dos zarpazos letales fueron la respuesta al inofensivo juego del Racing. La primera andanada la fabricó, cómo no, Pablito Aimar, con un extraordinario control orientado, galopada en vertical hacia el área rival y asistencia al Príncipe para que con un obús por raso, en el primer tiro entre los tres palos del Real Zaragoza, consiguiera el gol maño, poniendo por delante a los blanquillos, igualando a sus rivales en la lucha por el Pichichi, que habían marcado la tarde anterior, y de paso, sumiendo en una profunda depresión a los santanderinos, que habían derrochado esfuerzo y se encontraban con que de un plumazo y sin aparente necesidad de emplearse a fondo, el poderoso acababa de causar una herida grave en el entramado racinguista.

La salida de Ángel Lafita por un oscuro Sergio García, que sigue sin ver puerta (y eso, dicho con todo el cariño del mundo, ni es nuevo, ni es bueno para un delantero y la sombra de Ewerthon es alargada) revolucionó el partido y durante unos minutos generó ocasiones de apuntillar a un desorientado Racing que veía cómo la vanguardia Zaragocista perforaba una y otra vez la débil resistencia que ofrecía. Un magnífico pase de Ponzio (pase, créanlo, no un aventamiento dirigido, sino un pase y excelente además) habilitó al canterano que se plantó solo ante toño y con mucha sangre fría le batió metiendo el esférico entre sus piernas. Gol e inmensa alegría para Ángel y para su afición que ya tenía ganas de que su esfuerzo y sus buenas maneras tuvieran la recompensa que le hizo besar el escudo del león rampante y recibir la cordial felicitación de los demás de la partida y una muy especial de Alberto Zapater. Tocado y hundido. Por si no había sido suficiente su “desplome” en el área del rival fue visto cómo penalti por el trencilla de turno, penalti que, debo confesar, me pareció muy claro en vivo, pero vista la repetición es claramente inexistente. Desgraciadamente Milito marró la oportunidad y desperdició la ocasión de colocarse Pichichi en solitario.

Poco más se puede decir de un partido en el que visto el resultado, es difícil sostener el argumento del mal juego blanquillo. Quizá la visión optimista con la que prefiero quedarme es que el Racing supo jugar pero no matar… Y la debilidad se paga, El Real Zaragoza impuso su mayor poderío porque tiene armas de destrucción masiva en su plantilla, porque tiene a Pablo Aimar, porque tiene a Diego Milito. El problema todos lo vemos, la plantilla está inacabada, pero Roma no se hizo en tres días. Es evidente que nuestro principal problema es la escolta a Zapater, que debería darle mayor salida al balón, ante el derroche físico del ejeano. Ayer Ponzio jugó un buen partido, pero no nos engañemos. Esa es nuestra asignatura pendiente y cuando Zapater falla… Mejor ni recordarlo… Confiemos en los técnicos y dejémosles trabajar. El punto de partida del nuevo proyecto no podía ser mejor, así que cómo dice el viejo lema de los dibujos animados “no se vayan todavía, aún hay más”

No obstante, gracias a esa mayor calidad técnica y su demoledora eficacia, el Real Zaragoza recupera puestos de Champions y el sueño de la afición que por momentos corrió el riesgo de ser sólo eso, un bonito sueño, sigue vivo una semana más. Y la semana que viene nada más y nada menos que el Valencia, una nueva piedra de toque que nos permitirá calibrar si debemos despertar de esta felicidad que nos crea el ir poco a poco venciendo todas las resistencias o podemos seguir esperanzados en que este año, sí.

Por Gualterio Malatesta

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