El muro | La Lupa

Real Zaragoza 1 – 0 Girona

En 1982 se estrenaba una película con un título corto pero contundente: “The Wall” (El muro): una obra construida sobre la música de Pink Floyd. El muro en cuestión se refiere a la barrera que entre sí y el mundo va levantando el protagonista, incapaz de afrontar por más tiempo la realidad que le rodea. Es una película, para aquellos espectadores no excesivamente afectos a la cultura del rock, cuando menos, “rara”, pero que hace reflexionar sobre la forma en que la psique nos protege del mundo exterior cuando no sabemos afrontarlo.

En el mundo competitivo las barreras las levantan aquellos que se sienten más frágiles que el oponente, aquellos que a priori piensan que no son lo suficientemente fuertes para luchar a campo abierto. El Gerona vino a plantar una pared en La Romareda y a verlas venir. Instauró desde el primer momento una triple barrera defensiva, presionante y ocupada únicamente en contener al rival, abjurando de toda pretensión de jugar al fútbol. En ciertos casos puede ser un recurso obligado, pero hacer de esa carencia una virtud y además sentirse orgulloso de ello –a tenor de las declaraciones de su entrenador- resulta lamentable para el fútbol como espectáculo. Pero bueno, es la segunda división.

El partido empezaba con buenos augurios, un viento a favor que soplaba desde Jerez, y un optimismo anclado en el “esta vez parece que sí…”. En resumen, el escenario ideal para una nueva decepción, para un nuevo empate mísero y ramplón. Y así parecía que iba a acabar el partido tras hora y media larga de asedio sólo pausado por algunos breves y puntuales despistes defensivos que afortunadamente no tuvieron consecuencia. El Real Zaragoza no hizo un gran partido, pero sí que mantuvo durante todo el partido la actitud consciente de que debía, pura y simplemente, vencer.

El entramado defensivo de los Gerundenses de Gerona empezó a ceder con la expulsión de uno de los suyos, y el dominio territorial aragonés se tradujo en una mayor frecuencia de aproximación a puerta, donde aguardaba un portero llamado Ponzo, que firmó aquí una de sus mejores tardes. La resistencia declinó definitivamente tras una jugada magnífica: un pase perfecto del joven Ander Herrera que, sin duda, merece la pena ver repetido varias veces. Es increíble como Ander observa la intención de Braulio al iniciar una diagonal, y como expide el balón hacia la dirección más diáfana, en una trayectoria rasa y rectilínea, con la suavidad quirúrgica de un experto cirujano, buscando no ya la posición presente de Braulio, sino la posición futura, mandando y colaborando a la vez, siendo al tiempo compañero pasador y director ordenante que dijese: “Toma, ve ahí donde te digo, que hallarás el balón”. Braulio, a la usanza de los héroes antiguos, asume su rol de ejecutor supremo y tras detener el balón, se revuelve inculcándole su último destino: el fondo de las mallas rivales. Fin de la historia y explosión del público tras el largo sufrimiento contenido. El Real Zaragoza sigue en la lucha, sigue con una actitud excelente en la firme esperanza del objetivo final, pero los rivales de arriba no ceden y el camino no será sencillo. Nos aguardan días intensos.

Por Ron Peter

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