Epílogo | La Lupa

Alcorcón 1 – 0 Real Zaragoza

En un alarde de coherencia, el Real Zaragoza acabó la temporada como la había vivido: sumido en la mediocridad y sin ser capaz de dar ese último golpe de rabia, ese último atisbo de satisfacción a sus seguidores. Hubiera supuesto una sorpresa y apenas un magro consuelo para toda la pena vertida a lo largo de la temporada. Hace tiempo que el zaragocismo se cansó de esperar. Más allá de los resultados deportivos, la decadencia progresiva en el tiempo en todas las parcelas del club ha ido erosionando la paciencia y el ánimo de su mejor activo: la gente.

El proceso de venta de la SAD se ha convertido en una inagotable fuente de rumores y en un lugubre expositor de conductas y actitudes: un vendedor acosado por la justicia, que trata de quitarse de encima algo de la forma menos gravosa para él, y todo el resto del mundo sospechando que tratará de hacer algo extraño. Unos compradores mutantes, que cambian de rostro según la foto que los capte o el rumor que los enfoque. ¿Qué mueve a todos ellos? ¿Cuál es la llama final que anima sus voluntades? ¿Quién sabe algo? Muchos dicen conocer algo, nadie lo sabe todo. Al final, el caos y la desazón.

Agapito Iglesias se marcha, o eso parece. Permanecerá en la memoria del zaragocismo para siempre, aunque no por los motivos por los que cualquier persona decente desearía ser recordada. En su manifiesto de despedida utiliza el tono de estudiada neutralidad institucional y de agradecimiento genérico. También se queja de algún agravio sufrido por su familia.

Es de destacar que en su epístola final, tras estos ocho años, no pide perdón por lo que ha hecho con el club, con el Real Zaragoza. Posiblemente ni siquiera sienta que lo ha hecho mal. Nunca entendió el sentimiento zaragocista, que para él era una cosa anecdótica, como una religión de otros. Este tipo de personas anteponen el dinero y los negocios a todo lo demás. Quizás sienten cierta afinidad por un círculo cercano, por una “familia”, pero desconocen el altruismo y la solidaridad a nivel de grandes colectivos. Todo lo que no se puede medir en dinero, no tiene importancia.

Los mercaderes siempre han existido, y favorecen el desarrollo de las sociedades, haciendo fluir la producción e intercambio de bienes y servicios. Pero cuando ese comercio se convierte en algo no productivo, que consume más recursos de los que produce, o su objetivo resulta solo ser el lucro personal, al final es puro parasitismo, que acaba pudriendo y matando el organismo en el que reside. Eso es lo que hemos sufrido estos años, soportando una gestión egoísta e inepta, contratando por doquier a jugadores y directivos, muchos de ellos también egoístas e incapaces de ayudar a conseguir los objetivos.

El alto coste de las plantillas de estos años podría haber redundado en mantener al equipo en Primera con cierta solvencia. No fue así. Ese alto coste podría haber redundado en mantener al equipo en Primera División. No fue así. Una vez en segunda, se podría haber ascendido. No fue así. Todo ese dinero, todo ese crédito, se perdió por los caminos y por los bolsillos. Y ahora, ¿Qué futuro aguarda? ¿No sería mejor matar al animal, moribundo y rodeado de gusanos, con un disparo de gracia y empezar de nuevo?

Por Ron Peter

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