Si no es posible, habrá que hacer lo imposible | La Lupa

Valencia 1 – 2 Real Zaragoza

Aún envueltos en la condición más triste posible, como es la de ser colista, mientras atravesamos este desierto de temporada, tan árida que se nos va a terminar sin que nos dé la sensación de que ha empezado, aún así es posible encontrar momentos por los que vale la pena continuar en este tren, otrora triunfante, que es el Real Zaragoza. En medio de la nada, contra todo y contra todos, sin nada a favor, el equipo fue capaz de escribir una página más a recordar en nuestro libro del zaragocismo.

Visitantes, contra el tercer clasificado, teniendo enfrente a delanteros de primer nivel, en un campo en el que no se ganaba desde hace 19 años, el pronóstico estaba más servido que la absolución del “yernísimo”. La barruntada película de terror empezó por los cauces esperados, con el dominio local concluyendo en gol, y con la expulsión de un defensa blanquillo como salsa de aderezo para los buitres. Ya solo quedaba dejar pasar los minutos esperando no recoger demasiadas tabas de la portería de Roberto.

Pero de nuevo los dioses, que a veces son como niños, volvieron a tocar chufas en el destino de nuestro equipo, y otra vez sucedieron cosas que nadie se esperaba, cosas inusuales, sorprendentes hasta dejar ojiplático al espectador más imperturbable. El penalti que le hacen a Aranda es de los que casi nunca se pitan, y menos a favor nuestro. Supuso el primer gol de Apoño y un alivio, aunque entre el agobio de jugar con uno menos y lo escuálido del premio (un punto) dada la necesidad existente, no daban para grandes alegrías ni esperanzas. Quedaba una segunda parte por jugar.

El Valencia llegaba una y otra vez, y la defensa, el equipo entero, se agitaba nervioso, sufriendo como un animal acosado cuando defiende su comida. Parecía imposible aguantar, pero la suerte no estaba del lado ché y una y otra vez las ocasiones morían en la orilla. Faltando pocos minutos, una contra lanzada por Lafita y un golazo de Apoño. Lo increíble. Al final, una victoria imposible y tres puntos de oro puro, del bueno de verdad que no te engaño.

Las horas siguientes resultaron benéficas. Imaginamos a un Manolo Jiménez exultante en el autobús, recibiendo las llamadas de los medios radiofónicos nacionales, en una pequeña noche de gloria. Tocaba desperezar ese orgullo dormido, decir: “cuidado, estamos aquí. No estamos muertos”. Ha sido como un puñetazo en la mesa, un decir que aún se puede, que si bien la salvación está a 6 puntos, hay que recordar que hace poco estaba a 11. No podemos ahora, nadie puede, quedarnos fríos. No desde este partido, del que no diremos que la victoria fuera merecida, pero del que sí que podremos decir para siempre, que se ganó a pesar de todo. No había visto un partido así desde 1986. El dominio del Barcelona fue inútil, y un gol de Rubén Sosa nos dió aquella Copa del Rey.

Quedan 30 puntos, y hay que lucharlos. Es posible que fallen algunos de los equipos próximos en la tabla, que experimenten la fuerza del atractor del descenso (que ya sabemos que actúa sobre los equipos poco acostumbrados), y es posible también que nuestro margen de sorpresa y de hastío se vea de nuevo puesto a prueba. El equipo ha frenado la dinámica de mitad de curso, y ha sacado diez puntos en siete jornadas. Ahora hay que seguir afianzando el conjunto y explotar al máximo los recursos que pueda haber. No es el menor de ellos el orgullo, la dignidad, esa fiereza de los jugadores que no quieren rendirse. Eso es lo que vimos en este partido: un equipo que quiere vivir.

Por Ron Peter

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