El enemigo interior | La Lupa

Alicante 0 – 3 Real Zaragoza

A aquellos que pudimos presenciar, allá en la primera vuelta de la liga, la visita del Alicante en La Romareda, no nos resultó sorprendente la endeblez que el conjunto levantino mostró este sábado en su propio estadio. Más curioso nos resultó la solvencia de nuestro propio equipo. En efecto, quizás debido a una larga travesía por el desierto de la inanición deportiva, o fruto tal vez de la sempiterna desconfianza aragonesa, no nos acabábamos de creer que nuestro Real Zaragoza estaba dominando claramente un partido fuera de casa, saliendo a arañar desde el primer minuto de juego, a poseer, a templar y a mandar, a decir “aquí estamos nosotros y vosotros nos dais igual”.

El partido fue de los blanquillos de principio a fin. Por fin vimos a un equipo de primera, con una autoridad tranquila y persistente, no impaciente ni nerviosa, ejerciendo un control pausado unas veces y acelerado otras. Más rápidos que los contrarios, más técnicos, robando balones, y acuchillando una y otra vez las líneas defensivas alicantinas. Marcelino se la jugó una vez más con el sistema del único punta, venciendo a la tentación de alinear a Ewerthon desde el principio, en aras de la máxima futbolística aquella que dice: “si algo funciona, no lo toques”. Al final hubo pastel para todos. La flecha humana salió del banquillo desde la humildad, pero con la avaricia del goleador que es. Y obtuvo su resultado. En un ejercicio de voluntarismo que sólo pueden hacer quienes se sienten capaces, el Zaragoza sabía que iba a ganar, porque necesitaba ganar.

No siempre fue así. Ahora, echando la vista atrás y viendo el camino más recientemente trazado, con esas tres victorias fuera de casa seguidas, es fácil pensar en que era fácil. Pero no. Nunca lo fue. Ni siquiera ahora. Lo que pasa es que hemos aprendido. Es largo el camino de salida del infierno, muy largo y lleno de trampas, y mucho más largo para el caminante que lo empieza desde la decadencia más áspera, desde el fracaso. Pero el mismo camino que engaña y cansa, también fortalece al que lo recorre, si sabe aprender de las vicisitudes y sobreponerse a las adversidades.

Cierto es que seguimos en la segunda división y que la calidad tenía que acabar imponiéndose con el tiempo, pero el Zaragoza, además de a sus propios rivales en la categoría, tenía un enemigo diferente, y más difícil de superar. Ese enemigo residía en el interior, cual trauma freudiano anidado en el inconsciente, se alimentaba de nuestra inseguridad y generaba miedo a vencer, miedo a ser grandes. Doblegar a ese enemigo era el primer paso para abrirse al mundo con chulería y desparpajo. La gloria habrá de esperar todavía, pero mientras tanto, la confianza ya está aquí.

El equipo se encuentra sin duda, en el mejor estado anímico de la temporada, construido sobre las victorias y sobre el paso firme con el que seguimos el ritmo del ascenso, y esto ocurre además en el momento crucial. Podría haber sido un poquito antes, pero no nos quejemos, con la que ha caído sobre este equipo –y lo que sigue cayendo- en forma de recorte de recursos, lesiones, errores arbitrales, adversidades judiciales y onerosas, podemos sentirnos contentos de estar ahí. Otras temporadas, con otras condiciones competitivas, el bagaje alcanzado a cuatro jornadas del final parecería suficiente para conservar un colchón de tranquilidad, pero las circunstancias son las que son. Hasta hoy, cinco titanes se repartían la esperanza. A día de hoy, algunos han empezado a fallar. Ello es reconfortante para nosotros, si bien no debemos caer en la autocomplacencia pues nada hay ganado todavía.

Ahora, mas que nunca, hay que mantener la frialdad, ser más profesional que nunca, equilibrar la alegría de los triunfos con la concentración necesaria para sacar los partidos adelante, y seguir en la línea de la batalla, avanzando hacia el objetivo de forma decidida e inexorable.

Por Ron Peter

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