Hace tres jornadas, con la visita del Real Madrid, hacíamos en esta misma sección un elogio del perdedor, una mirada tierna ante los esfuerzos baldíos, ante el esfuerzo puesto en la consecución de un propósito lejano, imposible en apariencia y al final también en la realidad. Hoy, en cambio, hablaremos de un éxito, porque como tal hemos de definir un objetivo cumplido, que es el de la permanencia en Primera División. Siguiendo con el tono contradictorio ya iniciado, no veremos la alegría desbordada que hay en una final ganada o en un ascenso. El sábado, y de la forma más gris posible, se alcanzó el objetivo marcado, se terminó la guerra, se bajaron las trompetas y las banderas. Al final, fue con una derrota propia, aunque esto sea puramente anecdótico a estas alturas, lo importante es que fue.
Habrá mucho de qué hablar a partir de ahora, pero la sensación que nos queda tras conseguir el objetivo, es la de una paz largamente deseada, tras una guerra que nos ha dejado cierta desolación. Por el camino han quedado muchas cosas. No ha sido una victoria fácil, y el campo de batalla queda lleno de cadáveres, algunos de ellos ya secos (Marcelino, Bandrés, Consejo, jugadores otrora importantes como Ayala, Ewerthon, López Vallejo, etc…), lanzas rotas, escudos deformados y el espíritu tocado.
La temporada ha estado partida en dos trozos claramente diferenciados. En uno, el equipo que ascendió de segunda se reveló insuficiente para sostener la competitividad en primera. Los fichajes, lesiones aparte, fueron insuficientes e infructuosos. Es para echarse a temblar pensar que hubiera sucedido de no traer jugadores nuevos a mitad de curso. Y ese fue el primer gran error que achacarle a la directiva, ¿a quien? No tengo ni idea de cómo repartir la culpabilidad entre toda esta pléyade que nos maneja el club, con sus misteriosos negocietes y más ahora que encima parece que andan preparando el combate final entre ellos mismos. Lo único tangible es que la planificación del equipo de cara al inicio de temporada fue un auténtico desastre.
Pero las cosas son como son, y de la misma manera que hablamos de gestión errada en verano, hay que hablar de acierto en el carrusel contratador que nos trajo a Roberto, Jarosik, Contini, Edmilson, Suazo, Colunga y Eliseu. El equipo resultó extraordinariamente fortalecido en defensa, que es desde parece que se construyen los equipo sólidos, y desde más nos habíamos estado desangrando desde hace dos años. Además, el hecho de venir de fuera propició que los jugadores nuevos no sintieran como propia la culpa de los errores pasados, y eso hizo que en ningún momento les entrase ese nerviosismo que tiene su raíz en el remordimiento, y que es la causa de que los equipos mal situados en la tabla entren a veces en barrena, aún contando con grandes nombres en sus plantillas. En esta ocasión, el Real Zaragoza, a pesar de andar muy próximo al descenso, e incluso de coquetear descaradamente con él, nunca perdió la calma. De hecho, se consiguieron seis puntos de oro en dos victorias consecutivas. Fueron seis puntos de oro conseguidos por un equipo irreconocible. Ramplón, sí, pero distinto de ese conjunto blandito y frágil que se nos derretía.
Me gustaría acabar hablando de una utopía, de la añoranza que sentimos muchos por ese Real Zaragoza de las épocas doradas, del mismo que de vez en cuando pugnaba por Europa, desplegando un juego alegre y a veces efectivo. Sé que es hablar de cosas pretéritas de difícil retorno, y que antes hay que hacer limpiezas profundas, exámenes de conciencia (si es que les queda) y sobre todo actuar con inteligencia (pero mucha) a la hora de componer un equipo nuevo y equilibrado, sabiendo jugar en el compromiso de calidad-economía, pero qué le vamos a hacer, es lo menos que puedo pensar hoy, el día en que se cumplen quince años ya de la Recopa de París.
Por Ron Peter
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