El yunque de Agapito | La Lupa

Athletic Bilbao 2 – 1 Real Zaragoza

Contaba una vez el gran Eugenio un chiste en el que un tipo iba por la selva con un yunque en brazos. Preguntado por otro amigo ante tan absurda conducta, el primero contestaba: “Es por los leones”, “¿Por los leones?”, decía extrañado el otro. “Sí, es que si vienen, tiro el yunque y así puedo correr más deprisa”. Al igual que el tipo del chiste, Agapito nos tiene acostumbrados a un deambular absurdo en el que la mayoría de las decisiones a tomar y las acciones a desarrollar van encaminadas a compensar o remediar decisiones o situaciones previas que se demostraron erradas y negativas.

Así ha sido desde que este hombre llegó al club. Cada entrenador cesado, fue en su momento contratado para sustituir a uno anterior que había caído en desgracia deportiva. Cada jugador que era fichado para revalorizarlo, era luego revendido por menos. Cada vez que se veía a un canterano despuntar, se prescindía de él, salvo el caso de Kevin Lacruz, al que se le dieron todos los partidos del mundo en segunda y en primera para que se convirtiese en el gran jugador que ya despuntaba. Que suerte que el Sr. Lacruz padre fuese además secretario técnico del club. Aunque ahora tenemos a un tal Ander Herrera con las mismas condiciones de inicio, y no se atreven a darle juego, no sea que se haga grande. ¡Qué pena!

Si se podía sustituir a un jugador por otro peor, se hacía. Si se podía cambiar el escudo por un logotipo sin sentido, se hacía. Si se podía fichar a jugadores de otros clubs provocando conflictos, se hacía. Si esos conflictos podían costar quebrantos millonarios a la entidad, se hacía. Si se podía quedar mal con todo el mundo y de paso arrastrar por el fango el nombre y prestigio de la entidad, se hacía.
Pero he aquí que una vez más, el mago Agapito se saca de la manga una carta escondida y apoyándose en extraños vericuetos jurídico-mercantiles, consigue que se nos cancele una gran cantidad de millones de la deuda, y que se alivie algo el pago de la restante. Sabemos que no ha sido por lo bonito de Agapito, no. Han sido otras las razones. Dicen que si ha sido gracias al peso de la historia y de lo que ha supuesto el nombre del Real Zaragoza para el fútbol español. Bueno, no sé si será del todo cierto, pero es hermoso creerlo, y más en unos tiempos en los que muchos empresarios de este país, atenazados por la crisis, se han visto obligados al concurso de acreedores y abocados a la desaparición por liquidación al no querer renunciar sus acreedores a las deudas.

Agapito lo tiene difícil en su encrucijada, porque en lo deportivo, los leones han venido y se nos están comiendo. Y esta vez ya no hay más yunque que tirar para poder huir. Las medidas que se suelen tomar en casos de desastre –cese del entrenador, fichajes nuevos- ya no son económicamente viables (salvo nueva carta escondida en la manga), y el equipo ha entrado en una dinámica absolutamente vertiginosa hacia el abismo. Es impresionante ver a donde hemos llegado tras dos meses de inactividad a la hora de sumar puntos. Las derrotas han venido en catarata, y el equipo es colista con ventaja. Y lo malo es que no se ve el fin.

Es como una pescadilla que se muerde la cola. Los jugadores pierden partidos, se hunden en la tabla, se bloquean, se vuelven frágiles, nerviosos, vuelven a empezar partido nuevo, y como un flan, vuelven a derretirse a la mínima dificultad, perdiendo un nuevo partido y empezando un nuevo ciclo. Ya hemos vivido situaciones así, y con plantillas similares. Aguirre no encuentra soluciones, pero tiene razón cuando dice que hay muchos equipos similares en la categoría y que se puede salir de ahí.

Desgraciadamente, si no hay dinero para hacer cambios, habrá que tirar con lo que hay, y eso no supone otra cosa que asumir que hasta los peores tienen una dignidad que defender, y que cada partido que empieza, se empieza de cero. Y que hay que comerse la hierba, morder y luchar por cada pelota y por cada jugada, como si cada momento fuese el último minuto de una prórroga. Las derrotas se acaban cuando llegan las victorias. Seguir luchando, no queda otra.

Por Ron Peter

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