Séptima temporada. Final de locos | La Lupa

Séptima temporada. Final de locos | La Lupa

Albacete Balompié 4 – 1 Real Zaragoza

Real Zaragoza 2 – 1 SD Ponferradina

Hace ya siete años que el Real Zaragoza descendió a segunda división. Desde entonces, su única motivación ha sido regresar a primera. Cada año de estos siete volver a casa era lo que daba sentido a su existencia. Un motor potente, sin duda, capaz de mover rmuchas expectativas y sentimientos. En ese sentido, la estancia del Real Zaragoza en segunda se parece a esas series de televisión que mantienen enganchados irremediablemente a sus seguidores, ansiosos de conocer el resultado final, si se encuentra o no el tesoro, si se aclara ya el misterio, si se escapan o no de la prisión, etc. Y si la serie tiene éxito, los guionistas no dudan, carentes de piedad alguna, en alargar y alargar el suspense, sin terminar nunca de conceder a los protagonistas ni el premio ni el castigo definitivo, manteniendo vivo un limbo de posibilidades con el que aferrar la atención de los espectadores, que se verán condenados a esperar una temporada más, el deseado desenlace.

La primera temporada de la serie “Real Zaragoza en segunda” pensábamos que iba a ser la única, algo así como una película de terror con final feliz. Pero no fue así, y acabó con la sensación de que esta vez, regresar no sería sencillo. Por otra parte, Agapito vendía el club, abriéndose una nueva etapa de esperanza tras el caos. El público, lejos de desengancharse, se agarró aún más a la segunda temporada. Esta acabó con el equipo en el sexto puesto, entrando en promoción, eliminando al Gerona en un cruce épico y cayendo cruelmente ante Las palmas a falta de siete minutos. Un final digno de unos guionistas sin alma.

Pensábamos que no podría ser peor, pero la tercera temporada de la serie tuvo el final más amargo de todos: una goleada ante un descendido a segunda B, que privaba de entrar en promoción. Quizás el día más horrible en la historia del zaragocismo. En la cuarta temporada se trató de dar más atractivo a la serie con Cani y Zapater como resortes de ilusión, pero la temporada fue mediocre y arriesgada. Hasta el punto que se consiguió la permanencia matemática gracias a un empate a cero ante el Gerona.

En la quinta temporada, tras cambiar la dirección deportiva, se intentó un proyecto más serio. Una primera vuelta horrible dio paso a la mejor segunda vuelta que se recuerda, con un equipo que ganaba jugando bien y que cada semana avanzaba puestos en la tabla. Quedaron terceros. De nuevo play-off. Y de nuevo, los guionistas decidieron quitar el caramelo de nuestras bocas, haciendo que un exjugador, Diamanká, marcase el gol de la sentencia y llenase de decepción y de rabia nuestros corazones. Una vez más, habría temporada nueva. Con un entrenador experimental al que sucedió otro más veterano que ahondó en la herida, el equipo se encontró a mitad de temporada en una caída en barrena, y la solución ideada no fue otra que recurrir al último mito que nos quedaba: Victor Fernández, que resucitó al equipo, con una apañada segunda vuelta que al menos alentaba la esperanza en un futuro mejor tras conocerse la continuidad en el banquillo.

Y aquí estamos, en una séptima temporada que empezó bien, con un equipo mezcla de veteranos y de jóvenes prometedores, con un juego y unas expectativas serias. Este año parecía ser el año. Ningún rival nos pintaba la cara. Al revés, eran los demás los que nos tenían bastante respeto. Claro, los guionistas de la serie no podían dejar la cosa así. El delantero centro tuvo que dejar la práctica del fútbol por problemas de salud. Arbitrajes erráticos, rupturas en el ritmo por partidos aplazados, etc. Pero aún así el equipo no bajaba de los puestos de arriba. Finalmente, una pandemia mundial paraliza la competición, que se reanuda casi tres meses después con nuevas condiciones, a las que el Zaragoza no ha sabido adaptarse y ha ido perdiendo poco a poco su ventaja, su solvencia y su prestigio.

El penúltimo partido, contra el Albacete, fue más de lo mismo visto últimamente. Una derrota con bastantes goles y el equipo incapaz de reaccionar lo suficiente, concediendo al rival pueriles ocasiones en defensa. Agarrotados, fundidos, los jugadores y el entrenador habían dilapidado casi todo lo conseguido antes del parón. Sin suerte tampoco en los arbitrajes, el equipo y la afición veíamos impotentes como el inexorable destino regalaba el ascenso directo a otros dos conjuntos. Finalmente, en el último estertor de la liga regular, en un partido aparentemente sin gran cosa en juego y con gran cantidad de suplentes, se conseguía una postrera victoria, que a lo tonto, servía para obtener la tercera plaza y supone un importante refuerzo anímico ante la inminente promoción.

Sí. Inminente parecía que iba a ser. Pero no. La aparición de casos positivos del covid19 entre los jugadores del Fuenlabrada ha paralizado lo que iba a ser el final de esta liga, postergando aún más la resolución de este antojadizo destino en el que nos vemos ahechados. Al tiempo de escribir estas líneas es aún la incertidumbre reina y señora, y ninguno de los circunstantes sabe a qué atenerse, dado el gran contratiempo, por no decir, perjuicio, que ha de suponer el aplazamiento de los encuentros necesarios para que todo quede en su ser. Primero, debíase aclarar el quehacer con el que no se jugó en su día. Después, cómo proceder con aquellos que debieran competir la promoción, para dilucidar de forma clara y sin encantamientos, quien a la postre fuere el equipo victorioso que con su valor y éxito en la gesta, a primera división ganase su entrada.

Muchas oportunidades se le han dado este año al Real Zaragoza este año. Y muchas ha dejado escapar. Ahora tiene ante sí una última baza en este último, extraño e interminable capítulo de la séptima temporada. Tras el telón, el equipo aguarda y se recupera de viejas heridas y sinsabores. Ha llegado vivo hasta aquí, y debe presentarse a la batalla final, para que todo haya merecido la pena, para que no se quede el recuerdo de este año anclado en aquel ocho de marzo con el gol de Suarez en Málaga, cuando éramos segundos e íbamos hacia arriba. Para que haya algo más hermoso que recordar.

Por Ron Peter

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