En 1971, Sean Connery volvió a interpretar al agente James Bond, a pesar de haber dicho 12 años antes que “nunca jamás” volvería a meterse en el papel. A veces, cosas que parece que no van a suceder nunca, terminan haciéndolo. Nos hemos pasado 40 jornadas, casi la temporada entera, esperando que el Real Zaragoza diera un golpe de autoridad ante un rival de categoría, algo que sirviera como carta de presentación. Bien, este domingo vivimos algo que podría parecerlo. Un poco tarde quizás, pero ya se sabe que…más vale tarde que nunca jamás.
El equipo saltaba al césped del Zorrilla con la losa en el recuerdo del último fiasco en casa, frente al Mirandés, y con la responsabilidad de no patinar ante el avance de la Ponferradina, su más íntimo perseguidor. Y todo ello, en el estadio de uno de los cinco gallos que han marcado diferencias en esta liga. Desde el primer momento, la propuesta maña fue muy seria, con la defensa de cinco que lleva practicando Popovic en los últimos tiempos, un sistema que da más libertad de elongación a las bandas, liberando al centro del campo de tener que elaborar flujos de pases para dominar el balón, una de las carencias endémicas de nuestro centro del campo. Así, de esta manera se consiguió presentar batalla al Valladolid, con llegadas de cierto riesgo. Sin embargo fueron ellos quienes golpearon primero, y merced a un penalty arbitrario, los de Pucela se retiraron al descanso con ventaja en el marcador.
Podría haber sido el final de la historia del partido, más no fue así. Lejos de repetir la ignominia de Sevilla, los zaragocistas no se arredraron, y en esta ocasión, plantaron cara. Nada se había escrito del todo. Sin bajar en ningún momento la guardia, siguieron empujando, y esa constancia dio fruto: un penalty transformado por Borja sirvió para aturdir a los castellanos, que terminaron por asistir inermes a dos golazos más. El Real Zaragoza terminaba por primera vez un partido entero sin desfallecimientos.
Es un día de nombres propios. Los goleadores: Dos de ellos volvían a mojar después de largo tiempo sin hacerlo, William José después de su ostracismo y Eldin tras una incómoda lesión. Y Borja Bastón, a quien el infortunio echaba prematuramente del campo, exhalaba lágrimas de rabia por no poder seguir. Eran lágrimas de futbolista de verdad, las mismas que salen de los ojos de un niño cuando pierde o le duele algo. A Borja le gusta jugar, le gusta ganar y le gusta meter goles. Esperemos que se recupere cuanto antes. Su ayuda ha sido esencia para llegar hasta aquí.
Y por encima de otros nombres, el del capitán Jesús Vallejo. Algún día estaremos orgullosos de contar que lo vimos jugar, y que tuvimos el honor de hablar o de escribir sobre él. Ahora lo estamos viendo crecer en tiempo real. Al principio de la liga era un juvenil que echaba una mano, con sus dudas, como es lógico. En apenas unos meses, ya es un titular, capitán y con experiencia internacional, líder en los rankings de idolatría de los aficionados. ¿Quién duda ahora de él?¿Quién lo sienta ahora en un banquillo? Y tiene tiempo por delante, que cada envite, cada roce, cada carrera, cada balón que disputa, cada regate que hace, cada cosa nueva que intenta, le forja y le hace más grande. El domingo le vimos subir al ataque con confianza, a balón jugado, con la energía del que quiere la victoria y la inteligencia del que sabe que la puede conseguir. Este chico nos está devolviendo la fe a muchos. Pronto hará falta esa fe: hay un reto a las puertas, el de la promoción a Primera. Optar a ello nunca estuvo tan al alcance. No se puede fallar.
Por Ron Peter
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