El camino de la derrota | La Lupa

Real Zaragoza 0 – 1 Sevilla

“El viejo aficionado miró hacia atrás con resignación. Las luces intensas del campo de batalla observaban el largo éxodo de las hordas derrotadas. Sin dejar de caminar entre la bruma, y aún apretando con celeridad el paso, recordaba con rabia lo ingenuo que había sido, unas pocas semanas atrás, cuando quebrado de años su ánimo de gloria, y alentado por una mínima esperanza, había hecho atrevimiento de fe y aún hubiera jurado en público y si hubiera sido menester mediante bravata, que este año sí que tendríamos una campaña tranquila, holgada incluso como para inquietar a baterías repeinadas como aquellas que cortaban ahora el bacalao de la liga. Más todo eso se fue al pique, pensaba mientras raudo y aterido por el frío repentino de noviembre, trataba de ganar su morada.

En el triste camino de retorno a casa, con lo ya que de triste tienen las noches de domingo, que barruntan el fin del asueto festivo, nuestro hombre tiene ocasión de rozarse con otros que se afanan en andar y olvidar. Son gentío, que no muchedumbre, pues no para muchos era propia la velada, por desapacible y por agorera. Oye voces peregrinas, de quienes hablan con quienes. Los hay que van solos como él, y los que en grupo marchan y comparten. Las voces van, vienen y se marchan. Todas parlan sobre asuntos del negocio, y muchas de ellas son amargas, aunque haylas también de chanza, pues no escasea en nuestra tierra el espíritu socarrón de aquel que contempla la desgracia con mirada cínica.

Y no es para menos. El combate ha sido infructuoso, nada se ha podido rascar. Durante la primera mitad de la contienda, el equipo no dio muestra alguna de orden ni concierto, fue incapaz de llevar una iniciativa coherente, manejado más que dominado, por un Sevilla que no alardeó de ambición excesiva. Prácticamente se encontró con la comida y el mantel puestos. La inferioridad patente resultaba molesta, y el gol llegó de torpeza propia como podía haber llegado por cualquier otro devaneo de la fortuna.

Sin centro del campo, con la defensa en cojeras y con unos delanteros más capaces pero ayer también sin atino, y todo hay que decirlo, contra una defensa bregada y más hilada, el bagaje resultó insuficiente. La carencia más aparente se deja ver en la organización del juego. Simplemente no la hay. Parecería cosa asombrosa echar en falta a los que ya no están, pero el pundonor de Gabi y el intermitente pero oportuno juego de pases de Ander Herrera, no se hacen de olvidar. Ponzio solo no puede. Meira fue ayer un alma errante y descolocada. La salida al terreno de Micael amenizó algo las hilaturas del juego, pero hace falta más, mucho más. No hay tráfico allá arriba, no hay creación ni pases entre las líneas de arriba, y fiarlo todo a las bandas no está funcionando.

Al final del partido, y a base de arreones de dignidad, el Real Zaragoza fue orillando al Sevilla, más hasta el punto en que este permitió. No hubo gran peligro real para la portería de Varas, solo tierna acechanza nunca hecha fruto. Esos minutos recordaron a la manera como se ganaban los partidos el año pasado, en los que a falta de armas y bolsa, se echaba mano del valor y de la desesperación del que ve que si se deja, pierde hasta el pescuezo. Y es que tendremos que volver a mirar al año pasado, y al anterior. Habrá que volver a convencerse de que somos lo que somos, y no lo que fuimos. Que el equipo, de haberlo, es de los que lucharán en el puente más estrecho, por no caerse al canal de la segunda división.

El comandante de campo Aguirre, con sus rentas de confianza ganadas la anterior temporada, hace y deshace y no le salen las cuentas. El resto observamos inquietos como un año más, con actores distintos, la obra parece repetirse en su argumento, tal que si fuera una condena o un mal de ojo. Y es que, no lo olvidemos, los responsables finales de que el equipo no cuaje, de que no se alcance una estabilidad deportiva –canteranos comprometidos, veteranos que tiren del carro, jugadores que juegan de memoria porque llevan años juntos-, y de que se haya dilapidado el respeto como sociedad, esos individuos siguen ahí, y aunque llevan algún tiempo sin meter el garrón, no sería cosa extraña que empezasen ya a ponerse nerviosos. Aunque nunca tendrán la conciencia igual de tranquila ni el desánimo que padecemos los que vemos esto como un sentimiento. Aquellos que marchamos cabizbajos, con los fríos en la piel y en los adentros, a casa tras la derrota.»

Por Ron Peter

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