Las alas de Icaro | La Lupa

Real Zaragoza 2 – 1 Murcia

Decía Marcelino antes de empezar la jornada que el Murcia era un rival engañoso, que tenía más peligro que el que parecía decir su posición en la tabla y que según transcurriese el partido ofrecería una versión u otra. Si recibía un gol pronto, se vendría abajo atenazado por los nervios y la ansiedad. Pero si marcaban ellos primero, ganarían en seguridad y nos pondrían las cosas muy difíciles. Podía haber sucedido lo primero, pero no fue así y el Murcia marcó temprano, en una desafortunada jugada que nos devolvía a los viejos temores. Durante toda la semana se había hablado de la necesidad de enlazar dos victorias seguidas, de que era el momento, de que ya tocaba…, etc…Cuando se habla mucho de que ojalá tal cosa ocurra, acaba por parecer que va a suceder seguro, surge el exceso de confianza y aumenta notablemente el riesgo de desastre. Y esto fue –el desastre- lo que durante una hora larga se barruntó en la Romareda.

El Real Zaragoza empezó suelto, con la creencia de ser superior y con la recarga anímica aportada por la última victoria, pero los fallos individuales frente al marco contrario fueron poco a poco minando esa sensación. Cuando llegó el gol del Murcia, todo se trastocó. De repente, lo que era la confirmación del glorioso resurgir del ave fénix se convertía en el descendimiento apresurado y sin control de un Icaro que pagaba muy cara su soberbia. Afortunadamente, las alas de nuestro equipo, al contrario que las del hijo de Dédalo, lograron mantener una mínima ligazón, que fue asentándose durante el paso de los minutos, siendo el basamento de una trabajada victoria.

Durante todo el tiempo que duró la ventaja del contrario, las sensaciones del público pasaron por varias fases. Al principio parecía que la remontada era accesible, mas el tiempo jugaba en contra, y los murcianos se tabicaban cada vez mejor, siguiendo la doctrina clementista tan conocida. Tras el descanso, el Zaragoza decidió (o le salió) meter una marcha más, aunque la cosa seguía sin fluir. En el centro del campo, Gabi no tenía su tarde, y Jorge López, a quien le han bastado pocos encuentros para demostrarnos a todos que es un gran jugador dotado de criterio y técnica, se desaprovechaba en la banda. El entrenador confía en él para esa posición, y no lo hará mal, porque este chico será bueno en cualquier sitio, pero…quizás haga más falta en la distribución del juego.

Los cambios fueron acertados. La presencia de Zapater fue decisiva para cerrar el campo contrario y establecer los límites del nuevo partido. A partir de ese momento no habría tregua. Una secuencia de varios saques de esquina seguidos fue la muestra de que el Real Zaragoza no se iría ya de esa área hasta que no acabase el balón dentro. Como dijo alguien muy cerca de mí en ese momento: “Esto no tiene más que un final”. Tras el gol de un regenerado Pavón, el equipo se aplicó con denuedo en la tarea de arrollar. Al final, un gol de Oliveira –otro de los cambios- sentenció el asunto.

Por momentos, el Real Zaragoza recordó a esos equipos grandes que todos tenemos en mente, que empiezan mal los partidos y sabes que terminarán ganando a base de constancia. Si se ganó esta vez fue gracias a la fuerza, la lucha y el convencimiento en sí mismo. Empezó muy mal, sin conjunción, como si cada pluma de sus alas intentase volar por su cuenta, pero terminó ensamblado, con su estructura compacta, y ahí estuvo la clave. Cuando este equipo juega en equipo, cuando se hilvanan las jugadas, ahí están los delanteros para terminarlas.

Tiene razón Marcelino en quejarse y quizás también en hablar de “paso atrás” en los aspectos tácticos y técnicos, pero la moral y los puntos que aportan esta nueva victoria, así como el hecho de haber sido capaz de concatenar dos victorias seguidas y sobre todo, sobre todo, de remontar un resultado adverso, sin duda son “un paso adelante” en la construcción de un sentimiento de unión, de equipo, orientado hacia el resurgimiento, hacia las alturas. De momento, nuestro Icaro zaragocista salvó el vuelo y consiguió remontar, pero aún no es ni mucho menos esa ave soñadora, grácil y fulgurante que vuela hacia el sol. Hay que seguir trabajando la estructura.

Por Ron Peter

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