Lupercio “Lo Bandolero” | La Lupa

Real Zaragoza 1 – 1 Getafe

Es difícil discernir qué forma parte de la leyenda folclórica y qué es real en la historia de Lupercio Latrás. Nacido en torno a 1555 en la oscense villa de Echo, desde muy joven demostró singulares cualidades para meterse en líos y la mala vida. A los 24 años acusado de haber participado en el asesinato de algunos vecinos de la localidad fue condenado a muerte en aplicación del Fuero, aunque probablemente indultado después.

Sea como fuere, lo que si parece rigurosamente cierto es que desde ese momento empezó a vivir al margen del orden establecido. Liderando a una cuadrilla de bandoleros ocupó Aínsa en 1588, apoyó al ejército del Conde de Ribagorza contra el propio Rey de España, participó en la guerra entre montañeses y moriscos y finalmente fue espía de Felipe II en las cortes de Francia e Inglaterra.

Que cada uno se quede con la versión que más le plazca. Lupercio pudo ser un bala perdida, un delincuente vocacional o un héroe romántico que se rebeló contra la injusticia, defendió su tierra y sus fueros y se hizo bandolero por culpa de los demás, pero aceptemos la versión que aceptemos, Lupercio murió joven, sin cumplir los 36 y sus delictivas hazañas o heroicas fechorías han sido prácticamente olvidadas por la historia castellana, aunque no por sus paisanos.

Y es fácil hacer un paralelismo entre la historia de Lupercio y lo que pasó el sábado a las 17,30 en la puerta cero de la vetusta Romareda.

Para unos (entre los que me incluyo deforma entusiástica) un enorme éxito, un puñetazo en la mesa para dejar claro que nuestra paciencia se ha terminado, que ya no vamos a tragar más y exigimos que Agapito venda de una puñetera vez y nos deje en paz. Ya está bien de que este Mussolini de carnaval, este estrambote del ridículo, este chorizo que finge ser plañidera nos tome el pelo. Que se vaya al infierno con sus chanchullos, tejemanejes y turbios negocios que rayan la delincuencia, porque nosotros ya estamos más que hartos y lo único que queremos es defender 80 años de historia de la voracidad de un bastardo mercader capaz de vender su alma por unas monedas.

La “Agapitada” fue un clamor de indignación, la Romareda entera vibró con una unidad que hasta los más viejos del lugar habían olvidado. Miles de gargantas y un solo corazón gritando al unísono ¡Agapito, vete ya!

Para otros, quizá, cada uno es libre de pensar como desee, una tontada inservible que no va a poder cambiar nada, una pérdida de tiempo porque la suerte ya está echada, o porque debemos asumir que en el fútbol moderno la afición es una adminículo prescindible, fagocitado por fuentes de ingresos mucho más productivas para los bolsillos de nuestros fariseos dirigentes que las cuotas de los Socios.

Pero, desgraciadamente, como en el caso de Lupercio, elijamos la opción que elijamos, el final se antoja triste, muy triste. Y no hablo del descenso, que la mayoría de la afición, excepto quizá los optimistas compulsivos ya nos hemos comido como inevitable, sino de la propia desaparición.

Y por eso debemos luchar, por eso no debemos rendirnos ahora. El sábado comenzó la revuelta y debemos mantenerla hasta que ya no haya nada que defender o Agapito se entere de una puñetera vez que no le queremos aquí. La protesta ha servido para salir en la prensa, para que hablen de nosotros en los medios locales y nacionales, para que una gran cantidad de gente conozca lo que está ocurriendo aquí, ha servido para salir del autismo, para volver a unir a la afición, para resucitar de entre los muertos. Y eso, por si solo ya ha merecido la pena.

Y después, hubo un partido… y, es cierto, debemos reconocerlo, hubo un claro cambio de actitud, pero lo que no puede haber es un cambio de aptitud, porque la plantilla es corta y mala, muy mala. Y Jiménez puede motivar a los jugadores, organizarles, mejorar los planteamientos, pero dudo que sepa hacer milagros.

El partido fue engañoso… San Roberto volvió a salvarnos de más de un gol y en realidad un elevadísimo tanto por ciento de las ocasiones blanquillas (por no decir todas) llegaron a balón parado, así que a pesar de cómo llegó el empate, de cierta sensación de mala suerte o hasta injusticia, debemos reconocer que el resultado es normal y adecuado a los méritos de cada cual.

En fin. No tiraremos la toalla porque huir es de cobardes, pero nuestras posibilidades de permanencia no son demasiadas. Defender lo contrario sería ilusorio. Así que concentrémonos en la lucha por salvar la institución. Quizá de esto aún estemos a tiempo, porque de volver al infierno no nos salva ni todo el amor de Doña Inés…

Por Gualterio Malatesta

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