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Málaga 1 – 1 Real Zaragoza

Es difícil ponerse a escribir sobre un partido como el que pudimos ver el domingo, contra el mismo rival áspero y deslucido con el que, como si fuera una maldición contra los amantes del buen fútbol, tuvo que enfrentarse hace bien poco el Real Zaragoza en la Copa del Rey. Este era el remate de la tríada de despropósitos, la guinda para poder decir: “¡basta ya de Málaga, por favor, y de empates sin sustancia! Con el desconsuelo encima de saberse eliminado del antedicho torneo, tocaba en suertes devolver visita en liga…y repetir resultado. Fue un partido espeso, a veces bronco, pintado con la aparente capa gris de los partidos que cuesta digerir, de esos que tras verlos, deseas convertirte en seguidor de otros deportes, como por ejemplo, esgrima o equitación, por decir algo. Sin embargo, hay muchas lecturas dentro de este partido. Pequeños hechos que dan que pensar, y otros que sugieren, o evocan aún de forma muy leve, casi inasequible, recuerdos del pasado.

Dándole la vuelta al partido, mirándolo desde uno u otro prisma, nos pueden salir conclusiones desconcertantes, casi contradictorias. Por un lado, el empate fuera de casa siempre parece bueno. Pero contra el colista, equipo en crisis, con la afición enfrentada al entrenador y a algunos jugadores, un punto resulta misérrimo. Esas circunstancias son las que debe salir a aprovechar un equipo astuto, con hambre y con avaricia. ¿La tuvo el Real Zaragoza? ¿La tuvo el entrenador? La respuesta es no, al menos al principio. Sin embargo al final el equipo se volcó contra el marco contrario, en un desesperado intento de recobrar la ventaja en el marcador, cuando por fin vieron que se podía, que era posible. Ello sucedió por varios factores.

Por un lado está la rabia que da el perder los tres puntos que tan cerca has tenido. Durante muchos minutos, el Zaragoza anduvo ganando fuera, cosa que suena a extraña, teniendo en cuenta el tiempo que hace que tal cosa no se produce. Al final, nada. Hay que tener más ambición, no limitarse a verlas venir, y más contra un colista en apuros.

Por otro lado está la forma física final de los jugadores presentes en el campo. Casi nada que objetar a este tema. El problema está en los que no están. En efecto, este año, en el equipo, o rinden físicamente, corriendo y aguantando, o se rompen del todo. Lo que no se ven son tipos cansados sobre el campo. Las lesiones son una plaga, a los Braulio, Diogo, Uche y compañía, se une ahora Arizmendi. Y luego está el caso Obradovic, llamado a engrosar esa lista tradicional de jugadores “que nunca existieron” como el portero Bermell, el Negro Martinez, Fabio Coentrao, Gustavo Neri, etc…

Otro hecho puntual y curioso del partido fue el desencorsetamiento mutuo de ambos equipos al serles expulsados un jugador a cada uno, lo que propició que, al menos por unos pocos minutos, se viese algo de emoción y llegadas. A veces el abuso de la estrategia constriñe tanto a los equipos que estos, al ver alteradas sus composiciones en lo numérico, se transforman y dan sorpresas.

Demasiado tarde se dio cuenta el Zaragoza de que tenía que haber salido a por algo más, y sin embargo, tampoco se puede hablar de falta de actitud de los jugadores. Hubo lucha, pero también las lógicas precauciones de un equipo cuyos fallos en defensa han sido estigma implacable las últimas temporadas. La entrada de Goni en este terreno es una noticia grata y esperanzadora. Y no es la única. Más allá del pesimismo, hay una sensación generalizada de que el equipo debe y puede ir a más, pero que si lo hace, no será de forma fácil. De momento el equipo está dando la impresión de ser una estructura delicada, que busca un casi imposible equilibrio, que si defiende bien, no gana, o que si se lanza al ataque, se descompone en defensa, que si juega por las bandas se le comen el centro del campo, que si ahora nos falla el goleador estrella, etc…, en fin, que se llega a donde se puede. A ver si el tiempo avanza, sucede lo del año pasado, y puede ver Marcelino el fruto de su trabajo.

Por Ron Peter

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