Un beso y una piedra | La Lupa

Real Zaragoza 2 – 1 Córdoba

Al partir, un beso y una flor, decía en una de sus bellas canciones de amor el gran Nino Bravo, aquel malogrado cantante valenciano capaz con su voz de hacerle un dúo al mismísimo Frankie (Sinatra). Un beso, y bastante inesperado, es lo que nos llevamos los zaragocistas cuando la niebla y el reloj terminaban de aplastar el partido. Y una piedra es lo que se llevaron los cordobeses, abnegados en su humildad y rechazados por la diosa fortuna en el último momento. Aunque de piedras, lo que se dice piedras, nosotros sabemos también bastante.

Tras el pitido final, las sensaciones no pueden ser más encontradas. Por un lado resulta humanamente imposible no alegrarse de la victoria de nuestro equipo pero, por el transcurrir del partido, no es de lógica entregarse a ningún alborozo. Nadie esperaba este desenlace, y todos mentalmente preparábamos nuestros ánimos para tragarnos un triste empate consecuencia de otro mal encuentro. La desolación de los jugadores del Córdoba, derribados literalmente sobre el césped tras el gol de José Mari, era patente y conmovedora. Así es el destino caprichoso en el mundo del fútbol. Otras veces nos tocó a nosotros ser los paganos.

Lo cierto es que el gol entró. Fue por el rebote de un tiro desviado, sí, pero si no hubiera tirado, el gol no hubiera existido. Siempre hay que luchar por cada balón, hay que morder. Y es realmente curioso porque eso es lo que no estaba haciendo el Zaragoza en los últimos minutos. Y aún con todos los defectos que se podrían enumerar, el mayor problema de este equipo es que el rival, tras tomar la iniciativa y empatar, seguía ejerciendo cierto dominio aún con un hombre menos. Los jugadores blanquillos parecían resignarse a una suerte de destino fijo, a un “lo que tenga que ser, será”, con una inacción mezcla de cansancio y de impericia táctica. Y ahí es donde los el entrenador y los responsables de la preparación física tienen que seguir insistiendo, porque la culpa no creo que sea del calor precisamente.

El hecho de que Movilla siga siendo, a su edad, el sostén táctico de este equipo, habla bien de él, y mal de muchas otras cosas. No puede ser que yendo empatados en casa ante un equipo con un hombre menos los jugadores, algunos de ellos recién salidos de refresco, no sepan a quien deben presionar para robar el balón, o como conservarlo y establecer conexiones de avance hacia el área contraria. Es evidente que falta alguien que haga ese trabajo. El clásico mediapunta que sepa leer entre líneas y dar los pases adecuados. Hay que trabajar ahí.

También las cosas se pueden ver desde otro punto de vista, claro. Supongo que en Córdoba estarán pensando que si no se hubieran ido hacia arriba no habrían perdido un punto, y que se dejaron engañar por la aparente laxitud del Zaragoza. Después de todo, insistimos, el gol llegó como un zarpazo de animal herido y a punto de sucumbir.

Tres victorias consecutivas tras tres derrotas. Estamos donde estábamos, en una nueva oportunidad inesperada de ir hacia arriba. Así es la segunda división: todos iguales, todos malos. Igual te hundes en el barro que eres el rey de la charca. El Real Zaragoza lleva cuatro victorias aparentemente inmerecidas. ¿No serán muchas, estadísticamente hablando? ¿No será que en segunda división los partidos se ganan así, con oficio, barro y suerte? El ascenso en el año de Paco Flores se labró de esta manera, con victorias pírricas y sin alardes de superioridad. El que quiera ver espectáculo que se vaya al circo, decía el hombre. ¿Espectáculo? Nos conformaríamos, de momento, con que el equipo ganase en solvencia e infundiera confianza y tranquilidad a los aficionados.

Por Ron Peter

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