No es suficiente | La Lupa

Alavés 2 – 2 Real Zaragoza

Vivimos inmersos en tiempos de zozobra e incertidumbre. Cumplidos los dos primeros tercios de esta liga que nos toca, el objetivo primigenio con el que se partió al principio, el de estar a estas alturas en posiciones de ascenso aunque fuera sin contundencia, no se está cumpliendo. Se requería una adaptación a la categoría, y si bien no se preveía corta, cierto es que está resultando más larga que un día sin pan. Hasta el punto de que igual nos dura toda la temporada. El Real Zaragoza está jugando con fuego, corriendo un riesgo cada vez más cierto. Alterna resultados esperanzadores con fiascos incomprensibles. Al final, el ave Fénix que de vez en cuando parece resucitar, vuelve una y otra vez a las cenizas.

Tras la verdadera oportunidad que supuso el partido contra el Hércules, rival directo, en esta ocasión tocaba visitar tierras vascas. Enfrente, el Alavés, otro equipo más de esos que pululan por este cementerio de elefantes antaño gloriosos, y otro espejo más en el que posar nuestros ojos y contemplar la aterradora realidad que podría algún día sobrevenirnos a nosotros. Hoy, esos que jugaron en Europa un día, luchan denodadamente por no descender a segunda división B. Pues bien, este equipo estuvo a un pelo de doblegar al Zaragoza, a ese que dicen que es un candidato al ascenso.

Fue un partido extraño, lleno de contrapuntos y de efectos ilógicos o sorprendentes. Aquello que parecía normal que sucediera no sucedía, y por el contrario, lo inesperado hacía su aparición. Durante la primera parte, el Zaragoza mereció algo más que el Alavés. No dominó de forma clara, pero no aprovechó sus ocasiones, cosa que sí hicieron los de Vitoria, a quien les vino de perlas ese gol para superar su estado de nervios.

El fútbol es muchas veces cuestión de impulsos. Los goles a favor aportan optimismo y energía, y con el marcador a favor se corre mejor y se piensa más deprisa. Al que va perdiendo, en cambio, le quedan dos opciones: hundirse mientras se pregunta el por qué, o emplear su desesperación como motor. El conjunto aragonés entró en una empanada preparada por sí mismo y aderezada además por los continuos parones del juego en la segunda parte. En vez de manejar el partido para levantar ese gol en contra, se hundió hasta el punto de encajar el segundo. Todo parecía irse al garete. Durante esos minutos, parecía que estábamos presenciando el fin, la prueba definitiva de que no subiríamos este año, de que nos íbamos a quedar en un equipo peleón, sin los galones necesarios para la deseada condición.

Sin embargo, de repente, un inesperado golpe de fortuna: el rival se queda con un hombre menos, y el Real Zaragoza parece despertar y darse cuenta de lo que puede hacer. En cinco minutos locos, fueron capaces de igualar el marcador y aliviar el ahogo. Fue una alegría extrema pero tan solo el punto justo para no caer en la desesperación absoluta. Fue, como contra el Huesca, la Real Sociedad o el Hércules, la demostración de que este equipo sabe luchar panza arriba y que, aún en lo más profundo, tiene casta. El problema es que eso es necesario pero no es suficiente. No es suficiente con ser un equipo apañado que juega a ver qué pasa. Lo es para ir tirando, para ser un buen equipo de segunda división, un equipo que esté, por ejemplo, quinto. Pero para lo que queremos todos, no. No es suficiente.

Por Ron Peter

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