Cariño, ya estoy en casa | La Lupa

Real Zaragoza 3 – 1 Córdoba

Dicen que la vida es un cúmulo de experiencias, algunas buenas, algunas no tan buenas y otras horribles que acaban componiendo un todo y aportando algo a nuestra existencia. No es fácil obtener conclusiones positivas de tragos amargos, pero, aunque no cura, el tiempo acaba haciendo que seamos capaces de asumirlo casi todo.

La temporada pasada, el descenso, fue un suplicio, una temporada para el olvido, un mazazo que dejó a gran parte de la afición muy tocada. Muchos se quedaron en el camino, se bajaron del barco, decidieron que ya estaba bien. No son ni mejores ni peores que los que haciendo de tripas corazón decidimos quedarnos ahí, al pie del cañón, sufriendo, tragando, simplemente no podían más y tiraron la toalla.

Pero hasta en estas situaciones se puede hacer una lectura positiva. Porque muchos miles decidieron que era una cuestión de orgullo, de casta, que era una obligación moral defender al equipo que amamos y que íbamos poner todo nuestro corazón y nuestro empeño para devolverlo al sitio que se merece.

Hemos tenido que soportar muchas humillaciones, hemos pasado una temporada durísima, hemos visto poco fútbol, pero el sábado en La Romareda se cerró el círculo y todo tuvo otra vez sentido. La explosión de júbilo, de alivió el estallido de pasiones que pudimos disfrutar en el viejo municipal nos compensó con creces de todo el sufrimiento pasado, porque hemos vuelto, porque nos lo hemos ganado a pulso, porque el equipo y su afición han recuperado su conexión y ahora podemos decir que ha merecido la pena.

La Romareda vistió sus mejores galas para despedirse de la segunda división, para decirle adiós a dos años de sufrimiento y darle la bienvenida a una nueva era, a una nueva etapa en la vida del Real Zaragoza y del Zaragocismo. Es difícil, pero ahora no podemos pensar en otra cosa, tenemos que intentar creérnoslo, porque no hay otro camino. Por aquellos aficionados que dieron una lección en Salamanca, por los que se han desplazado tantas veces para ayudar a su equipo, los que han estado ahí de verdad desde el principio, los que se han comido las uñas hasta el dedo, los que han sufrido este horroroso paso por la segunda división, los que han demostrado que el fútbol no es un chiringuito para mercachifles sino algo muy grande, que merece mejor trato, que exige otra actitud. Aquellos que el sábado tenían los ojos llenos de lágrimas. Todos ellos merecen un respeto y demuestran la grandeza de este equipo y de sus aficionados.

No sé que será de nosotros la próxima temporada y de hecho ni siquiera quiero pensarlo ahora, porque el sábado el Zaragocismo vivió otra de esas grandes noches para la historia. Esta vez no era un título, pero era enormemente importante porque estaba en juego no sólo el ascenso, sino la propia supervivencia de una entidad que de haber continuado en segunda corría serio riesgo de desaparición. Cómo aquel masivo desplazamiento a Logroño, cómo aquella mítica noche de la promoción. Y podremos decir con orgullo que nosotros estábamos allí, que, una vez más fuimos parte de esta magia, de ese enorme estallido de felicidad y que de nuevo demostramos qué es el Real Zaragoza y la enorme fuerza de este sentimiento.

Esta temporada se han demostrado, además, muchas cosas. Un equipo de fútbol necesita, claro está, buenos jugadores, pero desde luego necesita compromiso. El compromiso que nos ha dado Doblas, la garra de Ponzio que no ha perdido un solo partido en toda la temporada, de Gabi que se transformó en un pulmón, la ocasional magia de Jorge López. El ejemplarizante compromiso de todo un señor del fútbol como Ayala, que podría haberse dedicado a pasar con comodidad sus últimas temporadas en activo pero que decidió tomárselo cómo algo personal y dejarse los huevos en el intento, el tremendo sacrificio de Javier Arizmendi luchando cada minuto sobre el césped, el acierto rematador de Ewerthon, que aún lesionado durante varios momentos de la temporada ha alcanzado cifras de récord. El cariño de nuestros canteranos, encabezados por Goni y por Ander Herrera que nos ha devuelto la ilusión y nos ha demostrado que la magia no es privativa de los jugadores foráneos y sobre todo el enorme amor por estos colores de Alberto Zapater que el sábado se emocionó y lloró al recibir una de las ovaciones más estruendosas, merecidas y justificadas que he tenido la suerte de ver en todos mis años de zaragocista e hizo emocionarse y llorar a media Romareda. Porque eso es el Zaragocismo, un sentimiento ese enorme abrazo colectivo entre los jugadores y la afición, esos cánticos, esas lágrimas, esos sinceros abrazos, esa explosión final, mezcla de alivio, emoción, júbilo, satisfacción y desahogo.

Ha sido muy duro, pero también ha sido muy grande y muy bonito. Y nos ha demostrado que no necesitamos a figurines besaescudos, sino que al fútbol juegan hombres, no nombres. Nos ha demostrado que ni los más inútiles e inoperantes dirigentes pueden parar esto, porque el fútbol es un sentimiento y cómo tal irrefrenable e incontrolable. Ahora tenga la dignidad de estar a la altura de este grupo de jugadores y de esta EXTRAORDINARIA afición. Y si creen que no van a estar a esa altura, lárguense de aquí. El Real Zaragoza es patrimonio de su afición, de sus seguidores y cómo dice la canción, ¡¡pobre del que quiera robarnos la ilusión!!

No quiero acabar sin hablar de Marcelino y de todo su equipo técnico. Lo han pasado mal, el asturiano se ha jugado su prestigio y ha demostrado que es un magnífico gestor de equipos. Ha sabido depurar la plantilla, motivarla, empujarla y al final ha acabado no sólo cumpliendo con el objetivo sino reconciliando a la grada con el equipo y eso, creo yo, era aún más difícil que ascender. Ese es, en mi opinión, el milagro de Marcelino.

La fiesta del sábado debe ser el principio de algo nuevo. No debemos volver a cometer los errores del pasado. Queda mucho trabajo por hacer, pero ahora sólo quiero gritar, saltar y festejar que el Real Zaragoza vuelto a primera y lo ha hecho para quedarse. Y ojalá esto sea el principio de una buena época, que ya estamos más que hartos de sufrir y ahora nos toca disfrutar.

Y mal que les pese a aquellos que nos han acusado de tantas imbecilidades, a los que no han sabido aceptar su derrota de forma deportiva, vamos a dar un hachazo en las puertas de la primera y, asomándonos cómo Jack Nocholson en el Resplandor, gritaremos eso de «Cariñoooo, ya estoy en casa…»

Por Gualterio Malatesta

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