El triunfo de la fé | La Lupa

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Real Zaragoza 1 – 0 Albacete

No, no se trata de una exaltación de la fé como una de las virtudes teologales de la doctrina católica. Se trata del concepto de fé referido a la confianza, a la seguridad en uno mismo, algo que en dosis adecuadas proporciona la fuerza suficiente para seguir adelante sin desesperarse. El Real Zaragoza creyó en sí mismo, soportó noventa minutos y un pico bajo la losa del cero a cero, y se sobrepuso sin dejar de insistir, para al final obtener no solo el magnífico fruto de los tres puntos de oro para seguir en la lucha, sino además la certeza de saberse capaz de hacer algo grande, empezando por restaurar y reforzar algo que se creía extraviado: la ilusión en el zaragocismo.

En efecto, algo ha cambiado respecto al Zaragoza de hace dos meses. El fútbol, como casi todo en la vida, sigue unas dinámicas que suelen tener su continuidad. Cuando las cosas van mal, suelen seguir mal. Es lo que tiene la causalidad. Resulta complicado invertir una tendencia negativa, eso es algo que sabe todo el mundo, empezando por los vendedores de automotivación. El caso es que ya no hablamos de dos partidos buenos, sino de una racha de seis partidos contra plantillas nada desdeñables, que ha servido para cimentar un equipo con ideas nuevas. Y sobre todo con pretensiones nuevas. Con ambición.

Las dinámicas en el tiempo, por otra parte, son diversas. Las hay de corto plazo, o las hay duraderas. Ahora mismo, el equipo está en una larguísima dinámica negativa de varios años, y dentro de ella, nos encontramos ya desde finales del año pasado, en una situación estable en la que se empieza a mirar hacia arriba. El momento parece pues, idóneo para afrontar ese gran reto, y los jugadores parecen conscientes de ello. Sin embargo, tener el viento de cola no te exime de tener que sufrir. Los obstáculos están por todas partes.

El encuentro contra el Albacete ya venía marcado previamente con el sello de partido trampa. Un rival aparentemente asequible convirtió el choque en un laberinto de frustraciones. No se daban tres pases seguidos, el balón no fluía, no había jugadas claras. La primera parte fue realmente horrible, una cosa para olvidar. Tampoco la segunda parte pintaba atractiva, aunque eso fue cambiando poco a poco. Los manchegos se vieron cada vez menos capaces de sostener la presión y con los cambios, el Zaragoza cogió frescura y decidió adelantar líneas. Los últimos minutos fueron un asedio sostenido e inasequible al desaliento. Y eso es algo merecedor de alabanza. Cualquiera sabe lo desesperante que es insistir e insistir sin conseguir nada y lo fácil que resulta bajar brazos y pensar: “buf, hoy no es el día”, “No lo vamos a lograr”, etc…pero ahí es cuando surge la fe que impulsa esa voluntad metódica, casi digna de un autómata, de aguantar hasta el final. Y en el último suspiro, cuando el cronómetro exhalaba un estertor de agonía, llegó, de una manera trastabillada pero efectiva, el gol de la victoria. Punto final.

La situación que se le abre ahora al equipo parece propicia. En puestos de promoción, insertos en ese pelotón cabecero y a falta de trece jornadas por disputar, el horizonte ya no es lánguido, ni gris. Es una línea lejana llena de promesas que ofrecen, pero que no regalan. Habrá que luchar mucho, sin dejar de sufrir ni desesperarse si llega alguna derrota. Lo más importante ya se está haciendo: se está asentando un equipo ganador, con aspiraciones, y con fe en sí mismo. Un equipo que no va a permitir que nos aburramos de aquí a final de temporada.

Por Ron Peter

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