Milagro bajo la lluvia | La Lupa

Real Zaragoza 2 – 1 Villarreal

Cuando todo había terminado, cuando nos encaminábamos a un nuevo fracaso, a un nuevo desastre, a una nueva muestra de impotencia funcional de nuestro equipo, de repente, en un suspiro, los dioses que manejan los extraños hilos de este deporte, deciden dar una nueva vuelta a la tuerca del destino, y dar un caprichoso aliento de vida al moribundo, propiciando así una semana más de alivio en la agonía.

Viajemos por un momento en el tiempo, a ese intervalo crudo, a los minutos posteriores a esa diáspora rabiosa y melancólica, “La Agapirada”, rabiosa por nacer de la legítima indignación ante la ruindad del Presidente, y melancólica por el recuerdo de los tiempos pasados, donde había buen fútbol, donde se aplaudía el buen juego y no tanto el coraje, que ya venía de serie en el producto. La lluvia, pertinaz pero sin alharacas, mojaba nuestros hombros sin apenas darnos cuenta. Nuestras ya escasas lágrimas se perdían en la lluvia, al igual que se borraban de su memoria los momentos vividos por el replicante Roy Batti (Rutger Hauer) de Blade Runner cuando sus circuitos anunciaban que era la hora de morir.

Llevábamos una hora larga viendo como el Real Zaragoza era incapaz siquiera de empatar el solitario gol del Villarreal. Esta vez, para variar, el mazazo había llegado pronto. Lo cual privaba de todo tipo de excusa o subterfugio para una eventual rendición. Había mucho tiempo por delante, y no cabía más desánimo que el puntualmente comprensible tras un gol en contra. Había que levantarse, y el equipo hizo acopio de pundonor, se plantó en el campo y dio la cara, sin acierto pero con dignidad, ese valor tan mencionado en los últimos tiempos, y que se ha convertido al final en el último recurso por el que hasta el más último de los últimos, debe luchar.

Pero pasaban las horas y el escenario no permitía vislumbrar esperanza alguna. Todo se quedaba en intentos, algún acercamiento, algún disparo errado, pero en general, el rival dominaba suavemente el transcurrir del partido. El Villarreal actual tira de técnica individual, pero está muy alejado de la maquinaria que arrollaba el año pasado. Sus jugadores confiaban en que el simple paso del tiempo acabaría matando al Zaragoza, y tampoco hicieron méritos destacables. Ello hacía todavía más quejosa esta derrota, por lo fácil que parecía.

Y de repente, lo dicho, un trallazo salido de ninguna parte, obra de un jugador que parecía no estar en ninguna parte, y el estallido de alegría en la grada. Cinco minutos, un empate que no arregla nada, y de nuevo, otro tiro, fruto de un rechace bien aprovechado y un gol de victoria en casa, tras casi cinco meses. Simplemente brutal, para frotarse los ojos. Como en los culebrones más infames, el guionista decide que el desenlace ha de esperar, que aún hay hilo de vida, y que sigamos agarrados a los nuevos capítulos.

Nos vamos a casa con una medio sonrisa, como aquel a quien le quitan un peso de encima, pero seguimos en condena, dejando que la certeza del descenso se haga esperar. Y aunque se gane, aunque se ganen más partidos, y sea lo que sea al final, no olvidamos al principal responsable de toda esta degradación deportiva, económica y social. No, no te olvidamos, miserable.

Por Ron Peter

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