Desde la humildad | La Lupa

Real Zaragoza 2 – 0 Las Palmas

Por circunstancias que no vienen al caso, el sábado llegué andando a La Romareda por una ruta no habitual, pero coincidente con la que seguía hace años, cuando era más joven, cuando todos los partidos eran en primera división, y existía una confianza casi rutinaria en el equipo. Tomando la salida del parque que mira hacia donde se unen Isabel La Católica y Fernando el Católico, y afrontando la visión del Coliseo Zaragocista, viejo y carcomido pero digno, desde esa perspectiva en contrapicado que amplifica su grandeza histórica con la magnitud apabullante de sus muros cual quilla de gran barco, no pude por menos que añorar las tardes en las que íbamos a ver ganar a nuestro equipo. A veces, de forma sosa, se empataba, y muy pocas veces se perdía, pero, de normal, metíamos un gol, luego otros -a veces no hacía falta- y los aficionados veíamos como se ganaba. Que era a lo que habíamos venido.

Pero vivimos tiempos de andar entre brasas, y no hay pisada sin humo ni dolor. La tranquilidad y la autocomplacencia quedan aún lejos, y no llegarán hasta que termine el camino de la expiación. Este camino está lleno de peligros y de trampas, y aún saliendo con bien de un paso, no hay que fiarse. Hace tres semanas, tras la derrota contra el Rayo y la decepción generalizada tras el mercadeo invernal de fichajes, nada pintaba bien. Sin embargo, y pese a las ausencias de artilleros de insípida eficacia y pésima experiencia, o a las más dolientes de jóvenes y maduros mancillados por las lesiones, el equipo sale adelante con rabia y tesón. Está claro que hay catarsis, que se han producido cambios, que los jugadores han dado un paso adelante, se han concienciado y se han hecho más equipo. Todo el mundo lo ve. Somos quizás menos temibles, pero estamos más apiñados. De una forma difícil de entender, casi inaprensible, los componentes del equipo se han visto con una responsabilidad que antes no tenían, o no sentían. Pero a veces, los disparos del enemigo que hacen caer a tu gente, le dejan a uno en primera línea. Y entonces, como dijo aquel: “No queda sino batirnos”.

El partido contra Las Palmas fue un proceso continuo, una carrera de par ámetros más o menos constantes, un ejercicio de dominio no agobiante ni exento de sustos, pero con el objetivo marcado e ineludible de la victoria. El primer gol llegó pronto, y ello proporcionó una primera confianza. Pero tampoco era muy descarado el control del partido. Era más bien solapado, sin alardes. El equipo rival no parecía tan peligroso como otros que ya han pasado por aquí. El centro del campo zaragocista siempre pareció llevar las riendas, incluso cuando la necesidad más apretaba a los canarios. Si algún temor recorría los nervios de la grada, provenía más del recelo en el autofallo, en la inseguridad de una defensa de circunstancias, que en el acierto de los contrarios. Al final, como consecuencia de ese proceso continuo, de esa insistencia, llegó el segundo gol, y la confirmación de una victoria que por fin, y aún con algún suspirillo, seguía al fin los cánones del guión de un partido normal.

En los experimentos en laboratorio, cuando no se conocen bien los efectos de las causas, ni las causas de los efectos, se sigue el sistema de “ensayo y error”, y a veces se acierta. Marcelino, obligado por los hechos, va montando el equipo como puede, y hay piezas que le están respondiendo aún lejos de los puestos para los que se pensaba iban a encajar. Otras piezas simplemente cumplen que no es poco, y otras sorprenden. Arizmendi y Songo’o se sueltan un poco más cada día, Gabi y Generelo van cogiendo el tono, Zapater y Paredes van cumpliendo y ya no son los únicos que corren en este equipo. Lo de Goni fue una desgracia con todas las letras, pero hay que pensar que muchos grandes jugadores tienen una lesión larga en sus carreras y que salen adelante. Ander Herrera es un buen jugador. Muy bueno. Es como una pincelada de color en un cuadro sobrio pero poco llamativo. Toca la pelota rápido y piensa más rápido aún. Además tiene inquietud y prisa, está ansioso por jugar y triunfar. Es una señal de esperanza en el futuro.

Pero como queda dicho, el camino está lleno de trampas viscosas, y ahora vienen curvas. Probablemente dentro de dos partidos estemos fuera del ascenso, pero no habrá que reblar. En esta carrera de fondo en la que nos hallamos inmersos, parece que se está gestando una escapada, y no hay que perder la cabeza del pelotón. Ahora, que ya asumimos desde la humildad que somos un equipo más, sin prepotencias pero sin complejos, de los que buscan el ascenso.

Por Ron Peter

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