Y Caronte sonrió desde su barca | La Lupa

Espanyol 0 – 2 Real Zaragoza

El Real Zaragoza se presentaba en Cornellá herido de muerte. Pero decidió no arrastrarse. Jugó con dignidad y con entereza. Tuvo, además, fortuna, y supo gestionarla con oficio. Aguantó el correr de los minutos, sobreponiéndose a la impaciencia, a esa angustia que tienen los que ven acercarse a Caronte, el barquero de la muerte, cuando llega a la orilla de los vivos para recoger a las almas que van a cruzar al otro lado.

La semana tras el partido contra el Rayo fue larga. Esa última derrota en La Romareda supuso prácticamente cercenar toda esperanza. Era ahí donde había que arrancar, y no se supo hacer. A partir de ahí, Jimenez dió un paso adelante y apeló a la profesionalidad de sus jugadores. Las reuniones, los cónclaves de vestuario, son cosas que de vez en cuando funcionan, y que sirven para moldear una dinámica de grupo, para construir un equipo. Cosa nada fácil, y que el año pasado fue clave para la salvación. El Zaragoza de la temporada pasada acabó siendo más que la suma de sus componentes. Y llevó su tiempo. ¿Y por qué estamos así, a casi pasados dos tercios de la liga y con un equipo sin hacer? Todos sabemos la deleznable respuesta. Pero hoy, aún solo siendo por lo beneficioso que para nuestra salud mental supone no mentar a la bicha de siempre, y porque además las circunstancias lo hacen posible, permítaseme que hoy podamos hablar, por fin, de un partido de fútbol.

Si las reuniones son buenas para la dinámica de grupo, mucho mejor son las victorias, motor y resultado, causa y efecto de un proceso exitoso. Y la primera, tras el período de esterilidad más prolongado que alcanzamos a recordar, era la más necesaria. Ya fuese por la ausencia de presión ante el hecho del inevitable descenso, ya fuese por la propia conjunción de los jugadores, el hecho es que el equipo salió a dar la cara, bien plantado, sin complejos. Casi todos los jugadores sumaron un pequeño extra a su rendimiento habitual, y al hacerlo varios a la vez, el equipo lo notó. Obradovic, Lafita y Pinter mejoraron prestaciones, y Pablo Alvarez no desentonó en su debut como lateral. El mejor volvió a ser Roberto, realmente impresionante, el coloso que soporta , cuando todos los demás han sido superados, la última responsabilidad. Su actuación fue de nuevo prodigiosa, parando balones, amedrentando a los rivales y haciendo gala de unos reflejos impropios de un hombre de su tamaño.

El Español no se encontró cómodo en casi ningún momento. Bien es cierto que tuvo grandes ocasiones, que podrían haber derivado el resultado por cauces muy diferentes. Pero hubo también esa pizca de suerte que otras veces se nos fue negada. Y esta vez, a diferencia de otras, el cántaro no se rompió, y el Real Zaragoza salió lo suficientemente vivo como para en una jugada aislada, adelantarse en el marcador. ¡Bien Da Silva! Este hecho (lo de marcar primero) suele ser difícil para cualquier equipo. Sin embargo el Real Zaragoza lo ha logrado en cuatro de los últimos seis partidos. Tan solo este domingo se supo tener la sangre fría precisa para gestionar ese fruto correctamente.

Se supo jugar en plan “visitante”, adaptándose con flexibilidad a los ataques desesperados del Español, y sabiendo salir a la contra con la osadía necesaria. Fruto de esto fueron las dos ocasiones de Postiga y Lanzaro, equilibrando un poco el balance de justicia. Al final, el segundo gol llegó como el grito de tierra del vigía, aliviando la espera inacabable de los marinos. ¡Bien Juan Carlos! ¡Cuántos pensábamos desolados que esto no iba a llegar, que nos iban a empatar! Pues no fue así. Pellizquémonos todos, pues nuestro equipo arrancó una victoria en casa de un aspirante a Champions, unas gotas de agua en el gaznate del sediento.

Por un día, no se le puede pedir más al equipo. Jugaron y vencieron. Lo más importante de este partido no son los tres puntos, sino lo que traen consigo, una luz, una esperanza. No seremos tan ingenuos de esperar milagros, pero sí al menos de poder acabar la temporada con dignidad, luchando, compitiendo. Sin rendirse. Nada obtendríamos refocilándonos en nuestra miseria. Luchemos mientras haya, y cuando ya no haya, pues a otra cosa. Pero de momento a Caronte, que nos mira con su barca fondeada en medio de la laguna Estigia, le decimos: “espera un poco. Tranquilico, que no hay prisa”.

Por Ron Peter

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