Una tostada de miedo | La Lupa

Rácing 0 – 0 Real Zaragoza

Cuando uno entabla una conversación banal con desconocidos, suele recurrir a elementos comunes del acervo cultural más primario. La gente suele hablar del tiempo, de si hará un buen día, de si lloverá, etc…Desde hace dos años, un siniestro fantasma se ha unido a ese repertorio de temas de conversación aptos para todo bicho viviente: la crisis, ese energuménico e inasequible engendro de mil extremidades, que ataca la economía mundial, la financiera y la productiva, infectando con sus consecuencias a todos los órdenes de la vida. Hace dos años estalló en Estados Unidos el problema de las hipotecas subprime, causando una virulenta crisis de crédito y se extendió la percepción de que algo apocalíptico iba a suceder. Algunos gobiernos, no el nuestro, reaccionaron rápido e inyectaron liquidez al sistema. Con ello se consiguió contener en un primer momento el desastre. Desde hace algunos meses, las bolsas reaccionaron e iniciaron una remontada que poco a poco se va deteniendo, sin llegar ni mucho menos a lo que sería una recuperación sana. Hay miedo, hay desconfianza. Es una historia familiar, eso de ver de cerca el precipicio, tomar medidas desesperadas, y salir de la zona más ígnea, pero sin abandonar ni mucho menos el peligro de quemarse.

Así como aquel inversor alegre y confiado, que construía su cartera nutrida y variada, al albur del optimismo y entregaba su alma a los más arriesgados chicharros, tuvo que comerse su ambición y, con el rabo entre las piernas, convertirse en un gris “perfil conservador” que hasta de los plazos fijos del 3,5% huye por arriesgados, así nuestro Real Zaragoza se ha ido volviendo en los últimos encuentros un conjunto prudente, quizás en exceso. No se trata del miedo del cobarde, que paraliza; ni el miedo del traidor, que denigra y humilla. Es el miedo del jugador de póquer, que espera y observa sin creer en las escaleras de color, sabiendo que puede perder su capital. Es, en suma, el miedo del combatiente, que sabe que puede morir lo mismo que matar.

Contra el Atlético de Madrid, se dejó birlar en el último momento un punto por pensar más en el final del partido que por intentar machacar la victoria. Y desear el final es como desear la huida. Algo parecido sucedió contra los jugadores del Racing, quienes a pesar de llevar más el control del juego y del balón, nunca dieron la impresión de dominar irreversiblemente al Zaragoza. Llevados por la obligación que conlleva el ser anfitrión, iban empujando pero sin derribar. Los blanquillos, por su parte, tampoco consiguieron en ningún momento dar una sacudida que provocase el pánico en un conjunto nervioso y en línea descendente que seguramente, hubiera reaccionado peor ante la súbita adversidad de un gol en contra.

El partido fue una tostada infumable. Algo realmente difícil de tragar. Una cosa como para narcotizar al seguidor más vehemente. Un auténtico truño. Pero con veneno, pues aunque el empate a nada resultó ser lo más justo, no faltaron esas pocas ocasiones, para ambos bandos, que hubieran reventado el ritmo del partido. Al final llegaron los cambios, primero se animó el entrenador racinguista, y luego el nuestro. Pero ya era tarde. Durante unos pocos minutos el partido pareció volverse algo loco y de nuevo la calma, ojo, no sea que alguien marque.

Es difícil aseverar si se hizo bien o no. Hay quien dice que se perdió una oportunidad de ganar, que se podía haber apretado más a un rival en apuros, y es cierto que ya se van dejando demasiados con vida: Valladolid, Gijón, Atlético, Santander; y otros dicen que se hizo lo que se pudo, que se arrancó un empate fuera de casa (y ya van cuatro salidas sin perder), que se podía haber caído derrotado tranquilamente. Pues sí, para todo hay. El equipo ha mejorado, no cabe duda. Es mucho más sólido en defensa, está más estructurado, los jugadores se van acoplando y si no fuera por los ahogos, es posible que hasta jugasen en dulce, pero no cabrán las alegrías hasta no estar a ocho puntos del descenso lo menos, y eso queda para largo, al parecer. Lo que viene en lontananza no es para ser optimista. La bestia parda que nos visita es como para echarse a temblar. Pero habrá que ser pragmáticos y esperar que amaine. La lucha continúa.

Por Ron Peter

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