Cuento de Navidad | La Lupa

Athletic Bilbao 0 – 2 Real Zaragoza

Ebenezer Agapito Scrooge es un viejo avaro, miserable y soriano (está bien, reconozco que este último punto quizá debería ser contrastado) cuyo único interés es el negocio por encima de cualquier cosa, sean cuales sean las consecuencias.

En cierta ocasión recibe la visita de un fantasma al que llamaremos, por ejemplo, D. Alfonso Soláns Serrano, que le anuncia la llegada de 3 espíritus navideños que van a explicarle toda la tristeza y desesperación que está esparciendo a su alrededor puesto que quizá, aún está a tiempo de corregir su vertiginosa caída hacia el abismo.

El primer espíritu, el de las Navidades pasadas, le habla de viejas glorias, de éxitos y alegrías, de una tripulación emocionada y orgullosa de su barco, cuyas banderas ondeaban en el viejo continente y jamás se amilanaba ante un rival por poderoso que fuera porque ellos mismos se sentían grandes. En aquella época no había rival demasiado poderoso ni viaje demasiado largo y los héroes de los niños vestían de blanco y azul. Ni un pez se hubiera atrevido en aquel entonces a surcar las aguas del viejo mar nuestro sin llevar grabadas en el lomo las barras del Rey de Aragón.

Poco después recibe la visita del espíritu de las Navidades presentes, que le muestra a una mermada tripulación que está empezando a olvidar y que se aferra con melancolía a esos tiempos ya pasados para no abandonar un barco cuyas podridas maderas hacen agua por todos los sitios y que se siente humillada y condenada al naufragio. Muchos ya han abandonado y los que quedan se pasean como eternos condenados a bordo de un ajado holandés errante.

El tercer espíritu, el de las Navidades futuras le muestra la cruda realidad. Toda la fortuna a la que sacrificó su vida ha desaparecido, su recuerdo es infausto y solo quedará de él una miserable tumba en la que jamás nadie pondrá flores frescas. Es el justo premio a una vida tan triste como miserable y vergonzante.

El final de la historia, afortunadamente está por escribir. No parece que Ebenezer Agapito tenga salvación, su alma está ya demasiado podrida para ello, pero quizá sí que queda sitio para otra historia, la de un motín a bordo, la de un nuevo capitán venido del sur que ha sido capaz de despertar a la moribunda tripulación y de convencerles para que desplieguen de nuevo las velas y que, enarbolando las desteñidas banderas, se resistan al naufragio y se vean capaces de llevar la maltrecha nave a buen puerto.

Se empieza a ver luz al final del túnel porque algunos de los nuevos marineros presentan desparpajo, firmeza y ganas de crecer. Aún queda mucho por hacer, seguimos en alta mar, pero las cartas de navegación han sido descifradas y parece que somos capaces de fijar un rumbo hacia la salvación. La marinería comienza a confiar en sus Oficiales y saben que remando todos juntos el barco aún puede presentar digno combate a cualquier rival.

Cuándo el pasado sábado el vigía avistó en lontananza las rojiblancas banderas del el viejo león, un conocido corsario que hacía diez años que nos destrozaba con su abundante artillería poco certera pero abrumadora, los marineros, lejos de amilanarse, alinearon sus viejos cañones y los cargaron. Y la andanada fue brutal. El viejo corsario del bocho no se creía lo que se le venía encima. No le dio tiempo ni a cargar sus armas pues de dos certeros disparos su sentina saltó por los aires y su cargamento de puntos fue trasladado a las bodegas de otro león, uno que parecía apartado de la manada y que ha resurgido de sus cenizas para decir alto y claro que aquí no se rinde nadie. Que no nos den por muertos pues aún nos queda mucha historia por escribir.

Así que en eso estamos. Quizá el futuro pueda cambiarse. Quizá aún estemos a tiempo de reescribir nuevas páginas de una bonita historia que no debemos dejar morir. Todo es posible en Navidad.

Por Gualterio Malatesta

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