¿Tu quoque, Marcelino? | La Lupa

Valencia 3 – 1 Real Zaragoza

El Primer Ministro y gran estadista británico Winston Churchill dijo una vez que “el éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse” y desde luego, no sé si la afición del Zaragoza ya está desesperada, pero de lo que no queda duda es de que ya tiene que estar más que acostumbrada a digerir un desastre detrás de otro.

No es, intentando combinar el sentido romántico y práctico de la vida, lo más adecuado bajar los brazos y dejarse superar por los acontecimientos, pero hay que saber adaptarse a las circunstancias y no dejar nunca que la utopía derribe tus cimientos o que la practicidad te robe los sueños. Hay que nadar y guardar la ropa, hay que, parafraseando a Cronwell, confiar en dios, pero manteniendo la pólvora seca.

Creo sinceramente que Marcelino debe ser señalado como el gran culpable del nuevo descalabro blanquillo, porque el planteamiento del Zaragoza fue un suicidio deportivo inexplicable.

El sentido común indica que el Real Zaragoza iba a tener serias dificultades para parar al mortífero trío valencianista formado por Mata, Silva y Villa, teniendo en cuenta que nuestra defensa no es, precisamente, la mejor colocada y la más rápida de primera. Pero si además decides hacerla jugar adelantada el resultado lógico es lo que pudimos ver en la primera parte.

Muñiz Fernández se equivocó claramente en el primer gol, un clamoroso fuera de juego de Villa que nunca debió subir al marcador, pero… ¿también se equivocó en el segundo gol en el que Villa Marca a placer? ¿También erró en el tercero, una de las jugadas más humillantes y lamentables que he tenido la desgracia de ver en un campo de fútbol en la que hasta tres jugadores del Valencia se plantaron solos ante López Vallejo?

El Real Zaragoza dominó la posesión ¿y? ¿De qué sirvió? ¿Para tirar a puerta 1 vez? Eso se llama maquillar el resultado aquí y en Sebastopol, eso es hacer el canelo, mantener un ficticio e inofensivo dominio sin posibilidad alguna de obtener un resultado positivo.

El Valencia tuvo una enorme eficacia, marcó prácticamente en todos los ataques claros que hicieron. ¿Pero es que alguien esperaba que la tiraran fuera cuándo llegaban solos ante López Vallejo de 2 en 2 y hasta de 3 en 3 cómo sucedió en el tercer gol?

Sinceramente las cosas se pueden hacer mal y hasta muy mal, pero lo que hizo el Real Zaragoza el domingo en valencia es simple y llanamente un monumental despropósito que acabó de la única forma en la que podía acabar, con un nuevo desastre, un descalabro que se veía venir, que todos veíamos desde el instante en que vimos el planteamiento con el que el equipo salió al campo.

No hay excusas, el árbitro nos perjudicó, es cierto, el Valencia tuvo un acierto demoledor en el primer tiempo, también es verdad, pero el Real Zaragoza no perdió ni por la actuación del árbitro, ni por mala suerte. Perdió porque decidió dar por perdido el encuentro con un planteamiento ilógico y absurdo.

No tenemos referencia ofensiva, Ewerthon hace semanas que ni está ni se le espera, hacer jugar a la defensa adelantada es justo lo contrario de lo que se debe hacer cuándo se tiene una defensa tan lenta y con tanta tendencia a descolocarse. Ceder al Valencia la posibilidad de destrozarnos al contraataque, cuándo tiene los mejores recursos de primara división para jugar así es una barbaridad incoherente.

El Real Zaragoza es un equipo débil, inofensivo y defensivamente inoperante y el resultado de Valencia es sólo una muestra más de una realidad que nos está devorando poco a poco, uno más de la nefasta trayectoria blanquilla como visitante. Hemos sido goleados por el Sevilla, por el Barcelona y por el Valencia, el peor Atlético de Madrid de los últimos años nos ganó sin hacer nada… Quizá no sea nuestra liga, pero mucho me temo que no hay recursos para más. Vamos a depender de que otros tres equipos lo hagan un poco peor que nosotros y sinceramente, después del partido de Valencia me resulta poco más que imposible imaginar que se pueda hacer peor.

Cuentan las crónicas que César al recibir la puñalada de su propio hijo, Bruto, le hizo aquella famosa pregunta que ha quedado para siempre cómo muestra de la más dolorosa decepción: ¿Tu quoque, Bruto? De la misma forma, los zaragocistas, aquellos que conscientes de que tenemos una plantilla más que justa y mediocre, seguíamos agarrándonos al clavo ardiendo de la maestría cómo entrenador del asturiano, hoy sólo podemos decir: ¿Tu quoque, Marcelino?

Por Gualterio Malatesta

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