Sensaciones olvidadas | La Lupa

Villarreal 0 – 0 Real Zaragoza

El fútbol, por mucho que algunos sibaritas abanderados del engreimiento intelectual lo desprecien como un acto menor propio de zoquetes con razonamiento limitado o que otros, situados en las antípodas de los primeros, lo conviertan en talibán obligación incuestionable, ha sido, es y será una de las formas de ocio y esparcimiento más aceptadas y extendidas del mundo. Simplemente eso. Ni más, ni menos.

Los zaragocistas, sin embargo y por desgracia, llevamos años en una absurda espiral de decepción, frustración e indignación que casi había llegado a convertirnos en castrados emocionales, que permanecíamos ahí por pura inercia pero sin el abrigo de una lógica que justificara esa presencia y sin tan siquiera una compensación de alegría o disfrute temporal que explicara nuestra entereza para no haber mandado todo podrido circo a hacer puñetas hace tiempo.

Pero esta temporada no está siendo así. No es que la situación haya dado un giro de 180 grados y lo que era aburrimiento y fiasco continuo se haya convertido en un magnífico espectáculo de golpe y porrazo. Pero poco a poco la afición blanquilla está recuperando sensaciones que casi había olvidado. Los partidos del Real Zaragoza empiezan a ser entretenidos, empiezan a resultar divertidos, con alternativas en el juego y en el marcador, con posibilidad de ganar y de ver buen fútbol, aunque sea en pequeñas dosis.

Aguirre volvió a plantear el partido con Meira por delante de la defensa reforzando la contención en el centro del campo y el experimento volvió a salirle bien. Algunos no éramos devotos de ese esquema, pero es de caballeros reconocer que está funcionando bien.

La defensa que se va consolidando poco a poco, fortalecida por el oficio de Lanzaro la mejoría evidente de Juárez que poco a poco se va adaptando al lateral, permite cierta consistencia y que el equipo se arme para salir al contraataque para el que esta plantilla si que está bien armada.

El partido ante el Villarreal, fue un buen partido, hubo momentos de muy buen juego, incluso de clara superioridad blanquilla frente al otrora poderoso submarino amarillo que parece necesitar una buena sesión de chapa y pintura para recuperar las prestaciones de las que esta temporada está adoleciendo.

El Real Zaragoza aguantó bien los lógicos comienzos de presión a los que el local está prácticamente obligado y con calma y buen hacer fue apoderándose del juego hasta estar listo para lanzar un par de directos a la mandíbula del oponente que pudiera dejarle K.O., aprovechando su fortaleza en el juego por las bandas con un Barrera explosivo y un Luis García capaz de tirar de oficio y clase.

Quizá solo y a fuerza de ser sinceros, algún pero. La poca profundidad del siempre sobrevalorado Lafita, la torpeza definitoria de un Postiga que lo hace todo bien excepto marcar gol y eso, no podemos ignorarlo, es un grave problema para un delantero y la inusual debilidad física de un Ponzio que no está al nivel que debería y que desprovisto de fuerza como un Sansón rapado evidencia mucho más sus enormes carencias técnicas.

Cuándo el partido alcanzó el ecuador del primer tiempo el equipo aragonés estaba perfectamente asentado en el campo y así, el magnífico pase de Meira a Luis García que hizo lo que de él se espera, un magnífico control y una definición perfecta, puso a los maños en justa franquicia.

Desgraciadamente la felicidad suele durar poco en casa del pobre y el inútil trencilla de turno se inventó un penalti que solo él vio para volver a poner las tablas en el marcador, tablas inmerecidas por los méritos que ambos equipos habían hecho sobre el campo y una nueva sinvergonzonada del señor del pito que volvió a demostrar el ínfimo nivel que tienen los colegiados españoles.

Pero como si el destino se empeñara en demostrar que a veces hasta el fútbol puede ser justo, un letal contraataque protagonizado por Barrera volvió a poner a los zaragocistas por delante y volvió a llevar los nervios a la grada amarilla.

El segundo tiempo fue más complicado. El Villarreal quería pero no podía, llegaba y se encontraba una y otra vez con un inmenso Roberto que una vez más salvó al Zaragoza de encajar más de un gol y además, nos permitía seguir amenazando al contrario con contraataques peligrosos como el protagonizado por una magnífica jugada de Zuculini inexplicablemente marrada por Postiga que hubiera supuesto el mazazo definitivo y casi con seguridad el partido.

Desgraciadamente la expulsión de Lanzaro, quizá rigurosa en el momento concreto en el que se produjo, pero justa por la acumulación de faltas que el italiano había hecho, nos dejó contra las cuerdas y pidiendo la hora en un partido que podría haberse ganado, podría haberse perdido y finalmente se empató. Del mal el menos.

Lo dicho. Esto es otra cosa. El Real Zaragoza juega a ratos un buen fútbol, se muestra peligroso y con capacidad de hacer daño al rival a poco que éste se descuide, los partidos tienen alternativas y en resumen ver un partido del Real Zaragoza ya no es la abominación aburrida que ha sido durante más tiempo del tolerable sino que resulta divertido y hasta emocionante.

Así sí. El equipo está mejorando, creciendo y no queda sino ser optimistas. A ver si por fin y de una vez por todas, ir al fútbol vuelve a ser un placer y no una agonía, a ver si de una puñetera vez La Romareda vuelve a disfrutar y por primera vez en años, la temporada no es un agónico sufrimiento hasta el último minuto.

Por Gualterio Malatesta

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