En una muestra de datos, se denomina “outlier” a un elemento de los mismos que es significativamente diferente a los otros datos de la colección, o un elemento que parece implicar un patrón que es inconsistente con el grueso de la evidencia de datos. Se podría traducir como “fuera de lugar” o “elemento discordante”. En análisis políticos, históricos o en los mercados financieros, cuando aparece un hecho “outlier” que, además de improbable e impredecible, tiene consecuencias de gran impacto, se le suele denominar con la expresión “cisne negro”. Es algo cuya aparición nadie puede prever, y que curiosamente después de haber sucedido puede hacer surgir explicaciones plausibles de su ocurrencia que dan la apariencia de que puede ser explicable y predecible. El cisne negro puede ser bueno o malo.
Un buen ejemplo de hecho “outlier” podría ser que un equipo inmerso durante seis meses en la lucha por la permanencia, le endosase un cuatro a cero al tercer clasificado, que le doblaba en puntos (tenía 54 por 27 del Zaragoza. ¿Quién lo iba a decir? Pues sucedió. Vistas las estadísticas del Valencia como visitante, ganarle era un hecho improbable, aunque la marcha reciente del Real Zaragoza, con esa remontada al Bilbao y el bien trabajado (aunque improductivo) partido de Barcelona ya dejaban ver algunas señales de este equipo nuestro más sólido, más entero, más de Primera división.
Porque sí, hay que decirlo. Por primera vez el Real Zaragoza, en un partido de esta temporada, mostró una superioridad evidente sobre un rival de entidad. No fue inmediata, ni constante, pero la progresión del encuentro condujo a ello de manera inexorable. Todo empezó con un gran gol del gigante Jarosik en los primeros minutos, que sirvió de sostén a la confianza. Lejos de echarse para atrás a defender el resultado (hubiera sido un suicidio), los blanquillos presionaron en el centro del campo, con una defensa muy segura, cortando las posibles incursiones de los rivales, y aprovecharon las desventajas del rival, el cansancio europeo y su desánimo por la eliminación. Hasta dos veces perdieron la pelota en situaciones comprometidas. A la tercera llegó el gran gol de Ander Herrera y la alegría incontenible de un estadio que veía por primera vez en todo el año a su equipo ganando ¡por dos goles de ventaja!
Hasta el momento se habían ganado algunos partidos, por la mínima, y sin aspavientos, con la sensación de inmenso trabajo, sudor, lágrimas y suerte. No se habían vivido partidos tranquilos, de marcador previsible a favor, controlados. El sábado fue diferente. Tras el dos a cero, el equipo cedió la iniciativa al Valencia, pero no el control del partido. Fue como viajar al pasado, a los tiempos en que el Real Zaragoza salía a ganar con paciencia y cordura, manteniendo un ritmo y un equilibrio y ganando con autoridad e incluso con suficiencia. En este caso, saliendo a la contra de las desesperadas e inocuas evoluciones del rival, llegaron las dos incursiones que derivaron en sendos penalties. Grandes los delanteros, y grande Gabi, columna maestra del conjunto e implacable ejecutor en el lanzamiento de las penas máximas.
El final del partido fue apoteósico, bajando el pistón para no arrollar a los valencianistas, que se veían como el que paga el pato de la frustración, y que terminaron conformándose con no recibir más. Lo dicho: impresionante. La afición se desquitó y se montó hasta la ola en el graderío. Mensajes de alegría y de coherencia, con ese: “Zaragoza sí, Agapito no”. Toda una manifestación de la libre expresión de la afición soberana que paga y aguanta.
A cuatro puntos del descenso se ven las cosas mejor, pero ahora esperan dos partidos a domicilio y hay que arrancar algo, aunque lo fundamental parece que está en camino, y es el advenimiento de un equipo, de unos jugadores y de un entrenador que creen en sí mismos, que han decidido que van a luchar hasta el final, porque contrariamente a lo que nos parecía a muchos, saben que pueden.
Por Ron Peter
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