Apagando las luces | La Lupa

Real Zaragoza 1 – 1 Sporting

Último partido de año en la Romareda. Quién sabe si último del Real Zaragoza en su longeva historia. Un enorme sentimiento de tristeza, inquietud y melancolía pobló las gradas semivacías del vetusto coliseo zaragozano.

Poco o nada es destacable de la nueva decepción acaecida en la Romareda. La peor plantilla de las últimas décadas fue nuevamente incapaz de dar una diminuta alegría, un mínimo dulce, a una afición a la que han persistido en decepcionar una y otra vez este año. Por incapacidad, por falta de actitud y por total desconocimiento de lo que significa portar esta zamarra. Se marcharon por el túnel de vestuarios indolentes como jugaron, y desde ese túnel se marcharán de esta ciudad sin haber comprendido jamás el honor que tuvieron de defender a una institución como esta y cómo lo dejaron pasar.

Cerraron las puertas del palco la pareja valenciana que ejerció de directiva este año. Se marcharán hacia Valencia dejando el club en una situación crítica y con un balance horrendo. Una plantilla desastrosa, una situación social insostenible, un desapego en la afición como nunca existió. En unas semanas ninguno se acordará del Real Zaragoza, entidad por la que jamás sintieron nada ni comprendieron su esencia.

Rondando las puertas de las oficinas quedaron Cuartero y Checa, esperando un milagro en forma de enésima huida hacia delante de Agapito, o compra continuista, que les permita volver a entrar en su hábitat de los últimos tiempos, donde han desarrollado un rol principal en un periodo de desmantelamiento y demolición de un equipo histórico. Resulta incomprensible que gente con tantos años en la entidad, entre ellos alguien que levantó como capitán una Copa en una mágica noche barcelonesa, no tengan la gallardía de admitir sus errores y dejar atrás esta época nefasta.

Mientras se cerraban con llaves las puertas, a la vez que la poca afición que había acudido al partido se marchaba a sus casas sin saber si volvería a lo que antaño era el lugar de sus sueños futbolísticos, el actual máximo accionista seguía sin tomar una decisión que sacase de esta indefinición a la sociedad anónima deportiva. Pasan las semanas y cada vez está más cerca el temido fin de junio. Como siempre, el accionista mayoritario se resiste a dar por cerrada su etapa y permitir al zaragocismo levantarse de una vez. Sembrando la congoja, al existir el peligro de que el club caiga en malas manos fruto de su decisión.

Las luces se van apagando. En pocos minutos ya se siente nostalgia por el aroma a hierba mojada, por tu localidad en el estadio, por ver a tu Real Zaragoza, esas camisetas blancas y pantalones azules que son parte de tu ser y de tu vida. Se siente un pinchazo en el alma al pensar que puede ser que todo lo anterior no vuelva. Quizá es la última vez que se ha repetido el ritual. La oscuridad en la que queda la Romareda una vez cerrada la temporada, puede que esta vez sea definitiva.

El zaragocismo así queda, sumido en la inquietud, aguardando que por una vez la decisión de aquel que fulminó sus sueños sea la correcta y deje el club en manos de alguien que, llegado el momento, encienda las luces que ahora se han apagado.

Por Kicooper

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