En un jueves de plomo | La Lupa

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Real Zaragoza 0 – 3 Girona

No pudo ser. Por mucho que algunos digan “podemos”, o “sí se puede”, la verdad es que al final, los sueños y las esperanzas que habían surgido, se esfumaron ante la cruda realidad, en este jueves de cielo gris y de negro destino. No fue justo, no fue merecido, pero estas cosas pasan cuando, a pesar de intentarlo con ahínco, no se consigue acertar primero.

El Real Zaragoza empezó como nunca, consciente de su cita con la gloria, como si de una final se tratase, con fuerza, con iniciativa, aprovechando esos primeros minutos en los que había ilusión y frescura de ideas, algo que se había echado a faltar en los últimos tiempos en este equipo diezmado, arrasado por las lesiones, las bajas y la escasez de solvencia. Con todo, se asedió el área rival, el equipo avanzaba como un solo hombre. En los primeros veinte minutos hubo varios saques de esquina y tiros a puerta con peligro, mas su portero estaba especialmente inspirado, y no hubo forma de colársela. En la otra portería, en cambio…

En la otra portería no ocurría nada. El Gerona tenía bastante con achicar balones y tratar de mantener su estructura. No había cosa parecida a un balón con peligro. Hasta que llegó la jugada fatídica en la que Walley se encuentra de cara con un balón que viene hacia él, pero desde fuera del área, con un delantero acechante. En vez de achicarla de cualquier manera con el pie, el imberbe guardameta trató de no sé sabe muy bien qué, esperar, o quizás solo desear, que el balón entrase por su propia ánima en el área para poder asirlo con las manos. Pero eso no iba a suceder nunca. Todo el estadio barruntó el desenlace horrendo un segundo antes de que sucediese. El delantero, rápido y hábil, arrebató con cruel elegancia el balón de las manos virtuales de Walley.. Un balón que acabó estando donde nunca debió estar. En el fondo de nuestras mallas.

Este hecho aislado hizo que todo cambiase y la tendencia, que era de dominio zaragocista, se truncó. El Gerona se asentó y empezó a controlar sus nervios. La segunda vez que llegó a puerta, marcó su segundo gol. Así es el futbol. Los jugadores notaron el mazazo, ya no recuperaron el buen tono inicial y fueron incapaces de perforar la portería de Becerra para, al menos, obtener un consuelo. Fin de la historia.

Queda un partido, en el que hay que salir a defender la propia dignidad, y a no dejarse avasallar. No se trata de apelar a heroicidades fantásticas. Se trata de cumplir con el escudo. Magro objetivo, pero es lo que hay. Superar esta eliminatoria sería como hacer lo imposible(*).

Aunque no mereciese perder este partido, en el fondo el Real Zaragoza está donde se ha merecido estar a lo largo de la temporada. En el trono del reino de los mediocres. Cinco equipos ha habido este año que han luchado justamente por ascender, diferenciándose ampliamente del resto. Aún sin los nefastos arbitrajes de la primera vuelta, el Zaragoza no hubiera dado para más.

De ahora en adelante, el futuro. Habrá que pensar en construir un equipo sólido, aprovechando lo que se pueda aprovechar del equipo actual, alimentando los brotes verdes y prometedores, y tratando de mantener cierta cohesión, reforzando todas las líneas, y descartando piezas improductivas, sean del estamento que sean.

Y más allá de lo deportivo, otros temas más abstrusos reclamarán su posición en el horizonte. Los ajustes económicos, los tratos con Hacienda y con otros acreedores, la imagen del club afectada por el caso Levante, aunque lo peor de todo sea para muchos de nosotros esa viscosa sensación como capa de niebla intangible, de empezar a acostumbrarnos a la segunda división. Eso es lo último que debemos consentir. Aunque sigamos en segunda, no debemos olvidar lo que fuimos y lo que debemos volver a ser. Ni un año más. Aunque haya que hacer lo imposible (*)

Por Ron Peter

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