Naufragio en aguas mansas | La Lupa
Real Zaragoza 0 – 1 Mirandés
El partido frente al Mirandés se presentaba como ocasión propicia para dar el golpe casi definitivo en nuestra peculiar y modesta lucha por la última plaza de play off. Se mantenía una razonable distancia con los rivales, en La Romareda se presentaba un equipo modesto y sin agobios clasificatorios, al afición, no mucha eso sí, andaba en disposición de apoyo y parecía que se había recuperado la costumbre de vencer en casa propia. A lo dicho se añadía que la tarde-noche venía siendo propicia por los tropezones de Alavés y Ponferradina, aunque a quienes tenemos cierta edad y no somos capaces de esquivar esas supersticiones de todo forofo, nos intranquilizaba, paradójicamente, el hecho de que los de Miranda no hubieran ganado a domicilio en toda la segunda vuelta y ese hábito de nuestro equipo de desaprovechar de modo recalcitrante las ventajas que le dan los pinchazos rivales.
Una vez más el Real Zaragoza se abonó a las maldiciones futbolísticas y volvieron a aparecer los tradicionales demonios caseros que tantas veces nos impiden que la alegría sea completa… en este caso se pasó de la ilusión a la depresión suprema. El partido frente al Mirandés fue toda una exhibición de la mediocridad que menudea en la división de plata; fue un encuentro clásico de empate a cero, aunque el caso del equipo blanquillo tiene esa desanimante tendencia a empeorar incluso lo negativo y merced a una falta mal defendida desde el principio, dejó que el mismo Urko Vera que nos amargó ya en Anduva allá por vísperas de Navidad, adelantara a su equipo en el marcador y convirtiera un empate a nada en una derrota humillante.
Cabría hablar de mala suerte –el Mirandés marcó en su único tiro a puerta- o de un equipo al que le faltaban sus defensas más efectivos y sus atacantes más incisivos, pero a estas alturas sería pueril buscar excusas más allá de los llamativos errores propios. No es de recibo que en 93 minutos el Zaragoza fuera incapaz de perforar la portería contraria; a lo largo del encuentro quedaron en evidencia más que nunca esos defectos que han impedido que los blanquillos pudieran aspirar a competir con Betis, Girona y demás por el ascenso directo y que hasta podrían dejarnos sin la esperanza de los play off. El miércoles faltaron recursos, capacidad de reacción y hasta imaginación desde el banquillo.
El aficionado contempló, entre impaciente e histérico, como Javi Álamo se enquistaba entre fallos y ansiedades, comprobó una vez más que Borja Bastón es una isla que incrementa su soledad sin Pedro y Jaime, volvió a desesperarse al comprobar que aún con cuatro centrocampistas en liza, nadie era capaz de poner criterio y el equipo volvía a romperse por el centro: Dorca, Basha e Insa ponían toda la voluntad, pero ningún orden y Ruiz de Galarreta, que desde que llegó no deja de apuntar un estilo que gusta por aquí, termina casi siempre perdido no se si por falta de carácter o porque no es bien dirigido por quien debe hacerlo.
El Zaragoza- Mirandés, que parecía el más sencillo de los partidos pendientes, terminó devolviéndonos a ese Zaragoza de la desesperación y la impotencia que hemos visto tantas veces a lo largo de lo últimos tiempos. Es triste –¡muy triste!- desaprovechar una oportunidad servida en bandeja, destrozar las aspiraciones de equipo y afición no solamente por ser incapaz de meter un solo balón en las redes contrarias, sino por acabar convirtiendo un tropezón en tragedia por una falta en contra no se si mal ensayada o mal asimilada.
Afortunadamente nuestros rivales han competido en torpeza, y la última derrota de la increíble Llagostera nos vuelve a dejar en la misma línea de salida. La inmediata visita a Pucela ofrece a priori pocas ventanas a la esperanza en cualquier zaragocista con los ojos abiertos, aunque teniendo en cuenta que se han perdido seis de los siete últimos encuentros oficiales con el Valladolid, aunque solamente sea por romper tendencias, vete a saber si el lunes andamos más optimistas que ahora.
Por Falçao
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