En la condición humana siempre ha estado presente la dualidad como concepto. Ya en el plano cultural o religioso podemos pensar en las dos caras de Jano, el dios romano de las puertas, de los inicios y de los finales; o en los hermanos Cástor y Pólux de la mitología griega. En la tradición judeocristiana tenemos a Abel y Caín, quienes personifican esos dos extremos de la balanza moral entre los que se supone se puede situar la conducta de las personas. Siempre debe haber una relación entre ambos polos para que el asunto sea algo más que una lucha entre opuestos. Pueden provenir ambos, como en el caso de los hermanos, de una misma fuente genitora, o pueden ser incluso facetas distintas de un mismo ser.
Hace tiempo que las visitas al sur de España no se nos dan bien. Parece una suerte de maldición. Los últimos enfrentamientos en Cádiz se recuerdan con desagrado. La situación actual planteaba la incógnita de qué Real Zaragoza nos encontraríamos, si al equipo que aparentemente había frenado la mala racha con una victoria como local por tres goles a cero, o al equipo que en su última visita había encajado una dura y decepcionante derrota también por tres goles a cero. La incertidumbre dual que se perfilaba en estos dos últimos partidos se extendió también a este partido, en el que un Real Zaragoza bifronte nos mostró su lado bueno y su lado malo, si bien es cierto que tratándose de un choque fuera de casa y contra un equipo que luchaba por ser cuarto, sería más justo tener sensaciones de esperanza que de amargura.
En la primera parte, con tres centrales y dos laterales. Víctor Fernández sorprendió al rival de turno una vez más. Consiguió que el equipo cerrase las bandas enemigas y se descarase con el trato del balón en el centro del campo. En el fútbol moderno, tan analítico y controlador, pocas veces se tiene la ocasión de asistir a despuntes súbitos de un jugador. Por eso el resplandor de Biel como mediapunta interlineado y consumador fue la mejor noticia del día y una alegría el poder contar con un recurso así para el futuro. Con dos a cero a favor y en Cádiz, muchos nos pellizcábamos de estupor.
Pero el rival también juega, obviamente, y no es manco. A punto de llegar el descanso acortaba distancias. Un oxígeno que nunca les debería haber llegado. En Mallorca ya pasó algo similar. La segunda parte empezó bien con un golazo de Nieto, otro canterano que se reivindica. El partido parecía bien encarrilado, pero quedaba mucho tiempo por delante y los blanquillos no supieron gestionar bien la ventaja. El equipo se replegó ante el lógico empuje de los gaditanos, pero ni tenemos la seguridad defensiva de otros conjuntos que son capaces de estar horas sin balón y sin sufrir, ni tampoco se tuvo la fuerza suficiente para volver a poseer el balón y así ahogar la ilusión del rival. Pombo, que mantenía a los defensas en tensión, fue sustituido, y Ros no tuvo su mejor tarde. Los cambios de Víctor en esta ocasión no fueron acertados.
No podemos olvidarnos tampoco de ese factor que esta temporada está siendo demoledor para el Real Zaragoza. Ese factor negativo que siempre tiene una putada escondida. Ya era raro ir ganando a un equipo potente y marrullero en su casa, y eso no podía ser. Cada falta zaragocista era una tarjeta amarilla, pero no parecía suficiente para el árbitro, y el piscinazo de Vallejo fue la ocasión perfecta para cumplir la consigna. Yo lo siento pero ya no creo en la justicia en el fútbol. Son ya varias temporadas y demasiados partidos en los que el destino parece guiado. Nos quieren en segunda y en segunda seguiremos. El partido terminó en triste, pero quedémonos con lo alegre, con esos destellos de la primera parte que al menos nos ofrecen un buen sabor de boca y una puerta para la esperanza.
Por Ron Peter.
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